«Ceniza» - Juan Carlos Goyeneche (1913-1982)

    No está de más traer aquí, a un periódico político, la memoria de la ceniza.
    La ceniza es el último fin de la materia. Con ella la Cuaresma nos recuerda –a ese hombre olvidadizo e inestable que es cada uno de nosotros– que todo terminará aquí abajo por un puñado de polvo.
    Pero la ceniza es también penitencia, el espíritu de compunción por la culpa, es decir, uno de los medios de purificar el alma. La ceniza es el ayuno, la abstinencia, la limosna. La aceptación voluntaria de los padecimientos y el cumplimiento fiel de nuestras obligaciones.
    El cumplimiento fiel de nuestras obligaciones, hemos dicho. ¿Cuáles son las nuestras? A nosotros, en nuestra actuación pública nos obliga Dios y nos obliga la Patria.
   En tal sentido, la ceniza aceptada, con su simbolismo de redención y de culpa, nos trae un ansia nueva de ser cristianos, de ser argentinos, de ser hombres.
    Cristianos sin compromiso; argentinos sin transigencia; hombres sin mutilación.
    Antes de la ceniza estábamos apegados al falso lenguaje de las cosas; después de la ceniza una luz purificada transforma los valores de la realidad que nos circunda. Tal es la magia que encierra un poco de polvo sobre nuestras cabezas. Por medio de él queda quebrado el engaño; y con el engaño mueren la astucia, el guiño, la innoble transacción, el espíritu de derrota.
    Pero la Cuaresma no sólo nos invita a reparar las grietas que amenazan nuestro estado individual, sino también advierte de la ocasión propicia para que meditemos sobre el deplorable estado de nuestro ser social.
    Ese es el mensaje penitencial de la ceniza que deseamos destacar en esta Cuaresma que hoy como nación nos toca vivir.
    Para lo cual nos preguntamos con ánimo responsable: ¿Existe la Argentina; existe nuestra patria, o ha caducado ya como nación con signo propio, como nación con raigambre, con estilo, con historia?
    Existe, sí, pero débilmente; existe como una pequeña llama lánguida próxima a extinguirse.
    Y eso ¿por qué? ¿A causa de los enemigos, a causa de los que no sienten su tradición, no aman sus glorias y por consiguiente no reparan en su honor?
    A causa de ellos, sí, pero también a causa de nuestro desgano, de nuestra poquedad en el esfuerzo, de nuestra mental pereza, de nuestra abúlica actitud que ama el bien de la Patria, es verdad, pero todo lo espera de los otros. De los otros; de esos pocos que no bajan la guardia y tras de quienes se estará en el día del triunfo con palmas y ramos de olivos, pero a los que se negará tres veces en el día de la derrota. Así sucede siempre desde hace 2.000 años.
    Por algo la Iglesia siguiendo una tradición medieval extrae la ceniza de las palmas bendecidas el año anterior, como queriendo unir para nuestra enseñanza el recuerdo del entusiasmo en el triunfo con la triste defección en las horas de la prueba.
    ¡Tal la debilidad humana!
    Por eso nadie que se examine con honradez con respecto a sus deberes con Dios y con la Patria se encontrará exento de culpa; y es en el reconocimiento de la culpa cuando el hombre se reencuentra a sí mismo. La ceniza, pues, es una prueba de hombría.
    Pero el hombre argentino de hoy, como aquel delicatus miles, como aquel soldado afeminado que quería vencer sin combatir, tiene la virilidad dormida.
    ¿Qué ha de hacer para sacudirse del sueño que lo domina? No será, ciertamente, por medio de la exaltación del sexo o el sano alarde de la fuerza física como se reintegrará a su energía viril, sino por la respuesta humilde a esas palabras que se escuchan en el silencio con los oídos del alma: Dios,  Patria, Amor, deber de responsabilidad, voluntad de servicio.
    Llegar a Dios por vía de la inteligencia de poco sirve si contemporáneamente no se purifica el corazón. Lo mismo para servir a la Patria no basta conocerla, no basta desear su bien, hay que amarla con un amor de perfección que lleve a la reforma de ese pedacito de patria que es cada uno de nosotros.
    A la Patria como al alma se la gana por la ceniza en el tiempo de la ceniza.
    Que sea ésa nuestra meditación para este tiempo de Cuaresma.

En «Azul y Blanco», Buenos Aires, N° 140, 17 de febrero de 1959; y reproducido en «Juan Carlos Goyeneche», Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, T° IX – Ediciones Dictio – 1976, págs. 304-306.

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