«Castellani, el Político» - Aníbal D'Angelo Rodríguez (1927-2015)

Se cumplen hoy ocho años de la muerte de nuestro querido Aníbal D’Angelo. En su recuerdo ofrecemos este pequeño artículo, publicado, junto con otros de distintos autores, con motivo de la muerte de su admirado P. Castellani.

Corrían los últimos meses de 1945. Yo tenía 18 años, muchas ilusiones y un libro –la «Crítica literaria»– dedicado por su autor: Leonardo Castellani. El mismo nombre que figuraba en la lista de candidatos a diputados por el nacionalismo. Unos años antes había leído «El nuevo Gobierno de Sancho» y me había deslumbrado. No sólo por el humor ágil, moderno, inédito –un ánimo jocoso y deportivo para reírse del enemigo– sino por las definiciones profundas que descubríamos entre las líneas risueñas. ¿Cómo olvidar la definición de un alma noble?: «El que en su conducta ha puesto estilo. El que pone leyes y las cumple. El capaz de obedecer, de refrenarse y de ver. El que siente el honor como la vida. El que por poseer puede darse...».

Corrían, pues, los últimos meses de 1945 y nuestras ilusiones se alimentaban de ver alineadas en nuestras filas a las mejores inteligencias, las más firmes conductas del país. Después... pasó lo que pasó. Nuestra lista fue derrotada, pero eso era lo de menos. Lo de más es que el movimiento estalló en mil fragmentos y se perdió como un gran río fraccionado en arroyos que se subdividían y se subdividían hasta perderse en hilillos infinitesimales.

Pero Castellani fue nuestro candidato. ¿Lo convierte eso en un político? Bien claro está que no: ni ese ni uno que otro fugaz descenso a la arena de la lucha cívica bastan para hacer de él un político en la acepción vulgar y corriente del término. Y sin embargo Leonardo Castellani no fue otra cosa que un político, en su sentido superior. Si su obra literaria y filosófica sufre de una dispersión que él mismo se reprochó –en el prólogo a «Las canciones de Militis», en su diálogo imaginario con San Jerónimo–; su mérito esencial es haber forjado mentalmente a una generación entera: la mía. Que esta generación –la famosa intermedia de los sociólogos– no haya dado todos los frutos que pudieron esperarse, es cierto. Pero la responsabilidad no es de Castellani. Como no es suya la culpa de que su obra no haya alcanzado la madurez a la que pudo aspirar. Se le pueden aplicar las palabras que él escribió sobre Lugones: «Si una parte de su vasta obra... está tiznada de incurables defectos que la harán efímera, ello se explica en gran proporción por las condiciones culturales de esta tierra, cortada hoy de su tradición natural y en caótica “mutación” biológica...».

Imperfecta, periodística, incompleta, es una de las obras –la de Castellani– de mayor enjundia y de más vasta capacidad de fructificar que se han producido en la Argentina del Siglo XX. Otros «juglares del pensamiento» tienen más prensa y más premios internacionales pero son incapaces de suscitar un modo coherente de pensar, inhábiles para alumbrar los ojos de tantos argentinos como los que en Castellani encontraron la luz.

En este sentido, Castellani es el hombre de mayor significación política de su generación. Porque fue uno de los padres del nacionalismo católico, la corriente de más honda trascendencia en la Argentina del último medio siglo. Que bebió en él un estilo, un modo de ser y de entender a su país. Así lo dijo él mismo:

«Hay un fenómeno en la actual inteligencia argentina que augura bien para nosotros y es el enfoque del problema patrio como materia de especulación, con una seriedad y una emoción a que no nos tenía habituados nuestra literatura...».

La contraprueba de su importancia en este sentido está precisamente en el asedio a que lo sometió la izquierda. Operación paralela a la que sometieron a Leopoldo Marechal y a la que Hernández Arregui pretendió hacer con Manuel Gálvez. Uno se pregunta por qué razón, si los nacionalistas somos tan completo fracaso político, los zurdos están tan interesados en apoderarse de los hombres de nuestra línea.

Pero es que ellos trabajan como los escarabajos pelotilleros, haciendo bolitas con el más innoble de los materiales. Y así se aprovechan de las debilidades humanas, de la soledad y la vejez para edificar una apariencia de adhesión. Pagan viajes a Cuba, ofrecen cátedras en las Universidades que dominan... Lo que no han conseguido jamás es que ni Marechal, ni Castellani, ni Gálvez escriban una sola línea en el asfixiante lenguaje de su tendencia. Se apoderan del hombre –que es aquí lo contingente–; jamás logran adueñarse de la obra– que es aquí lo esencial.

Ellos se conforman con montar un espectáculo más bien triste e improvisado que para los desprevenidos puede pasar por una adhesión intelectual. Como escribía Castellani:

«Yo vide un caballo tiple
en una maroma enhiesta.
Miré bien y era una fiesta
de triángulos con tomate.
Dele –le dije– en el mate.
¡Total... para lo que cuesta!»

Yo también vide a Castellani, el hombre del nacionalismo católico, negar que lo fuera y escribirle a Puiggrós. Pero miré bien y era una fiesta organizada por tramposos. ¡Total, para lo que cuesta! El verdadero Castellani está para siempre en sus libros. Y en ellos mi Patria. «No sólo la Argentina paleontológica y aparente, pero la otra, la viva, la en marcha, la nueva Argentina».

* En «Revista Cabildo», 2ª época – Año V, N°41 – marzo 1981.

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