«Ni más ni menos que toda una década» - Ricardo Curutchet (1917-1996)

Este 17 de mayo se cumplen 50 años de la aparición del primer número la Revista Cabildo. El Editorial que aquí reproducimos, publicado a los 10 años de dicha aparición, muestra diáfana y verazmente la ímproba y magnánima tarea realizada «por la Nación contra el Caos» durante tantos años. Vaya, pues, como homenaje a su fundador y primer Director, y a todos quienes de un modo u otro hicieron posible y llevaron adelante tamaña empresa.

El nacimiento de CABILDO fue un acto necesario del nacionalismo argentino tanto como éste es un hecho necesario para la salvación de la Patria.

La experiencia vivida desde aquel lejano y próximo 17 de mayo de 1973 hasta la fecha, demuestra que ambos se implican con el máximo rigor ontológico. Sin CABILDO el nacionalismo hubiese sido un testigo mudo de diez años de historia viva de la Nación, y sin voz propia habríase convertido también en un cómplice de la anarquía y disolución que la amenazan.

No hay sombra de petulancia en esto que decimos pues quizá otros la hubieran articulado mejor. Pero ya sea porque Dios lo quiso o por la simple suerte de las cosas, sobre nosotros recayó esa misión y por nosotros fue asumida; muchísimos errores pueden sernos válidamente imputados, pero la hemos cumplido con limpieza y sin desmayo. Permítasenos exhibir al cabo de tanto tiempo tan legítimo título. Y también formular el desafío a que alguien arroje una sola piedra sobre nuestro tejado. ¡Queda dicho!

Parecería superfluo reiterar cuál es nuestra empresa: «Por la Nación contra el Caos». Mas no lo será tanto si advertimos cuánto se ha difumado el concepto de Nación y cómo no se sabe en qué consiste el Caos. La Nación es la encarnadura histórico-política de la Patria, esto es, la voluntad común de que la tierra natal sea la expresión unitiva de sus hijos hacia el logro de un destino propio, conforme a sus valores fundacionales. El Caos es todo lo que atente contra ello, la quiebra del orden natural que debe regir a toda sociedad humana.

En el caso concreto de la Argentina son más visibles y tangibles estos conceptos, tanto en lo que atañe a su «nacionalidad» cuanto a los factores –las fuerzas– que conspiran contra ella. Porque la Argentina no es hija del azar, ni de convenios entre partes internacionales, ni flor autóctono-folklórica, ni desgajo de ningún imperialismo, sino creatura y legataria de la tradición cultural más rica de la historia, transmitida por la España en cuyo señorío «no se ponía el sol». Y en cuyo contexto era entrañable provincia virreinal.

Tal formidable patrimonio de fe, raza, idioma, temperamento, costumbres y usos, territorio e instituciones básicas, abundancia proficua de bienes físicos, fueron algo mucho más trascendente que la expresión de una inmensa riqueza: fueron la condición de su identidad, esto es, de su ser mismo. Esos dones son los que en su conjunto armonioso llamamos –sin dejo de retórica, sólo atenidos a la más estricta objetividad– los «valores fundacionales» de nuestra Nación. Muchos se han perdido o adulterado, y algunos quizá para siempre, en el transcurrir del tiempo. Pero también muchos de ellos subsisten, y algunos esenciales, en la formalidad y en el trasfondo de nuestra sociedad. Si así no fuese ya no habría comunidad argentina ni posibilidad de rescatarla de una disgregación en tal caso definitiva. Mas aún late en el ánimo recóndito del común de nuestros compatriotas una cada vez más acuciante nostalgia del Orden, aunque ésta no se haya vertebrado todavía en términos de voluntad nacional imperiosa.

Lograrlo, ha sido, es y será el signo de la empresa de CABILDO, y la sufrida y callada apetencia de la multitud de seres –anónimos y dispersos en cada estamento social, en cada latitud geográfica, también en cada fracción política de la Argentina real– que CABILDO sabe que interpreta con libertad de espíritu, certeza de juicio y autenticidad de conducta. Impedirlo ha sido, es y será el signo de la empresa del Caos. Aquí no habrá, no puede haber, reconciliación alguna: se trata de una guerra a muerte en la que son precisos los vencedores y los vencidos.

Pero el Caos es un enemigo poderoso y multiforme. Alienta en la estulta soberbia liberal; en la taimada acechanza marxista; en el intento de ese engendro de ambas corrientes que es la social-democracia; en la adoración del dinero; en la deificación del pueblo; en la religión del sexo y de sus aberraciones; en la legislación positivista; en el antihumanismo de las cátedras; en la consecuente perversión de la inteligencia; en la traición y corrupción de las clases dirigentes; en la permisión de pseudo-metafísicas exóticas; en la castración del sentido nacional y disuasión de la conciencia del territorio propio; en el libertinaje oral, visual y escrito y en la prostitución del arte; en la atomización partidocrática de la vida política; en los desvaríos teológicos y litúrgicos y en las tergiversaciones evangélico-pastorales; en la masificación de la vulgaridad; en la cobardía moral y la frivolidad; en el pesimismo profesado, en el agnosticismo elusivo de la Verdad y en la apostasía. En el diablo, en fin, sabio, sagaz y siempre activo.

Contra todo esto se ha dirigido nuestra lucha de los diez años vividos y padecidos contra viento y marea. Sólo Dios, en cuyas manos ponemos nuestra suerte y la de la Patria –a la que amamos con el amor único que merece la realidad más excelsa que reconocemos debajo del Cielo– sabe qué será de nosotros y de esta modesta e inmensa empresa con la que pretendemos servir a ambos hasta la consumación de nuestras vidas. Como quiera que sea, una esperanza rotunda nos sostiene e impulsa: nosotros pasaremos, pero la Patria reinstaurada en Cristo no pasará.

* En «Revista Cabildo», 2ª época – Año VII – N° 64, mayo de 1983.
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