«Luz nueva en España» - José Antonio Primo de Rivera (1903-1936)
El próximo viernes –20
de noviembre– se cumplirá un nuevo aniversario del fusilamiento de José Antonio
Primo de Rivera, condenado a muerte por un tribunal popular en la cárcel de Alicante. Vaya pues en su
homenaje este esclarecedor escrito de su autoría[1]
Necesitamos dos cosas: una nación y una
justicia social. No tendremos nación mientras cada uno de nosotros se considere
portador de un interés distinto: de un interés de grupo o de bandería.
No tendremos justicia social mientras cada una de las clases, en régimen
de lucha, quiera imponer a las otras su dominación.
Por eso, ni el liberalismo ni el socialismo son capaces de depararnos las
dos cosas que nos hacen falta.
El liberalismo es, por una parte, el régimen sin fe: el régimen que
entrega todo, hasta las cosas esenciales del destino patrio, a la libre
discusión. Para el liberalismo nada es absolutamente verdad ni mentira. La
verdad es, en cada caso, lo que dice el mayor número de votos. Así, al
liberalismo no le importa que un pueblo acuerde el suicidio con tal que el
propósito de suicidarse se tramite con arreglo a la ley electoral.
Y como para que funcione la ley electoral tiene que estimularse la existencia de bandos y azuzarse la lucha entre ellos, el sistema liberal es el
sistema de la perpetua desunión, de la perpetua ausencia de una fe popular en
la comunión profunda de destino.
Por otra parte, el liberalismo es la burla de los infortunados; declara
maravillosos derechos: la libertad de pensamiento, la libertad de propaganda,
la libertad de trabajo... Pero esos derechos son meros lujos para los
favorecidos por la fortuna. A los pobres, en régimen liberal, no se les hará
trabajar a palos, pero se los sitia por hambre. El obrero aislado, titular de
todos los derechos en el papel, tiene que optar entre morirse de hambre o
aceptar las condiciones que le ofrezca el capitalista, por duras que sean. Bajo
el régimen liberal se asistió al cruel sarcasmo de hombres y mujeres que
trabajaban hasta la extenuación, durante doce horas al día, por un jornal mísero
y a quienes, sin embargo, declaraba la ley hombres y mujeres «libres».
El socialismo vio esa injusticia y se alzó, con razón, contra ella. Pero
al deshumanizarse el socialismo en la mente inhospitalaria de Marx, fue
convertido en una feroz, helada doctrina de lucha. Desde entonces no aspira a
la justicia social: aspira a sustanciar una vieja deuda de rencor, imponiendo a
la tiranía de ayer –la burguesía– una dictadura del proletariado.
Para llegar ahí, además, el socialismo extirpa en los obreros casi todo
lo espiritual, porque teme que, dejándolo vivo, tal vez los proletarios se
ablanden al influjo de los vapores espirituales burgueses. Y así se aniquila en
los obreros la religión, el amor a la Patria...; en los ejemplos extremos, como
el de Rusia, hasta la ternura familiar.
El liberalismo nos divide y agita por las ideas; el socialismo taja entre
nosotros la sima, aún más feroz, de la lucha económica. ¿Qué se hace, en uno y
otro régimen, de la unidad de destino, sin la que ningún pueblo es propiamente
un pueblo?
Por eso se ha encendido en Europa, y arde ya en España, la llama de una
fe nueva. De una fe que ve, en lo terreno y en lo civil, como primera verdad,
ésta: un pueblo es una entidad total, indivisible, viva, con un destino propio
que cumplir en lo universal. El bienestar de cada uno de los que integran el
pueblo no es interés individual, sino interés colectivo, que la comunidad ha de
asumir como suyo hasta el fondo, decisivamente. Ningún interés particular justo
es ajeno al interés de la comunidad. Y, por consecuencia, no es lícito a nadie
tirotear los fundamentos de la comunidad por estímulos de interés privado, por
capricho intelectual o por soberbia.
Esta nueva fe ha deparado a Italia, por ejemplo, la posibilidad de que
vivan más de cuarenta millones de habitantes en un suelo reducido y pobre. Y,
lo que vale más, le ha devuelto la fe en sí misma, el ímpetu creador y el
entusiasmo.
España, contagiada de ese calor, no va a imitar a Italia: va a buscarse a
sí misma; va a buscar en las entrañas propias lo que Italia buscó en las suyas;
y va a encender en todos los españoles la fe resuelta en que pueden salvarse
juntos y salvar a España.
Nuestra Falange, portadora de la nueva fe, volverá a hacer de España una
nación e implantará en ella la justicia social. Le dará pan y fe. El sustento
digno y la alegría imperial.
* En «Obras de José Antonio Primo de Rivera, Edición Cronológica», Editado por la Delegación Nacional de la Sección Femenina de F.E.T. y de las J.O.N.S. - 1964.
[1] Artículo escrito,
en mayo de 1934, para el semanario «España Sindicalista», en Zaragoza, que no
llegó a publicarse.