Las Traiciones del Proceso
RICARDO CURUTCHET (1917-1996)

En un nuevo aniversario del llamado «Proceso de Reorganización Nacional», «Decíamos ayer...» publica el presente editorial. Bien se pueden apreciar allí las sustanciales diferencias existentes entre el pensamiento nacionalista –reflejado en aquellos tiempos, entre otros medios, en la Revista Cabildo– y el accionar político de aquel gobierno militar.

No entenderá qué ocurre (ni que ocurrirá) en el país quien ignore dos premisas fundamentales de su realidad política y espiritual: 1) que la derrota de Puerto Argentino y, en general, el estado de postración, de fracaso y de humillación que vive y soporta la Nación, pertenece –en forma absolutamente necesaria– a la historia de la República Liberal: la Argentina está como está porque es liberal en el sentido en que se ha constituido y no aspira a ser algo más que un segmento del Sistema Liberal Internacional; 2) que el Proceso de Reorganización no es más que una etapa, quizá la culminación, del Régimen Liberal implantado en, sobre y contra el país desde 1852.
Se puede advertir la tendencia generalizada de atribuir lo ocurrido en Malvinas a responsabilidad única del actual gobierno y de las Fuerzas Armadas. Sin duda hay mucho de verdad en tal juicio, pero así enunciado no incluye toda la verdad. El resultado de la guerra es la consecuencia de una voluntad histórica claudicante que viene inspirando al Estado liberal argentino desde su creación. Lo que se demuestra con la historia de sus relaciones exteriores, a través de la cual el país no hizo más que retirarse y rendirse, renunciar a sus derechos, abdicar de sus pretensiones y entregar sus intereses. Cuando gobernó el liberalismo ese retroceso, esa claudicación, fueron verdaderas constantes: desde 1810 hasta 1825 se perdieron el Alto Perú, Uruguay y Paraguay, por ejemplo. Trágico ciclo que se reanuda y renueva con el Proceso de Videla, Pastor y Camilión, los continuadores de Rivadavia y García en esta empresa de balcanización nacional.
La Argentina se encuentra, en estos momentos, cercada; un cerco que tiende a cerrarse hasta la asfixia. La diplomacia vaticana no es ajena a la maniobra. De ahí su insistencia en términos perentorios y nada disimulados para que nuestro gobierno se avenga a firmar el insólito Tratado de Paz y Amistad Perenne por el cual se le acordaría a Chile un enclave en el Atlántico Sur y, de esta manera, se produciría el bloqueo de la posición argentina en la región, con las Malvinas y el rosario de islas que se extiende hacia el este en poder de Inglaterra y con la boca del Beagle en manos de su más imperturbable y servicial aliado del Cono Sur.
Y mientras la cúpula militar, engrampada en su sociedad con el poder financiero, y ocupada y preocupada en tapar sus pecados, se esfuerza por olvidar y hacer que el país olvide la empresa de las Malvinas, el Paraná se vuelve vigente arrasando con un puerto interior argentino cuando el Brasil, aguas arriba, así lo dispuso. Es como si todas las miserias y todas las flaquezas que se acumularon durante el Proceso de Reorganización –que a su vez, fueron el resumen y la suma de las miserias y flaquezas del Proceso de Organización– se agolparan en un solo instante sobre la cabeza de la conducción liberal. Todas las consecuencias se vuelven acto, se hacen presente en su magno dramatismo, acotan una realidad tan ineludible como inocultable: la Argentina actual está derrotada, con un porvenir incierto que parece haber escapado a su control y a su voluntad.
En rigor son tres las derrotas y no una. De distinta naturaleza, si se prefiere sutilizar el panorama, hay como una vinculación interna entre ellas. Las tres vienen impuestas por una historia de deserciones y de traiciones, exaltada o disimulada –según la conveniencia– pero jamás revista. Cuando la gesta del 2 de abril fuimos los únicos en preguntarnos qué hacían allí, revistiéndose con los precarios ropajes de un efímero triunfo militar, los integrantes de una partidocracia tradicionalmente indiferente y desatenta a las cuestiones fundamentales de nuestra política exterior. Y nos lo seguimos preguntando, porque el interrogante se confirma a la vista de la frivolidad no suicida sino homicida con que esa misma partidocracia ha seguido ignorando los giros posteriores de la problemática internacional y la frivolidad con que ha reaccionado ante la prueba sensible, certísima, irrefutable, de la derrota argentina de Puerto Stroesssner en octubre de 1979[1]. Preocupada por el adelanto de las elecciones y golosa de la exención impositiva y demás ventajas con que el Estado contribuye a la institucionalización del país, no tiene tiempo ni ganas para dedicarle así sea una declamación a Puerto Iguazú y una jeremiada a Puerto Argentino, los dos nombres y las dos caras de una sola derrota.
La suerte de la Nación sigue jugándose en herméticos despachos donde no menos herméticos funcionarios –tan inidóneos como irresponsables– siguen sopesando el poder de las embajadas y la influencia de las consultoras.

* En  «Revista Cabildo», 2ª época – Año VII – N° 58, noviembre de 1982.


[1] Se refiere al «Acuerdo Multilateral sobre Corpus-Itaipú», firmado entre Brasil, Paraguay y Argentina, cuyo contenido resultaba harto desfavorable para los intereses políticos, geográficos y económicos de nuestro país (N. de «Decíamos ayer...»). 

Entradas más populares de este blog

«Verba Christi» - Dietrich von Hildebrand (1889-1997)

«Levantad vuestras cabezas porque vuestra redención se acerca» - San Rafael Arnáiz Barón (1911-1938)

«La Esperanza virtud heroica» - Abelardo Pithod (1932-2019)

Homilía en la Misa «Pro Eligendo Romano Pontifice» - S.S. Benedicto XVI (1927-2022)

«In memoriam (P. Julio Meinvielle)» - Revista Mikael (1973-1983)