«La Verdad» - Charles Maurras (1868-1952)
Los jalones colocados en las
rutas no ponen sus indicadores en estilo dulce y florido: emplean el estilo de
su utilidad. Precisos, directos, insistentes y autoritarios, no dicen: si yo
no me engaño, no dudan de sí, no se excusan por lanzar con rudeza a la
vista de los transeúntes las flechas de la dirección y las cifras de la
distancia. Mas ¿se queja el viajero? Por poco que tenga el corazón dispuesto a
filosofar, agradece al autor provechosas brutalidades por las cuales ni
siquiera se siente tiranizado.
A él le toca aminorar o
apresurar la velocidad, seguir o cambiar de orientación. La piedra miliar sólo
dice en términos claros lo que es, y aquello que hay que tener en cuenta.
Cuanto más el dato preciso limite el pensamiento, en razón misma de aquel estrecho
mojón, las fantasías del corazón, los votos de la imaginación, las necesidades,
las comodidades y los intereses personales obtendrán más seguridad y mejor
podrán darse libre curso. Una indicación incierta, un dato vago o falso,
pareciendo lisonjear la arbitrariedad del paseante, restringirán la libertad de
su movimiento, de su reposo, disminuirán sus poderes reales, pues los riesgos
anexos a las consecuencias de un itinerario descuidado y caprichoso serán
multiplicados por la insuficiencia de aquella información.
Es gran error pensar que las contingencias,
como se dice, se acomoden más fácilmente con un principio flojo y flotante:
muy por el contrario, toda indecisión en los principios complica el estudio de
los hechos, así como su tratamiento; la incertidumbre hállase introducida de
ese modo en el único punto donde podía venirle un poco de luz, y a las
complejidades de la tierra se habrán agregado las sombras del cielo.
La verdad, sol duro, pero claro,
se contenta con establecer desde arriba lo que hay que saber y pensar antes de
obrar. Muestra el bien, señala el mal, hace distinguir las proporciones en que
el uno y el otro se encuentran y se mezclan en la infinita variedad de nuestros
casos humanos. Una vez así esclarecido, el hombre está lejos de haber resuelto
los problemas de su vida práctica, pero tiene con qué resolverlos...
✠
La verdad no sólo está defendida
por aquello que tiene naturalmente de general, de elevado, de abstracto y de
extraño al hombre, sino que, para decidirse a elevarse hasta ella, se precisa
un impulso generoso del pensamiento, más allá del presente, un amplio cálculo
acerca del porvenir. Para adherir a dicha verdad que todo vela, es preciso
además un esfuerzo de la voluntad, que imponga silencio a muchos instintos.
La verdad, «no digo la
sinceridad, digo la verdad entera, el acuerdo del lenguaje y del pensamiento
con las realidades exteriores», la verdad juzga aún ser otra cosa que la
suprema voluptuosidad de la inteligencia: es la habilidad soberana, es la
fuerza todopoderosa.
✠
La sinceridad no es la verdad.
La intención más recta y la voluntad más firme no pueden hacer que lo que es no
sea.
✠
No sobrestimemos ninguna virtud,
pero hagamos justicia a las virtudes de la evidencia. No hay sonrisa, mueca o
parloteo de floridos ingenios que pueda resistírseles. Las decisiones que ellas
provocan son graves, a veces penosas en la vida del espíritu, la vida exterior
no les obedece siempre, pero el servicio que prestan es tal que prevalecen
sobre todo.
✠
Lo verdadero vale por sí mismo,
Pero hay verdades amargas y verdades dulces. Las hay útiles, las hay
peligrosas. Las hay que debemos reservar para los sabios y otras que convienen
como alimentos de todos.
✠
¡Algunos revolucionarios
puramente oratorios y místicos pueden juzgar que, fábula o verdad, cualquier
cosa es buena para el pueblo! Nosotros creemos que el pueblo tiene necesidades
menos exigentes que la minoría selecta. La verdad le hace tanta falta como el
pan. La mentira históricopolítica envenena a un pueblo con la misma limpieza
que el cianuro de potasio.
✠
Un desdén que no se expresa no
es una acción. Por el contrario, un error y una mentira que no nos tomamos el
trabajo de desenmascarar adquieren poco a poco la autoridad de lo verdadero.
* En «Mis ideas políticas», Editorial Huemul, Buenos Aires - 1962. Traducción castellana de Julio Irazusta. Págs. 87-89.
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