«Oración de guerra» - Soldado Anónimo (1938)
En el frente del Ebro, un
hombre de Franco ha muerto cara al sol.
Sobre su cuerpo inerte fue hallada esta oración de guerra. La escribió la mano de un hombre que en la
nueva alborada de su patria había saludado a Dios con el saludo de los
gladiadores de Roma. La escribió un hombre que conocía el sentido santo de la
lucha: de esa lucha de brazo contra brazo y de alma contra alma, en que se
jugaba y se reconquistaba el destino de Europa.
Esta es su oración de
guerra, la oración de la vida y de la muerte: el mensaje que la vida mortal
recita delante de la muerte inmortal.
«¡Oh Dios,
Señor de los que dominan, Guía supremo, que tienes en tus manos las riendas de
la Vida y de la Muerte, escucha mi oración de guerra!
Haz, ¡oh
Señor!, que mi alma no vacile en el combate y mi cuerpo no sienta el temblor
del miedo.
Haz que yo
te sea fiel en la guerra, como te lo fui en la paz.
Haz que el
silbido agudo de los proyectiles alegre mi corazón.
Haz que la
sed y el hambre, el cansancio y la fatiga, no lo sienta mi espíritu, aunque lo
sientan mi carne y mis huesos.
Que mi
alma, Señor, esté siempre tensa, pronta al sacrificio y al dolor.
Que no
rehuya, ni con la imaginación siquiera, el primer puesto en el combate, la
guardia más dura en la trinchera, la misión más difícil en el avance.
Pon
destreza en mi mano para que mi tiro sea certero. Pon caridad en mi corazón
para que mi tiro sea sin odio.
Haz que,
por mi fe, yo sea capaz de cumplir lo imposible.
Que desee
morir y vivir a un tiempo.
Morir, como
tus santos apóstoles, como tus viejos profetas, para llegar a Ti.
Vivir, como
tus arriesgados misioneros, como tus antiguos cruzados, para luchar por Ti.
Te pido,
Señor, que la penitencia encarne en mi cuerpo y sepa sufrir con la sonrisa en
los labios. ¡Como sufrían tus mártires, Señor!
Concédeme,
¡oh Rey de las Victorias!, el perdón por mi soberbia.
Quise ser
el soldado más valiente de mi Ejército, el español más amante de mi Patria.
¡Perdona mi
orgullo, Señor!
Te lo ruego
por mis horas en vela, el fusil y el oído atentos a los ruidos misteriosos de
la noche.
Te lo pido
por mi guardia constante en el amanecer sonrosado de cada día.
Por mis
jornadas de hambre y sed, de fatiga y de dolor.
Si lo
alcanzo, Señor, ya mi sangre puede correr con júbilo por los campos de mi
patria y mi alma puede subir tranquila a gozarte en el Tiempo sin tiempo de tu Eternidad».
* En «Revista Sol y Luna», Buenos Aires, n° 5, 1940.