«Radiomensaje a los fieles de España» - S. S. Pío XII (1876-1958)
Se cumplirá mañana un nuevo aniversario de la victoria definitiva de las tropas nacionales en la Guerra Civil de España (1 de abril de 1939). A modo de homenaje es bueno recordar, entonces, el esclarecedor mensaje que S. S. Pío XII envió para aquella memorable ocasión al heroico y fiel pueblo español.
Con inmenso gozo nos dirigimos a
vosotros, hijos queridísimos de la Católica España, para expresaros nuestra
paterna congratulación por el don de la paz y de la victoria, con que Dios se
ha dignado coronar el heroísmo cristiano de vuestra fe y caridad, probado en
tantos y tan generosos sufrimientos.
Anhelante y confiado esperaba
Nuestro Predecesor, de s. m., esta paz providencial, fruto sin duda de aquella
fecunda bendición, que en los albores mismos de la contienda enviaba «a cuantos
se habían propuesto la difícil y peligrosa tarea de defender y restaurar los
derechos y el honor de Dios y de la Religión»[1];
y Nos no dudamos de que esta paz ha de ser la que él mismo desde entonces
auguraba, «anuncio de un porvenir de tranquilidad en el orden y de honor en la
prosperidad»[2].
Los designios de la Providencia,
amadísimos hijos, se han vuelto a manifestar una vez más sobre la heroica
España. La Nación elegida por Dios como principal instrumento de evangelización
del Nuevo Mundo y como baluarte inexpugnable de la fe católica, acaba de dar a
los prosélitos del ateísmo materialista de nuestro siglo la prueba más excelsa
de que por encima de todo están los valores eternos de la religión y del
espíritu. La propaganda tenaz y los esfuerzos constantes de los enemigos de
Jesucristo parece que han querido hacer en España un experimento supremo de las
fuerzas disolventes que tienen a su disposición repartidas por todo el mundo; y
aunque es verdad que el Omnipotente no ha permitido por ahora que lograran su
intento, pero ha tolerado al menos algunos de sus terribles efectos, para que
el mundo viera, cómo la persecución religiosa, minando las bases mismas de la
justicia y de la caridad, que son el amor de Dios y el respeto a su santa ley,
puede arrastrar a la sociedad moderna a los abismos no sospechados de inicua
destrucción y apasionada discordia.
Persuadido de esta verdad el sano
pueblo español, con las dos notas características de su nobilísimo espíritu,
que son la generosidad y la franqueza, se alzó decidido en defensa de los
ideales de fe y civilización cristianas, profundamente arraigados en el suelo
de España; y ayudado de Dios, «que no abandona a los que esperan en Él» (Jdt 13,
17) supo resistir al empuje de los que, engañados con lo que creían un ideal
humanitario de exaltación del humilde, en realidad no luchaban sino en provecho
del ateísmo.
Este primordial significado de
vuestra victoria nos hace concebir las más halagüeñas esperanzas, de que Dios
en su misericordia se dignará conducir a España por el seguro camino de su
tradicional y católica grandeza; la cual ha de ser el norte que oriente a todos
los españoles, amantes de su Religión y de su Patria, en el esfuerzo de
organizar la vida de la Nación en perfecta consonancia con su nobilísima
historia de fe, piedad y civilización católicas.
Por esto exhortamos a los
Gobernantes y a los Pastores de la Católica España, que iluminen la mente de
los engañados, mostrándoles con amor las raíces del materialismo y del laicismo
de donde han procedido sus errores y desdichas y de donde podrían retoñar
nuevamente. Proponedles los principios de justicia individual y social, sin los
cuales la paz y prosperidad de las naciones, por poderosas que sean, no pueden
subsistir, y son los que se contienen en el Santo Evangelio y en la doctrina de
la Iglesia.
No dudamos que así habrá de ser,
y la garantía de nuestra firme esperanza son los nobilísimos y cristianos
sentimientos, de que han dado pruebas inequívocas el Jefe del Estado y tantos
caballeros sus fieles colaboradores con la legal protección que han dispensado
a los supremos intereses religiosos y sociales, conforme a las enseñanzas de la
Sede Apostólica. La misma esperanza se funda además en el celo iluminado y
abnegación de vuestros Obispos y Sacerdotes, acrisolados por el dolor, y
también en la fe, piedad y espíritu de sacrificio, de que en horas terribles
han dado heroica prueba las clases todas de la sociedad española.
Y ahora ante al recuerdo de las
ruinas acumuladas en la guerra civil más sangrienta que recuerda la historia de
los tiempos modernos, Nos, con piadoso impulso inclinamos ante todo nuestra frente
a la santa memoria de los Obispos, Sacerdotes, Religiosos de ambos sexos y
fieles de todas edades y condiciones que en tan elevado número han sellado con
sangre su fe en Jesucristo y su amor a la Religión católica: «maiorem hac dilectionem nemo habet», «no
hay mayor prueba de amor» (Jn 15,
13).
Reconocemos también nuestro
deber de gratitud hacia todos aquellos que han sabido sacrificarse hasta el
heroísmo en defensa de los derechos inalienables de Dios y de la Religión, ya
sea en los campos de batalla, ya también consagrados a los sublimes oficios de
caridad cristiana en cárceles y hospitales.
Ni podemos ocultar la amarga
pena que nos causa el recuerdo de tantos inocentes niños, que arrancados de sus
hogares han sido llevados a lejanas tierras con peligro muchas veces de
apostasía y perversión: nada anhelamos más ardientemente que verlos restituidos
al seno de sus familias, donde volverán a encontrar ferviente y cristiano el
cariño de los suyos. Y aquellos otros, que como hijos pródigos tratan de volver
a la casa del Padre, no dudamos que serán acogidos con benevolencia y amor.
A Vosotros toca, Venerables
Hermanos en el Episcopado, aconsejar a los unos y a los otros, que en su
política de pacificación todos sigan los principios inculcados por la Iglesia y
proclamados con tanta nobleza por el Generalísimo: de justicia para el crimen y
de benévola generosidad para con los equivocados. Nuestra solicitud, también de
Padre, no puede olvidar a estos engañados, a quienes logró seducir con halagos
y promesas una propaganda mentirosa y perversa. A ellos particularmente se ha
de encaminar con paciencia y mansedumbre Vuestra solicitud Pastoral: orad por
ellos, buscadlos, conducidlos de nuevo al seno regenerador de la Iglesia y al
tierno regazo de la Patria, y llevadlos al Padre misericordioso, que los espera
con los brazos abiertos.
Ea pues, queridísimos hijos, ya
que el arco iris de la paz ha vuelto a resplandecer en el cielo de España,
unámonos todos de corazón en un himno ferviente de acción de gracias al Dios de
la Paz y en una plegaria de perdón y de misericordia para todos los que
murieron; y a fin de que esta paz sea fecunda y duradera, con todo el fervor de
Nuestro corazón os exhortamos a «mantener la unión del espíritu en el vínculo
de la paz » (Ef 4, 2-3). Así unidos y obedientes a vuestro
venerable Episcopado, dedicaos con gozo y sin demora a la obra urgente de
reconstrucción, que Dios y la Patria esperan de vosotros.
En prenda de las copiosas
gracias, que os obtendrán la Virgen Inmaculada y el Apóstol Santiago, patronos
de España, y de las que os merecieron los grandes Santos españoles, hacemos
descender sobre vosotros, Nuestros queridos hijos de la Católica España, sobre
el Jefe del Estado y su ilustre Gobierno, sobre el celante Episcopado y su
abnegado Clero, sobre los heroicos combatientes y sobre todos los fieles
Nuestra Bendición Apostólica.
16
de abril de 1939
* En el sitio digital de la Santa Sede; discursos de S. S. Pío XII