«A un año del martirio de Carlos Alberto Sacheri» - Víctor Eduardo Ordóñez (1932-2005)
El próximo domingo, 22 de diciembre, se
cumplirán 45 años del asesinato de Carlos Alberto Sacheri. En su memoria, «Decíamos
ayer...» publica este entrañable recuerdo, escrito con ocasión del primer año de su muerte por quien fue un gran amigo suyo y a modo de glosa de una oración compuesta por Abelardo Pithod, cuyo texto íntegro podrá el lector descargar al pie de la página.
Carlos
Alberto Sacheri, hermano predilecto, camarada
******
Te
han muerto hermano queridísimo
Te
mataron por lo que eras
******
Y te
vas de la vida a la Vida
apretando
en tu pecho al Cristo que guardabas
¡No!
No hay muerte repentina
Tú
la miraste venir con ojazos buenos
******
como de frente y hace mucho la mirabas
Abelardo Pithod
El 22 de diciembre se cumplirá
el primer aniversario de la muerte por asesinato de Carlos Sacheri.
Hay algo de misterio y de
admirable en la muerte de Carlos Sacheri.
El misterio pertenece al
Misterio más profundo que rige la lucha entre el bien y el mal, es un misterio
religioso, un misterio de iniquidad.
Lo admirable está recogido en
los versos de Pithod. Carlos miró la muerte, su muerte, de frente, sin desviar
la vista, sin temerle. Pero no quiere decir que esa mirada haya sido la última;
la miraba desde el comienzo esperándola porque Carlos estuvo labrando, si así
se pudiera hablar, su propia muerte al mismo tiempo que labraba su vida.
No hay muerte repentina, esto es
cierto. Especialmente en el caso de Carlos Sacheri, en quien la muerte estaba
como predestinada en su obra, en su desafío al mundo, en su rebeldía frente al
mal, en su adhesión a Cristo y a Su Iglesia.
Una muerte sino deseada, a lo
menos prevista. Y una muerte que se prevé –aunque no se la tema– está
incorporada a la vida. Vino, artera, como lo es siempre la muerte sin alegría
de los marxistas; pero Carlos Sacheri, como canta el poeta, la miró de frente.
Posiblemente con dulzura, como a la eterna invitada. Como a la mensajera que
casi con bondad le dijo: «Carlos, hijo, tu misión ha terminado, tus luchas, tus
tensiones, tus entregas, tus hombreadas, han merecido premio del Padre, porque
han sido gratas a sus ojos».
Así se fue Carlos, con el Cristo
que apretaba en su pecho. Ese Cristo que era el centro de su vida y que fue
también el centro de su muerte. Lo sirvió en todo momento y hasta el último
momento, con la terquedad asombrosa de los mártires. Todo lo sacrificó a Él,
con la llaneza y la naturalidad de los cristianos auténticos. Todo, desde su
vocación intelectual a la que con tanta energía doblegó sin permitirse halagos
ni lujos dialécticos para someterla enteramente al fin del Reinado Social de
Cristo, hasta su propia vida.
Para volver a la idea anterior,
nos gustaría resaltar que Sacheri fue haciendo su vida en torno al ideal
político cristiano, día a día: golpe a golpe, enseñanza tras enseñanza, con la
humildad de lo cotidiano y sin desfallecer. Y así fue que la muerte lo empezó a
acechar desde entonces. Se volvió insoportable a sus enemigos, que son los
mismos enemigos de Cristo, su Bienamado, y cayó destrozado por su odio.
Carlos Sacheri ajustó su vida
pública y privada al ideal cristiano. Hubiera sido un exacto gobernante católico.
Como fue, por ejemplo, García Moreno.
Y como él, hubiera podido
exclamar: «Dios no muere». Es decir, que cada uno de nosotros no es más que un
instante y un instrumento de Dios que es el que permanece, el que vence, el que
no muere.
Bienaventurado aquel que como
Carlos Sacheri, contribuyó hasta con su vida a la gloria del que no muere, del
que siempre vence.
Descargar aquí el texto completo de la Oración