«El surgimiento del Nacionalismo (1927-1945)» - Aníbal D'Angelo Rodríguez (1927-2015)

Es éste un fragmento introductorio a una valiosa, esclarecedora y por ahora inédita conferencia. Un importante testimonio histórico, pleno de vivencias personales de su autor y cuya íntegra lectura «Decíamos Ayer...» recomienda vivamente, para lo cual, al pie de la página, podrá descargarse su texto completo.

I. NACIONALISMO
1. Les ruego tengan la benevolencia de concederme unos minutos para desarrollar una breve reflexión sobre el nacionalismo. Me parece que el carácter de este congreso más que autorizarla la exige.
Sabemos, en efecto, los que intervenimos en su preparación, que una de sus raíces más fuertes y definitorias fue la necesidad de salir al cruce de tantas insidias, calumnias e incomprensiones como las que se han alzado contra el nacionalismo en estos últimos años. Hasta tal punto que, al menos en mi caso personal, la razón última de mi participación es la necesidad de salir en defensa de quienes han sido mis maestros, aquellos que me ayudaron a encontrar un sentido a la vida. Me gustaría decir que me alzo «por una sagrada memoria», como lo hizo José Antonio cuando lanzó su candidatura –que ya era sin fe y sin respeto– en defensa de la memoria de su padre.
2. El pensamiento moderno, en cualquiera de sus formas, está inhibido de manera radical para comprender a la Nación y –a fortiori– al nacionalismo. Le aplica sus categorías racionalistas y cientificistas y lo que obtiene es siempre –lo aborde como lo aborde– un «animal que no existe». Y luego se copian unos a otros, se transmiten de mano en mano este objeto que les quema y con el que no saben qué hacer. Así Fukuyama[1] citando a Gellner (un ciego guiando a otro ciego), insiste en una curiosa idea que otros muchos han expuesto. El nacionalismo sería, para ellos, «un fenómeno específicamente moderno» que «no tiene ninguna raíz profunda en el alma humana». Claro está, son estas ideas las que llevan a los liberales a sorprenderse cada tantos años con lo que ellos llaman «resurrecciones del nacionalismo».
3. Otro escritor de la izquierda cultural –aunque pasado a la obediencia político-económica liberal–, Mario Vargas Llosa, tras insistir en ideas paralelas a las de Fukuyama-Gellner, termina un artículo publicado en La Nación del 27 de marzo del 93, con estas lúcidas advertencias: «El verdadero adversario que tiene por delante la cultura de la libertad en este fin de milenio engloba a todos aquellos extremismos, brutalidades y excentricidades sectarias. Y si no es atajado a tiempo podría crecer, metabolizarlos y conferirles una suerte de terrible respetabilidad. Es el nacionalismo». Dios te oiga.
4. Pero ¿qué son, en definitiva, esta Nación que tan poco comprende Fukuyama y este nacionalismo que tanto teme Vargas Llosa? En un importante ensayo, menos difundido de lo que merece, Emilio Samyn Ducó[2] comienza situando a la Nación en el orden que le pertenece: el de lo natural, el de aquello que es consustancial al hombre. A partir de ese origen natural, la historia construye la realidad concreta de cada nación. Por ello, añade Samyn, «todo lo humano, todo producto o producirse humano es necesaria e inevitablemente nacional». Lo nacional se convierte así en unos de los modos de ser del hombre, en la raíz de una de las facetas de su identidad, la identidad colectiva.
Pero se trata de un fenómeno vital, plástico y multiforme. A los modernos no les cabe en la cabeza entender que hubo una identidad nacional asiria y otra tolteca y otra visigoda. Y que todas ellas, existiendo como un sustrato perenne, sufrieron cambios y modificaciones que las fueron modelando. Y que las naciones, siendo las protagonistas de la Historia, conocieron relaciones de paz y amistad y relaciones bélicas que las hicieron madurar, sufrir, modificarse... y morir. Porque si Pareto decía que la Historia es el cementerio de las oligarquías, con mayor razón podría decirse que es el jardín y el cementerio de las Naciones.
5. El problema es que la mentalidad moderna jamás podrá entender a la Nación ni al nacionalismo. En primer lugar porque les aplica la metodología crítica racional-científica de las «ciencias del hombre» y –por ende– no puede llegar a su meollo. Una de las características centrales del pensamiento actual es ese intento desesperado de comprender las realidades sustanciales de la vida humana aplicándoles esa metodología que es hoy una ideología. Y, claro, con ella se pueden decir muchas cosas interesantes y llenar muchos libros pero jamás se logra penetrar en la esencia de aquello que es decisivo para el hombre. Así como las ciencias humanas fracasaron en encontrarle un sentido a la vida fracasan también cuando se la ven con temas como el amor o la Nación.
Pero hay otra razón mucho más de fondo para esa incapacidad moderna de entender la Nación. En mi libro «Aproximación a la posmodernidad»[3] he intentado probar que es falso que la modernidad se defina por el uso o el predominio de la razón o por la emergencia de un gobierno limitado frente a la persona y sus derechos. Sostengo allí que la modernidad se define por cuatro grandes rupturas, vinculadas entre sí: ruptura con Dios, ruptura con la Naturaleza, ruptura con el pasado y ruptura con los otros hombres. Es la emergencia terrible y colosal, de un hombre prometeico, que se levanta para destronar a Dios y edificarse un reino en la tierra vacío de toda relación con la tradición y con sus congéneres. De allí el ateísmo, de allí el abuso de la naturaleza, de allí la religión democrática y el individualismo salvaje. De allí, en sustancia, su enemistad con el nacionalismo al que considera (como hemos visto lo hace Vargas Llosa) el enemigo total.
6. Porque el nacionalismo es, en sustancia, el humilde reconocimiento de nuestras deudas. Así lo define Santo Tomás, al hablar de la piedad: «Debe decirse que el hombre se hace deudor a otros de diversos modos según la diversidad de la excelencia de éstos y de los beneficios de ellos recibidos. En uno y otro concepto tiene el primer lugar Dios, ya porque es el más excelente, ya porque es para nosotros el primer principio de ser y de gobierno. Mas secundariamente los principios de nuestro ser y dirección son los padres y la patria, de quienes y en la cual hemos nacido y sido criados. Y por esto después de Dios el hombre es principalmente deudor a los padres y a la patria. Luego, así como pertenece a la religión dar culto a Dios, así en grado secundario pertenece a la piedad tributar culto a los padres y a la patria... Y en el culto de la patria se entiende el culto de todos los conciudadanos y de todos los amigos de la patria. Y por tanto a ésos se extiende principalmente la piedad»[4].
7. Aparte de desmentir la estúpida suposición de que nación y nacionalismo son creaciones modernas, Santo Tomás define con aguda precisión al nacionalismo y –de paso– explica por qué Gellner, Fukuyama y Vargas Llosa lo odian tanto. Porque el nacionalismo es, antes que nada, ubicación del hombre en su realidad. Como centro de una red de dependencias y subordinaciones en la que nace y que lo definen. Dependencia de Dios, en primer lugar y por ello definición como criatura. Dependencia de los padres y por ello miembro de una familia, dependencia de los que han sido y por ello miembro de una Nación. Creo que aquí tocamos el núcleo mismo de la Nación. Que puede definirse como una procesión intemporal que navega en el tiempo. Viene de un pasado, de una tradición, va hacia un futuro, hacia un destino. Cada hombre, en ella, no puede ser un orgulloso eón que flota en el espacio, sino el participante de una empresa que ha comenzado antes que él y que lo orienta desde el pasado y lo hace solidario en la conquista del futuro.
8. Mucho se ha escrito sobre un supuesto «nacionalismo liberal» del siglo XIX. Hay allí un equívoco de fondo, muy fácil de detectar para los argentinos que conocen su historia. Nacionalismo y liberalismo son radicalmente incompatibles, como bien lo intuye Vargas Llosa. Lo nacional exige una solidaridad con los que fueron y con lo que serán que es ajena al mundo mental del hombre moderno, con su interés centrado en sus derechos y no en los deberes que lo unen a los demás. Cuando el liberalismo irrumpió en Europa y Occidente, coincidió con una de las tantas oleadas de «etnogénesis», según el término acuñado por Polakovic[5]. Así dos empresas paralelas se encontraron trabajando en aparente unión pero con objetivos muy diversos: por un lado los nacionales, que querían hacer una Nación, por el otro los liberales, que querían imponer una Constitución. Nuestras luchas civiles (y, en cierto sentido, toda nuestra historia) son claros testigos de este equívoco fundacional. Pero no hay tal «nacionalismo liberal» por la misma razón que no hay círculos cuadrados.
9. Con esta breve incursión por lo doctrinario sólo me he propuesto explicar la raíz de ese odio visceral contra el nacionalismo que orienta tantos trabajos sobre su historia. Los hombres y mujeres que los han escrito jamás podrán entender la materia con la que trabajan porque son por definición sus enemigos, como muy bien lo ha demostrado Días Araujo en un reciente ensayo[6].
Representamos dos mundos que no podrán compatibilizarse jamás. El mundo de los deberes, del religamiento con los otros y con el pasado, por un lado. El mundo de la libertad individual que gira como una rueda enloquecida, por el otro. No hay manera de acercar esos mundos ni componenda que pueda abarcarlos. Ellos lo saben y por eso nos declaran fuera de la humanidad. Nosotros lo sabemos y hemos asumido todos los riesgos y todas las consecuencias. Así Dios nos ayude.
[...]

* Conferencia que fue leída en el «Congreso de Historia del Nacionalismo Argentino» celebrado el 15 y 16 de agosto de 1998, en Buenos Aires.


[1] «El fin de la historia y el último hombre», Buenos Aires-1992, Planeta
[2] «Universalidad del nacionalismo»,  Buenos Aires-1978, Ediciones del autor.
[3] Buenos Aires-1998, EDUCA 
[4] Suma Teológica, II-II, Cuestión 101
[5] «Pensando la Nación» - Esteban Polakovic, Buenos Aires, 1986, G.E.L.
[6] «David Rock: un enemigo del objeto de su estudio: el nacionalismo argentino», Buenos Aires,           1997, Instituto Bibliogáfico Antonio Zinny.


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