«El Principito» (fragmento)
ANTOINE DE SAINT-EXUPÉRY (1900-1944)

Hoy, 1 de marzo, «Decíamos ayer...» cumple un año de existencia. Hemos de agradecer, pues, a los pacientes lectores que han alentado la permanencia de este blog. Vaya entonces este lindísimo fragmento de «El Principito» dedicado a todos los visitantes amigos.

XXI
Y entonces apareció el zorro;
–Buenos días –dijo el zorro.
–Buenos días –respondió cortésmente el principito, a la vez que se volvió, pero no vio a nadie.
–Estoy aquí –dijo la voz– al pie del manzano...
–¿Quién eres? –dijo el principito–. Eres muy bonito...
–Soy un zorro.
–Ven a jugar conmigo –le propuso el principito–. ¡Me siento tan triste!...
–No puedo jugar contigo –dijo el zorro–. No estoy domesticado.
–¡Ah! Perdón –dijo el principito.
Y añadió después de reflexionar:
–¿Qué significa «domesticar»?
–Tú no eres de aquí –dijo el zorro– ¿Qué buscas?
–Busco a los hombres –dijo el principito–. Pero ¿qué significa «domesticar»?
–Los hombres –dijo el zorro– poseen rifles y cazan. Eso es muy molesto. También crían gallinas; esa es su principal preocupación. ¿Tú buscas gallinas?

–No –dijo el principito–. Busco amigos. Pero ¿qué significa «domesticar»?
–Es algo que está muy olvidado –dijo el zorro-. Significa «crear lazos».
–¿Crear lazos?
–Seguro –dijo el zorro-. Tú no eres para mí, más que un chiquillo parecido a cien mil chiquillos y no te necesito. Tampoco tú a mí. No soy para ti más que un zorro parecido a cien mil zorros. En cambio, si me domesticas..., sentiremos necesidad uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo...
–Creo que empiezo a entender –dijo el principito–. Hay una flor... Creo que me ha domesticado.
–Es probable –contestó el zorro–. En este planeta, en la Tierra, ¡pueden ocurrir todo tipo de cosas...!
–¡Oh! No es en la Tierra –se apresuró a decir el principito.
El zorro se quedó no menos que intrigado.
–¿Acaso en otro planeta?
–Sí.
–¿Puedes decirme si hay cazadores en ese planeta?
–¡Oh, no! No los hay.
–Me está resultando muy interesante. ¿Hay gallinas?
–No.
–No existe nada que sea perfecto –dijo el zorro suspirando.
Luego prosiguió:
    –Mi vida es algo aburrida. Cazo gallinas y los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen como también los hombres se parecen entre sí. Francamente me aburro un poco. Estoy seguro que..., si me domesticas mi vida se verá envuelta por un gran sol. Podré conocer un ruido de pasos que será bien diferente a todos los demás. Los otros pasos, me hacen correr y esconder bajo la tierra. Pero el tuyo sin embargo, me llamará fuera de la madriguera, como una música. ¡Mira! ¿Puedes ver allá a lo lejos los campos de trigo? Yo no como pan, por lo que para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo nada me recuerdan. ¡Es triste! Pero tú tienes cabellos de color oro. Cuando me hayas por fin domesticado, los campos de trigo me recordarán tus cabellos de oro, y amaré el rumor del viento entre las espigas...
El zorro en silencio, miró por un largo rato al principito.
–Por favor... ¡domestícame! –suplicó.
–Lo haría, pero... no dispongo de mucho tiempo –contestó el principito. Quisiera encontrar amigos y conocer muchas cosas.
–¿Sabes...? Sólo se conocen las cosas que se domestican –afirmó el zorro. Los hombres carecen ya de tiempo. Compran a los mercaderes cosas ya hechas. Y... como no existen mercaderes de amigos, es muy simple, los hombres ya no tienen amigos. Si realmente deseas un amigo, ¡domestícame!
–Y... ¿qué es lo que debo hacer? –preguntó el principito.
–Debes tener suficiente paciencia –respondió el zorro–. En un principio, te sentarás a cierta distancia, algo lejos de mí sobre la hierba. Yo te miraré de reojo y tú no dirás nada. La palabra suele ser fuente de malentendidos. Cada día podrás sentarte un poco más cerca.
Al otro día el principito volvió:
–Lo mejor es venir siempre a la misma hora –dijo el zorro-. Si sé que vienes a las cuatro de la tarde, comenzaré a estar feliz desde las tres. A medida que se acerque la hora más feliz me sentiré. ¡A las cuatro estaré agitado e inquieto; comenzaré a descubrir el precio de la felicidad! En cambio, si vienes a distintas horas, no sabré nunca en qué momento preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
–¿Qué son los ritos? –preguntó el principito.

–Se trata también de algo bastante olvidado –contestó el zorro–. Es aquello que hace que un día se diferencie de los demás, una hora de las otras horas. Te daré un ejemplo. Entre los cazadores hay un rito. Todos los jueves bailan con las jóvenes del pueblo. Para mí el jueves es un maravilloso día, ya que paseo hasta la viña. Si los cazadores no tuvieran un día fijo para su baile, todos los días serían iguales y yo no tendría vacaciones.
Fue así como el principito domesticó al zorro. Pero al acercarse la hora de la partida:
–¡Ah! –dijo el zorro–. Voy a llorar.
–No es mi culpa –repuso el principito–. Tú quisiste que te domesticara, no fue mi intención hacerte daño...
–Es cierto, yo quise que me domesticaras –dijo el zorro.
–¡Pero tú llorarás!
–Así es –confirmó el zorro.
–¿Ganas algo entonces? –preguntó el principito.
–Gano –aseguró el zorro– por el color del trigo.
Luego sugirió al principito:
–Vuelve y observa una vez más el jardín de rosas. Ahora comprenderás que tu rosa es única en el mundo. Cuando vuelvas para decirme adiós, yo te regalaré un secreto.
Se dirigió el principito nuevamente a la rosas:
–En absoluto os parecéis a mi rosa. Nadie os ha domesticado y vosotras no habéis domesticado a nadie. Así era mi zorro antes, semejante a cien mil otros. Al hacerlo mi amigo, ahora es único en el mundo.
Las rosas se mostraron ciertamente molestas.
–Sois bellas, realmente, pero aún estáis vacías –agregó el principito–. Nadie puede morir por vosotras. Es probable que una persona común crea que mi rosa se os parece. Ella siendo sólo una, es sin duda más importante que todas vosotras, pues es ella la rosa a quien he regado, a quien he puesto bajo un globo; es la rosa que abrigué con el biombo. Ella es la rosa cuyas orugas maté (excepto unas pocas que se hicieron mariposas). Ella es a quien escuché quejarse, alabarse y aún algunas veces, callarse. Ella es mi rosa...
Regresó hacia donde estaba el zorro:
–Adiós –dijo.
–Adiós –dijo el zorro–. He aquí mi secreto: no se ve bien sino con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos.
–Lo esencial es invisible a los ojos –repitió el principito a fin de recordarlo.
–El tiempo que dedicaste por tu rosa, es lo que hace que ella sea tan importante para ti.
–El tiempo que dediqué por mi rosa... –repitió el principito para no olvidar.
–Los hombres ya no recuerdan esta verdad –dijo el zorro–. En cambio tú, por favor... no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa...
–Soy responsable de mi rosa... –dijo en voz alta el principito a fin de recordar...

* En «El Principito»,  cap.21.

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