«Sobre la España franquista» - Alexandr Solzhenitsyn(1918-2008)
«La humanidad yace en
una crisis prolongada, que comenzó hace 300 y en algunos países hace 400 años,
cuando la gente se apartó de la religión, se apartó de la fe en Dios, dejó de
reconocer que hay algo por encima de uno y puso como fundamento la filosofía
pragmática... Una crisis, insisto, que no es política, sino moral».
Respuesta: Usted sabe,
efectivamente, por ciertas razones que quizás no sería tan fácil señalar, España
ocupa un lugar completamente especial en la literatura rusa. Casi ningún
escritor y poeta ruso importante ha pasado de largo frente al tema español. Y, además, muchos consagrados compositores rusos también se ocuparon de España. Se
pueden construir conjeturas en torno a lo que hay en común o ata a estos dos
países, ubicados en el extremo oriente y el extremo occidente de Europa.
Parecería que nuestro tipo nacional se diferencia mucho en aspecto exterior, en
comportamiento: los españoles y los rusos no se parecen entre ellos para nada,
pero quizás encontremos asombrosos rasgos comunes de nuestra historia. De
hecho, Rusia y España defendieron a Europa de dos invasiones: Rusia de los
mongoles, España de los moros, y si no fuera por Rusia y España, la Europa
contemporánea, evidentemente, no sería ella misma, no sería aquello que es hoy.
Su historia independiente fue asegurada por estos dos escudos: de Oriente y
Occidente. Otra cosa común en la historia de Rusia y España es el hecho de que
ambos países resistieran la invasión napoleónica: sólo ellos, nadie más en
aquel entonces, además de ellos. Puede ser que haya algo común en aquella reserva
de energía que impulsó a la influencia rusa y a la española a que llegaran tan
lejos. El año pasado, en la costa del Pacífico de Estados Unidos, he podido
comprobar que estas dos influencias justamente confluyeron en el confín opuesto
del globo terráqueo: la española desde el Sur, la rusa a través de Alaska. En
todo caso, esa gran atención hacia el tema español se observa claramente en la
literatura rusa.
Pregunta: En su relato Un
suceso en la estación Krechetovka, el teniente Zotov, con gran emoción, se
refiere a la guerra civil española. En cuanto a usted, ¿qué contacto tuvo con
la temática española?
Respuesta: Debo decir que
España también rozó mi vida. Bueno, en los campos de concentración me encontré
bastantes allí encarcelados, ya sea ex niños españoles llevados a la URSS, ya
sea ex revolucionarios españoles y marinos y aviadores que fueron a parar a la
Unión Soviética. Mencioné varios de estos casos en Archipiélago Gulag.
Pero aún antes, España ingresó en la vida de mi generación. Nosotros, yo y mis coetáneos,
teníamos entre18 y 20 años en aquella época, cuando transcurría vuestra guerra
civil. Y aquí vemos la asombrosa influencia de la ideología política, de la
desalmada religión terrenal del socialismo, vemos con qué fuerza captura almas
juveniles, ¡con qué aparente claridad les muestra supuestamente la decisión
correcta! Corrían los años 37-38. Donde estábamos nosotros, en la Unión
Soviética, imperaba el sistema carcelario, se arrestaba a millones de personas.
Si mencionamos sólo a los fusilados, ¡eran un millón por año! Sin hablar ya de
que sin respiro funcionaba el Archipiélago Gulag: entre 12 y 15 millones
estaban detrás de los alambres de púa. A pesar de esto, nosotros, como despreciando la realidad, con todo el
corazón ardíamos por y participábamos en vuestra guerra civil. Para
nosotros, para nuestra generación, sonaban como entrañables los nombres de
Toledo, de la ciudad universitaria de Madrid, del Ebro, Teruel, Guadalajara. Y
si hubiéramos sido convocados y se nos hubiera permitido, estaríamos dispuestos
a lanzarnos todos hacia aquí, a guerrear por los republicanos. Esa es la
particularidad de la ideología socialista, que arrebata tanto a las almas
jóvenes con su quimera, con sus llamamientos, que las obliga a olvidar la
realidad, su realidad, a menospreciar a su propio país, a abalanzarse hacia un
ensueño tan abstracto.
He escuchado que vuestros
exiliados políticos dicen que la guerra civil les costó a ustedes medio millón
de víctimas. Concedamos que sea cierto. Hay que decir entonces que nuestra
guerra civil nos quitó a nosotros 2 o 3 millones. Además, terminaron en forma
distinta vuestra guerra civil y la nuestra. En el caso de ustedes, triunfó una
cosmovisión cristiana porque a la guerra le quisieron poner ahí un punto final,
para restañar las heridas. En el caso nuestro, triunfó la ideología comunista y
el fin de la guerra civil no significó sino su comienzo. A partir del fin de la
guerra civil, comenzó propiamente la guerra del régimen contra su pueblo. El profesor Kurganov, por las vías indirectas que tiene
la ciencia de la estadística, calculó que de 1917 a 1959, sólo a causa de la
guerra interna del régimen soviético contra su pueblo, o sea por su aniquilamiento
vía el hambre, la colectivización, el destierro exterminador de los campesinos,
las cárceles, los campos de concentración, por simples fusilamientos,
perecieron. en nuestro caso, junto con nuestra guerra civil, 66 millones de
personas. Es una cifra casi imposible de imaginar. E imposible de creer.
Y el profesor Kurganov cita otra cifra: cuántos perdimos en la Segunda Guerra
Mundial. Esa cifra también es inimaginable. Esa guerra se llevó a cabo sin
tener en cuenta las divisiones, los cuerpos de ejército, las millones de
personas que perecieron. De acuerdo a sus cálculos, hemos perdido en la Segunda
Guerra Mundial, a causa de la manera desdeñosa y atrabancada en que fue
conducida, 44 millones de personas.
Asombrosamente, Dostoievsky, a
fines del siglo pasado, predijo que el socialismo le costaría a Rusia cien
millones de vidas. Dostoievsky lo dijo en los años 70 del siglo XIX. Era
imposible creer eso: ¡una cifra fantástica! Pero esa profecía no sólo se
cumplió, sino que fue superada: nosotros no hemos perdido cien millones, hemos
perdido 110 millones, y seguimos perdiendo.
El hecho es que perdimos un
tercio de aquella población que hubiéramos tenido, de no haber seguido por el
camino del socialismo. Es decir que perdimos la mitad de la población que hoy
nos queda. Recomiendo calurosamente a aquellos que puedan, que lean esos
cálculos del professor Kurganov, para entender de dónde salieron esas horrendas
cifras.
Ustedes esquivaron esa
experiencia, ¡no supieron lo que es el comunismo! Vuestros círculos
progresistas llaman dictadura al régimen político que ustedes tienen. Pues ya
llevo unos diez días viajando por España. Viajo sin ser reconocido por nadie,
observo atentamente la vida, miro con mis propios ojos. Me asombro. ¿Saben
ustedes lo que es una dictadura, qué cosa es llamada con tal nombre? ¿Entienden
ustedes lo que es una dictadura? He aquí varios ejemplos que acabo de ver personalmente.
Ningún español está atado al
lugar de su domicilio. Tiene la libertad de vivir aquí o mudarse a otra parte
de España. En tanto que nuestro hombre soviético no puede hacer eso, estamos
amarrados al lugar con la llamada «propiska», o registro policial. En
nuestro caso, las autoridades locales deciden si yo tengo o no el derecho de
mudarme de ese lugar. Esto significa que estoy totalmente a merced de las
autoridades locales. Ellas hacen conmigo lo que quieren, y yo no puedo partir.
Luego me entero de que los
españoles pueden viajar libremente al exterior. Quizás ustedes leyeron en los
diarios: de la Unión Soviética, bajo una poderosísima presión de la opinión
pública internacional, bajo la formidable presión de los Estados Unidos, están
dejando salir, y aun así con grandes dificultades, a cierta parte de los
judíos. En tanto que el resto de los judíos y, aparte de los judíos, las demás
nacionalidades, no pueden salir para nada. Nos encontramos en nuestro país como
en una cárcel.
Yo camino por Madrid, por otras
ciudades, ya he recorrido más de doce, y veo que en los kioskos de diarios se
venden todas las publicaciones europeas más importantes. ¡No puedo creerle a mi
ojos! Si en la Unión Soviética se hubiera exhibido uno de esos diarios, tan solo
por un minuto, la policía inmediatamente se lanzaría a arrancarlo. En tanto que,
en vuestro caso, se venden lo más campantes.
Veo que ustedes trabajan con
fotocopiadoras. Una persona puede pagar cinco pesetas y recibir la copia de
cualquier documento. En nuestro caso, eso es inaccesible para ningún ciudadano
de la Unión Soviética. La persona que utiliza una fotocopiadora con fines que
no sean de trabajo, que no sean para los jefes, sino para uno mismo, recibe una
condena de prisión como si se tratara de una actividad contrarrevolucionaria.
En vuestro caso, aunque con
algunas limitaciones, se permiten las huelgas. En nuestro país, durante 60 años
de existencia del socialismo nunca fue permitida ni una sola huelga. Los
participantes de las huelgas de los primeros años del gobierno soviético eran
fusilados con ametralladoras, a pesar de que tuvieran solamente exigencias
económicas, mientras que otros eran encarcelados acusados de actividades contrarrevolucionarias.
Y hoy en día a nadie se le ocurre convocar a una huelga. Yo publiqué en la
revista literaria Novy Mir el cuento Para bien de la causa, y
escribí allí una frase, en la que un estudiante insta a otros: «Anunciemos una
huelga». Ya no la censura, sino la propia revista Novy Mir tachó esa
frase, porque la palabra «huelga» no puede ser pronunciada y publicada en la Unión
Soviética. Y yo digo: vuestros progresistas, ¿saben acaso lo que es una
dictadura? Si a nosotros nos brindaran esas mismas condiciones hoy, en la Unión
Soviética, hubiéramos quedado boquiabiertos. Hubiéramos dicho: esto es una
libertad nunca vista, hace ya 60 años que no vemos una libertad así.
Hace poco ustedes tuvieron una
amnistía. Ustedes la llaman una amnistía limitada. A los luchadores políticos,
que con las armas en la mano realmente llevaron a cabo una lucha política, se
les ha rebajado la mitad de la condena. Debo decir: ¡ojalá a nosotros nos
dieran una idéntica amnistía limitada por única vez en 60 años! Durante 60 años
de existencia de la Unión Soviética, nosotros, los presos políticos, nunca hemos
tenido ningún tipo de amnistía. Nos íbamos a la cárcel, para morir allí. Sólo
unos pocos volvieron para contarlo.
Lógicamente,
toda esa pesada experiencia comunista, nosotros la hemos transformado en
nuestras almas. Después de tantas bajas durante 60 años, hemos recibido tal
vacuna contra el comunismo, como no la tiene nadie en Europa y nadie en
Occidente. En nuestro caso hoy es absolutamente imposible que en una
reunión privada, extraoficial, alguien hable seriamente del comunismo. Todos lo
considerarían un imbécil. Espiritualmente, ya nos hemos liberado del
sovietismo. Pero tuvimos que sufrir una experiencia demasiado pesada para
llegar a ello.
En los años 60 del siglo pasado,
el Emperador Alejandro II comenzó un programa de grandes, fundamentales y
lentas reformas. Quería transfigurar paulatinamente a Rusia, llevándola a la
libertad y al desarrollo. Pero un puñado de revolucionarios en 1861 emitió una
proclama, un volante. Allí decía: «Nosotros no podemos esperar las reformas, no
queremos esperarlas, queremos la liberación absoluta inmediata, sin gradualismo.
Y puesto que el gobierno no nos quiere conceder eso, comenzamos el terror».
Y cuando Alejandro II en 1861
llevó a cabo la liberación de los campesinos de la servidumbre, cuando
Alejandro II en 1864 dio al país una gran reforma judicial, en respuesta a eso,
a partir de 1866, los revolucionarios comenzaron a dispararle. Hubo siete
atentados contra el Zar. Se intentaba cazar al Zar, como si fuera un animal. Y
en 1881 lo mataron. Después de eso comenzaron a matar a los primeros ministros,
a los ministros del Interior, a los más importantes gobernadores, administradores.
Así comenzó la guerra entre los revolucionarios y los círculos gobernantes… Y
toda la opinión pública libre, liberal de Rusia, no lo tomó sensatamente, no
detuvo a los revolucionarios, sino que los aplaudió. Cada asesinato de un
político prominente de Rusia provocaba júbilo, generaba aplausos. La sociedad
ayudaba a los revolucionarios a esconderse, ayudaba a los terroristas a
escaparse. Y personajes importantes de la sociedad rusa defendían a los
terroristas como a sus favoritos más queridos, como si fuera gente inocente.
Repito, esta historia es del siglo XIX, todo esto nos pasó a nosotros casi un
siglo atrás. Y hoy eso está pasando en todo el mundo y en toda Europa.
Nosotros hemos sido testigos en
el otoño del año pasado, de cómo la sociedad occidental se conmovía ante el
destino de los terroristas españoles condenados a muerte[2], mucho más que ante el
exterminio de 60 millones de personas en la Unión Sovética. Vemos hoy cómo la
sociedad, la sociedad progresista, exige reformas inmediatas de sus gobiernos y
vitorea y se alegra ante los actos terroristas. Esto nos pasó a nosotros cien
años atrás, y hoy, desde nuestro futuro, les puedo decir en qué terminó.
Terminó en esto: ambas partes se ensañaron, el gobierno comenzó a odiar a los
círculos liberales, los círculos liberales comenzaron a odiar al gobierno, y ya
nadie estaba dispuesto a ninguna concesión. Las reformas se pararon. Aquello
que el gobierno y los círculos gobernantes hubieran podido otorgar,
enfurecidos, ya no lo otorgaban. La sociedad liberal no quería ceder ni un
ápice, quería recibirlo todo de una vez. Como resultado tuvimos la revolución
de 1905-1907, luego la revolución de 1917 y ambos bandos fueron aniquilados. Fueron
exterminados los integrantes de los círculos gobernantes de Rusia, la nobleza,
el campesinado, los comerciantes, y fue exterminada la sociedad liberal, la intelligentzia
toda –la pasaron íntegra a cuchillo, la masacraron y sus restos tuvieron
que huir al exterior. Y después de eso comenzó aquel terror que recién mencioné
y del cual hablo en mi libro Archipiélago Gulag, el terror que se llevó
66 millones de vidas.
Yo les cuento esto ahora, pero
yo mismo ya no sé si, en general, es posible transferir la experiencia de una
persona a otra, de un país a otro. Hasta hace poco yo todavía creía en eso. En
mi discurso de aceptación del Premio Nobel, yo decía que la literatura es capaz
de transmitir la experiencia ajena. Si nuestro país vivió esta terrible
historia, nosotros podríamos contarles, a ustedes les quedaría claro, y ustedes
no repetirían nuestros errores. Pero hoy ya no sé si es suficiente transmitir la
experiencia ajena, o si cada país, cada sociedad, cada persona deben repetir
todos los errores de otro país, otra sociedad, y recién ahí aprender: aprender
cuando ya será tarde.
Yo miro hoy a vuestra juventud,
a la que he observado por toda España, y comparo con esa experiencia que yo
tengo. Creo que hasta en mi persona –en mi cabeza, mis oídos, mis ojos–, la
experiencia de vuestra guerra civil se ha conservado más que lo que se ha
conservado en esa juventud. Hoy es natural el afán de vuestros círculos
progresistas por recibir la mayor cantidad posible de libertad y llevar lo más rápido
posible a la sociedad a la categoría de otros países de Europa Occidental. Pero
quisiera recordarles que en el mundo de hoy los países libres ya ocupan en
nuestro planeta, si bien no una islita, un sector comparativamente muy pequeño.
La mayor parte del mundo está cayendo cada vez más en el totalitarismo y la
tiranía. Toda Europa Oriental. La Unión Soviética, toda Asia, ya también la
India se está sumergiendo en el totalitarismo. África, que recibiera
recientemente su libertad, parece que también tiende, un país tras otro, a
entregarse a la tiranía. Y por eso aquellos de
ustedes que quieran tener cuanto antes una España democrática, ¿son acaso
suficientemente previsores, piensan acaso no sólo en el día de mañana, sino en
el de pasado mañana?
Está
bien, mañana España se convertirá en un país democrático, como toda Europa. ¿Y
pasado mañana? Pasado mañana, ¿conservará acaso España esa democracia, la
defenderá del totalitarismo que quiere engullir al Occidente todo? Aquel que es
previsor y aquel que además de amar a la libertad ama también a España, debe
pensar en el día de pasado mañana.
Nosotros
vemos que el mundo occidental se ha debilitado en su voluntad de resistencia.
Cada año está entregando, sin combate, varios países al poder del
totalitarismo. No hay voluntad de resistencia, no hay responsabilidad en el
ejercicio de la libertad.
La
civilización occidental contemporánea puede ser descripta no sólo como una
sociedad democrática, sino también como una sociedad de consumo. Es decir, como
una sociedad en que todos ven como su meta principal recibir más bienes
materiales, usufructuarlos ilimitadamente, gozar y pensar muy poco en cómo
defender ese derecho.
Resulta,
sin embargo, que el bienestar social y el aprovechamiento de los bienes
materiales no son la clave principal de la vida en la Tierra. Es extraño, pero
el actual Oriente totalitario y el Occidente democrático contemporáneo, aunque
pareciera que son sistemas contrapuestos y que confrontan entre ellos, en
realidad tienen una base común. Esa base común es el materialismo. Y el
problema ya se viene arrastrando por 300 años. La humanidad se encuentra en
crisis y no es una crisis breve, no es la crisis de hoy, no es la crisis del
siglo XX. La humanidad yace en una crisis prolongada,
que comenzó hace 300 y en algunos países hace 400 años, cuando la gente se
apartó de la religión, se apartó de la fe en Dios, dejó de reconocer que hay
algo por encima de uno y puso como fundamento la filosofía pragmática, es decir
hacer aquello que es útil, que conviene, guiarse por razones de cálculo, en
lugar de regirse por la moral suprema. Esta postura negativa fue
desarrollándose paulatinamente y llevó a una crisis mundial. Una crisis, insisto,
que no es política, sino moral. Ni siquiera tiene que ver con la confrontación
entre el comunismo y la sociedad occidental. Es una crisis muchísimo más
profunda. Una crisis que llevó a Oriente al comunismo y a Occidente a una
sociedad pragmática, consumista. Es la crisis del materialismo, la crisis de
una humanidad que ha rechazado el concepto de que hay una fuerza superior por
encima nuestro. Cómo se resolverá esa crisis, no alcanzan los ojos del hombre
para verlo. Pero está claro que cada país puede hacer su aporte a la
resolución.
Quizás España, con la gran
originalidad nacional que atraviesa toda su historia, pueda también hacer su
especial aporte. Un aporte español que pueda ayudar a la humanidad a resolver
esta terrible crisis, que embarga a todos los países del mundo, cada cual a su
manera, y que está frente a todos nosotros. A todos
en la Tierra nos amenaza con el exterminio.
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