El Senescal y el Rey (fragmento)
JOHN R. R. TOLKIEN (1892-1973)
Ya todo estaba pronto en la Ciudad; y había un gran concurso de gente, pues la noticia había llegado a todos los ámbitos del Reino de Gondor, desde el Min-Rimon y hasta los Pinnath Gelin y las lejanas costas del mar; y todos aquellos que pudieron hacerlo se apresuraron a encaminarse a la Ciudad. Y la Ciudad se llenó una vez más de mujeres y de niños hermosos que volvían a sus hogares cubiertos de flores, y de Dol Amroth acudieron los tocadores de arpa más virtuosos de todo el país; y hubo tocadores de viola y de flauta y de cuernos de plata; y cantores de voces claras venidos de los valles de Lebennin.
Por fin un día, al caer de la
tarde pudieron verse desde lo alto de las murallas los pabellones levantados en
el campo, y las luces nocturnas ardieron durante toda aquella noche mientras
los hombres esperaban en vela la llegada del alba. Y cuando el sol despuntó
sobre las montañas del este, ya no más envueltas en sombras, todas las campanas
repicaron al unísono, y todos los estandartes se desplegaron y flamearon al
viento; y en lo alto de la Torre Blanca de la ciudadela, de argén
resplandeciente como nieve al sol, sin insignias ni lemas, el Estandarte de los
Senescales fue izado por última vez sobre Gondor.
Los Capitanes del Oeste
condujeron entonces el ejército hacia la Ciudad, y la gente los veía pasar,
fila tras fila, como plata rutilante a la luz del amanecer. Y llegaron así al
Atrio, y allí, a unas doscientas yardas de la muralla, se detuvieron. Todavía
no habían vuelto a colocar las puertas, pero una barrera atravesada cerraba la
entrada a la Ciudad, custodiada por hombre de armas engalanados con las libreas
de color plata y negro, las largas espadas desenvainadas. Delante de aquella
barrera aguardaban Faramir el Senescal, y Húrin el Guardián de las Llaves, y
otros capitanes de Gondor, y la Dama Éowyn de Rohan con Elfhelm el Mariscal y
numerosos caballeros de la Marca; y a ambos lados de la Puerta se había
congregado una gran multitud ataviada con ropajes multicolores y adornada con
guirnaldas de flores.
Ante las murallas de Minas
Tirith quedaba pues un ancho espacio abierto, flanqueado en todos los costados
por los caballeros y los soldados de Gondor y de Rohan, y por la gente de la
Ciudad y de todos los confines del país. Hubo un silencio en la multitud cuando
de entre las huestes se adelantaron los Dúnedain, de gris y plata; y al frente
de ellos avanzó lentamente el Señor Aragorn. Vestía cota de malla negra,
cinturón de plata y un largo manto blanquísimo sujeto al cuello por una gema
verde que centelleaba desde lejos; pero llevaba la cabeza descubierta, salvo
una estrella en la frente sujeta por una fina banda de plata. Con él estaban
Éomer de Rohan, y el Príncipe Imrahil, y Gandalf, todo vestido de blanco, y
cuatro figuras pequeñas que a muchos dejaron mudos de asombro.
-No, mujer, no son niños –le
dijo Ioreth a su prima de Imloth Melui–. Son Periain, del lejano país de los Medianos, y príncipes de gran fama,
dicen. Si lo sabré yo, que tuve que atender en las Casas a uno de ellos. Son
pequeños, sí, pero valientes. Figúrate, prima: uno de ellos, acompañado sólo
por su escudero, entró en la Tierra Tenebrosa, y allí luchó con el Señor
Oscuro, y le prendió fuego a la Torre ¿puedes creerlo? O al menos esa es la voz
que corre por la Ciudad. Ha de ser aquél, el que camina con nuestro Rey, el
Señor de Piedra de Elfo. Son amigos entrañables, por lo que he oído. Y el Señor
Piedra de Elfo es una maravilla: un poco duro cuando de hablar se trata, es cierto,
pero tiene lo que se dice un corazón de oro; y manos de Curador. ‘Las manos del
Rey son manos que curan’, eso dije yo; y así fue como se descubrió todo. Y
Mithrandir me dijo: ‘Ioreth, los hombres recordarán largo tiempo tus palabras,
y...’
Pero Ioreth no pudo seguir
instruyendo a su prima del campo, porque de pronto, a un solo toque de
trompeta, hubo un silencio de muerte. Desde la Puerta se adelantaron entonces
Faramir y Húrin de las Llaves, y sólo ellos, aunque cuatro hombres iban detrás
luciendo el yelmo de cimera alta y la armadura de la Ciudadela, y transportaban
un gran cofre de lebethrom negro con
guarniciones de plata.
Al encontrarse con Aragorn en el
centro del círculo, Faramir se arrodilló ante él y dijo: –El último Senescal de
Gondor solicita licencia para renunciar a su mandato. –Y le tendió una vara
blanca; pero Aragorn tomó la vara y se la devolvió, diciendo: –Tu mandato no ha
terminado, y tuyo será y de tus herederos mientras mi estirpe no se haya
extinguido. ¡Cumple ahora tus obligaciones!
Entonces Faramir se levantó y hablo con voz clara: –¡Hombres de Gondor, escuchad ahora al Senescal del Reino! He aquí que alguien ha venido por fin a reivindicar derechos de realeza. Ved aquí a Aragorn, hijo de Arathron, jefe de los Dúnedain de Arnor, Capitán del Ejército del Oeste, portador de la Estrella del Norte, el que empuña la Espada que fue forjada de nuevo, aquél cuyas manos traen la curación, Piedra de Elfo, Elessar de la estirpe de Valandil, hijo de Isildur, hijo de Elendil de Númenor. ¿Lo queréis por Rey y deseáis que entre en la Ciudad y habite entre vosotros?
Entonces Faramir se levantó y hablo con voz clara: –¡Hombres de Gondor, escuchad ahora al Senescal del Reino! He aquí que alguien ha venido por fin a reivindicar derechos de realeza. Ved aquí a Aragorn, hijo de Arathron, jefe de los Dúnedain de Arnor, Capitán del Ejército del Oeste, portador de la Estrella del Norte, el que empuña la Espada que fue forjada de nuevo, aquél cuyas manos traen la curación, Piedra de Elfo, Elessar de la estirpe de Valandil, hijo de Isildur, hijo de Elendil de Númenor. ¿Lo queréis por Rey y deseáis que entre en la Ciudad y habite entre vosotros?
Y el Ejército todo y el pueblo
entero gritaron sí con una sola voz.
Y Ioreth le dijo a su prima: –Esto no es más que una de las
ceremonias de la ciudad, prima; porque como te iba diciendo, él ya había
entrado; y me dijo... –Y en seguida tuvo que callar, porque Faramir hablaba de
nuevo.
–Hombres de Gondor, los sabios
versados en las tradiciones dicen que la costumbre de antaño era que el Rey
recibiese la corona de manos de su padre, antes que él muriera; y si esto no
era posible, él mismo iba a buscarla a la tumba del padre; no obstante, puesto
que en este caso el ceremonial ha de ser diferente, e invocando mi autoridad de
Senescal, he traído hoy aquí de Rath Dínen la corona de Earnur, el último Rey,
que vivió en la época de nuestros antepasados remotos.
Entonces los guardias se
adelantaron, y Faramir abrió el cofre, y levantó una corona antigua. Tenía la
forma de los yelmos de los Guardias de la Ciudadela, pero era más espléndida y
enteramente blanca, y las alas laterales de perlas y de plata imitaban las alas
de un ave marina, pues aquél era el emblema de los Reyes venidos de los Mares;
y tenía engarzadas siete gemas de diamante, y alta en el centro brillaba una
sola gema cuya luz se alzaba como una llama.
Aragorn tomó la corona en sus
manos, y levantándola en alto, dijo: –¡Et
Earello Endorenna utúlien. Sinome maruvan ar Híldinyar tenn'Ambarmetta!
Eran las palabras que había
pronunciado Elendil al llegar a los Mares en alas del viento: ‘Del Gran Mar he
llegado a la Tierra Media. Y ésta será mi morada, y la de mis descendientes,
hasta el fin del mundo’.
Entonces, ante el asombro de
casi todos, en lugar de ponerse la corona en la cabeza, Aragorn se la devolvió
a Faramir, diciendo: –Gracias a los esfuerzos y al valor de muchos entraré
ahora en posesión de mi heredad. En prueba de gratitud quisiera que fuese el
Portador del Anillo quien me trajera la corona, y Mithrandir quien me la
pusiera, si lo desea: porque él ha sido el alma de todo cuanto hemos realizado,
y esta victoria es en verdad su victoria.
Entonces Frodo se adelantó y
tomó la corona de manos de Faramir y se la llevó a Gandalf; y Aragorn se
arrodilló en el suelo y Gandalf le puso en la cabeza la Corona Blanca, y dijo: –¡En
este instante se inician los días del Rey, y ojalá sean venturosos mientras
perduren los tronos de los Valar!
Y cuando Aragorn volvió a
levantarse, todos lo contemplaron en profundo silencio, porque era como si se
revelara ante ellos por primera vez. Alto como los Reyes de los Mares de la
antigüedad, se alzaba por encima de todos los de alrededor; entrado en años
parecía, y al mismo tiempo en la flor de la virilidad; y la frente era asiento
de sabiduría, y las manos fuertes tenían el poder de curar; y estaba envuelto
en una luz. Entonces Faramir gritó:
–¡He aquí el Rey!
Y de pronto sonaron al unísono
todas las trompetas; y el Rey Elessar avanzó hasta la barrera, y Húrin de las
Llaves la levantó; y en medio de la música de las arpas y las violas y las
flautas y el canto de las voces claras, el Rey atravesó las calles cubiertas de
flores, y llegó a la ciudadela y entró; y el estandarte del Árbol y las
Estrellas fue desplegado en la torre más alta, y así comenzó el reinado del Rey
Elessar, que inspiró tantas canciones.
Durante su reinado la Ciudad
llegó a ser más bella que nunca, más aún que en los días de su primitiva
gloria; y hubo árboles y fuentes por doquier, y las puertas fueron de acero y
de mithril, y las calles pavimentadas con mármol blanco; allí iba a trabajar la
Gente de la Montaña, y para los Habitantes de los Bosques visitarla era una alegría;
y todo fue saneado y mejorado, y las casas se llenaron de hombres y de mujeres
y de risas de niños, y no hubo más ventanas ciegas ni patios vacíos; y luego
del fin de la Tercera Edad del Mundo, el esplendor y los recuerdos de los años
idos perduraron en la memoria de la nueva edad.
[...]
* En «El Señor de los Anillos – III
El retorno del Rey», Ediciones Minotauro, 1980, pp. 323-327.