«Castellani, el Político» - Aníbal D'Angelo Rodríguez (1927-2015)
Se cumplen hoy ocho años de la muerte
de nuestro querido Aníbal D'Angelo. En su recuerdo ofrecemos este pequeño
artículo, publicado, junto con otros de distintos autores, con motivo de la
muerte de su admirado P. Castellani.
Corrían, pues, los últimos meses
de 1945 y nuestras ilusiones se alimentaban de ver alineadas en nuestras filas
a las mejores inteligencias, las más firmes conductas del país. Después... pasó
lo que pasó. Nuestra lista fue derrotada, pero eso era lo de menos. Lo de más
es que el movimiento estalló en mil fragmentos y se perdió como un gran río
fraccionado en arroyos que se subdividían y se subdividían hasta perderse en
hilillos infinitesimales.
Pero Castellani fue nuestro
candidato. ¿Lo convierte eso en un político? Bien claro está que no: ni ese ni
uno que otro fugaz descenso a la arena de la lucha cívica bastan para hacer de
él un político en la acepción vulgar y corriente del término. Y sin embargo
Leonardo Castellani no fue otra cosa que un político, en su sentido superior.
Si su obra literaria y filosófica sufre de una dispersión que él mismo se
reprochó –en el prólogo a «Las canciones de Militis», en su diálogo imaginario
con San Jerónimo–; su mérito esencial es haber forjado mentalmente a una
generación entera: la mía. Que esta generación –la famosa intermedia de los
sociólogos– no haya dado todos los frutos que pudieron esperarse, es cierto.
Pero la responsabilidad no es de Castellani. Como no es suya la culpa de que su
obra no haya alcanzado la madurez a la que pudo aspirar. Se le pueden aplicar
las palabras que él escribió sobre Lugones: «Si una parte de su vasta obra...
está tiznada de incurables defectos que la harán efímera, ello se explica en
gran proporción por las condiciones culturales de esta tierra, cortada hoy de
su tradición natural y en caótica “mutación” biológica...».
Imperfecta, periodística,
incompleta, es una de las obras –la de Castellani– de mayor enjundia y de más
vasta capacidad de fructificar que se han producido en la Argentina del Siglo
XX. Otros «juglares del pensamiento» tienen más prensa y más premios
internacionales pero son incapaces de suscitar un modo coherente de pensar,
inhábiles para alumbrar los ojos de tantos argentinos como los que en Castellani encontraron
la luz.
En este sentido, Castellani es
el hombre de mayor significación política de su generación. Porque fue uno de
los padres del nacionalismo católico, la corriente de más honda trascendencia
en la Argentina del último medio siglo. Que bebió en él un estilo, un modo de
ser y de entender a su país. Así lo dijo él mismo:
«Hay un fenómeno en la actual
inteligencia argentina que augura bien para nosotros y es el enfoque del
problema patrio como materia de especulación, con una seriedad y una emoción a
que no nos tenía habituados nuestra literatura...».
La contraprueba de su importancia
en este sentido está precisamente en el asedio a que lo sometió la izquierda.
Operación paralela a la que sometieron a Leopoldo Marechal y a la que Hernández
Arregui pretendió hacer con Manuel Gálvez. Uno se pregunta por qué razón, si
los nacionalistas somos tan completo fracaso político, los zurdos están tan
interesados en apoderarse de los hombres de nuestra línea.
Pero es que ellos trabajan como
los escarabajos pelotilleros, haciendo bolitas con el más innoble de los
materiales. Y así se aprovechan de las debilidades humanas, de la soledad y la
vejez para edificar una apariencia de adhesión. Pagan viajes a Cuba, ofrecen
cátedras en las Universidades que dominan... Lo que no han conseguido jamás es
que ni Marechal, ni Castellani, ni Gálvez escriban una sola línea en el asfixiante
lenguaje de su tendencia. Se apoderan del hombre –que es aquí lo contingente–;
jamás logran adueñarse de la obra– que es aquí lo esencial.
Ellos se conforman con montar un
espectáculo más bien triste e improvisado que para los desprevenidos puede pasar
por una adhesión intelectual. Como escribía Castellani:
«Yo vide un caballo tiple
en una maroma enhiesta.
Miré bien y era una fiesta
de triángulos con tomate.
Dele –le dije– en el mate.
¡Total... para lo que cuesta!»
Yo también vide a Castellani, el
hombre del nacionalismo católico, negar que lo fuera y escribirle a Puiggrós.
Pero miré bien y era una fiesta organizada por tramposos. ¡Total, para lo que
cuesta! El verdadero Castellani está para siempre en sus libros. Y en ellos mi
Patria. «No sólo la Argentina paleontológica y aparente, pero la otra, la viva, la en marcha, la nueva Argentina».
* En «Revista Cabildo», 2ª época – Año V, N°41 – marzo 1981.
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