«Enfermedad» - P. Johannes Pinsk (1891-1957)
La enfermedad es levantada al plano
sacramental mediante especiales bendiciones del enfermo, como también en las
correspondientes misas votivas; pero particularmente por el sacramento de la
Santa Unción.
Este ha sido,
en verdad, valorado y admitido, a través del desarrollo histórico de la vida
cristiana en la Iglesia de Jesucristo, bajo puntos de vista totalmente
diferentes; una veces más bien como una consagración para la muerte; otras en
cambio, como una acción por la cual se buscaba, con la gracia interna, también la
superación de la enfermedad corporal[1].
A mi juicio,
ambos puntos de vista, pueden unificarse considerando que el sacramento de la Unción es una consagración
de la enfermedad; la cual se transforma, como el nacimiento en el Bautismo,
la edad adulta en la Confirmación, el comer y el beber en la Eucaristía, en un
acontecimiento, de alguna manera, sacramental de la gracia.
El hombre
enfermo puede entender, a través de este sacramento, el hondo sentido de todo
padecimiento terreno, particularmente de la enfermedad: ante todo ha de ver la
relación de la enfermedad con el pecado. Aunque esta relación no siempre es
necesariamente actual en cada individuo, sin embargo la dependencia entre
enfermedad y pecado es fundamental; porque aquella es una maldición y consecuencia
de éste. Quien recibe el sacramento de la Unción debe afirmarse en un
sentimiento de penitencia para saber llevar su enfermedad como envío y prueba
de Dios. Debe además afirmarse en la confianza de que su enfermedad puede
convertirse en curación; curación en
sentido de expiación del pecado; curación en sentido de participación y
crecimiento de la nueva vida en la gracia; y en alguna circunstancia también,
curación en el sentido de que el restablecimiento o aumento de la vida de la
gracia puede actuar aun sobre la salud corporal.
La conexión
entre el pecado y la enfermedad y entre la remisión del pecado y la liberación
por medio de la enfermedad debe también encontrarse, por lo mismo, entre las curaciones que el Señor durante su
actividad terrena ha realizado. De este tenor aparece claramente ser la
curación del paralítico en el cual Jesús primero anuncia solamente la
liberación de los pecados y la curación del alma; y recién después, y solamente
como manifestación externa de haber conseguido esta curación, realiza también
la curación de la enfermedad.
Cuando he aquí que le presentaron un
paralítico postrado en un lecho. Y al ver Jesús su fe, le dijo al tullido: Ten
confianza, hijo, que perdonados te son tus pecados. A lo que ciertos escribas
dijeron luego para sí: Éste blasfema. Mas Jesús, viendo sus pensamientos, dijo:
¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, el decir: se te
perdonan tus pecado, o el decir: levántate y anda? Pues para que sepáis que el
Hijo del hombre tiene en la tierra potestad de perdonar pecados, levántate
(dijo al mismo tiempo al paralítico), toma tu lecho, y vete a tu casa. Y
levantóse y fuése a su casa. Lo cual viendo las gentes, quedaron poseídos de un
santo temor, y dieron gloria a Dios por haber dado tal potestad a los hombres.
(San Mateo, IX – 2-8). Este milagro del Señor declara muy bien el sentido de la
unción de los enfermos al dar a entender las dos posibilidades de curación: la
del alma y la del cuerpo, en la liberación del pecado y de la enfermedad, solamente
la remisión del pecado se pone en primer plano, mientras que la enfermedad sólo
se la toca después, en cuanto es una sanción del pecado. Porque la palabra del
Señor hubiera salvado en verdad al
paralítico aunque no se hubiera confirmado la remisión de los pecados mediante
la curación corporal.
Por lo demás,
respecto a las curaciones de enfermos y resurrección de muertos hechos por
Cristo, debe decirse que de ninguna manera fueron realizados solamente para
prestar ayuda a los cuerpos o a la vida natural. Esto lo demuestra ya la firme
conexión con la fe que manifiesta el
enfermo o los postulantes. Los Santos Padres han visto en estos milagros del
Señor una indicación de la última perfección del cuerpo en la integridad e
inviolabilidad que ha de alcanzar por gracia de la resurrección; ésta es la
victoria definitiva sobre el pecado y sus consecuencias. Análogamente, la
unción de los enfermos no considera la enfermedad corporal como la última y
definitiva realidad sino como un símbolo
en el cual se reconoce con claridad otra realidad definitiva: el pecado y su
derrota por la virtud salvadora y libertadora de la vida cristiana. ¿Está enfermo alguno de entre vosotros?
Llame a los presbíteros de la Iglesia y oren por él y han de ungirle con óleo
en nombre del Señor. La oración de la fe ayudará al enfermo y el Señor le
aliviará; y si tiene sobre sí pecados, le serán remitidos (Santiago, V -
14-15).
En la
administración de este sacramento se une a la unción de cada órgano y miembro
del cuerpo, la oración: Por esta santa
unción y por su piadosísima misericordia, te remita el Señor lo que has pecado
en el uso de los ojos, los oídos, el olfato, la boca, la lengua, las manos y
los pies.
De todos
modos, la enfermedad no se limita al círculo del peligro natural del cuerpo y
el alma; queda incluida de una manera concreta en una nueva dimensión de la
vida de gracia, es decir, de la vida cristiana; y es aquí donde experimenta, en
todos los caso, su curación decisiva
mediante la condonación del pecado.
Para esa
decisiva curación –como en el caso del paralítico– es en última instancia,
accidental que se vea confirmada por una curación corporal. Más bien es
decisivo que la enfermedad sea liberada de su enraizamiento en el pecado. Si
así sucede, entonces la enfermedad en unión con el sufrimiento que no tiene
común raíz de pecado, en unión al sufrimiento del Señor, se transforma en beata passio, en sufrimiento
beatificante. En esto se funda lo que podría llamar la sacramentalidad de la
enfermedad. De esta manera, la enfermedad se transforma en algo más que un
simple suceso corporal; más aún que una purificación espiritual, en sentido
humano, se convierte en órgano de la gracia especial de la Pasión de Cristo.
* En «El valor sacramental del
universo», Traducido del alemán por Juan R. Sepich. Editorial «Surco»,
La Plata – Buenos Aires. 1947, págs. 91-95.
[1]
La bendición de los enfermos –una para los adultos y otra para los niños– se
halla en el Rituale Romanum. Allí se
encuentra el rito para administrar la Santa Unción. El Missale Romanum tiene también una misa votiva Pro-Infermis. Además el Ritual tiene un capítulo especial «De
Visitatione et cura infirmorum», «De la visita y atención de los enfermos».