«Otro mártir ignorado» - Eugenio Vegas Latapié (1907-1985)
Debe notarse, ante el título de esta nueva publicación, que ésta fue escrita en 1985. Luego de esa fecha, gracias a Dios, los mártires de la persecución religiosa en España han sido no sólo reconocidos, sino que, además, una ingente cantidad de ellos, elevados a los altares.
Este artículo de Eugenio Vegas Latapie tiene la emotividad de ser el último suyo, dictado durante su última enfermedad a Gabriel Alférez –como éste explica en su artículo que aparece en este mismo número de VERBO–, publicado en la Hoja informativa núm. 23 del Círculo Tradicionalista «Roca y Ponsa» de Las Palmas de Gran Canaria, a la que estaba especialmente destinado, correspondiendo a la petición de nuestro amigo José de Armas Díaz, «factótum» de estas hojas. (N. de la Redacción de Verbo-Speiro)
Emilio Ruiz Muñoz fue un católico ejemplar y destacado periodista, sacrificado por los marxistas en el Madrid rojo, como otros tantos mártires ignorados, al comienzo de la persecución religiosa desencadenada a raíz de nuestra guerra civil.
Pocos datos precisos tenemos de
su vida privada y de su muerte, pero interesa rescatar su memoria del olvido
por su ejemplaridad y constante labor en la difusión de los ideales religiosos
transcendentes sobre los que únicamente se asienta con firmeza la salud de los
pueblos.
Originario de la provincia de
Almería, donde nació, debió trasladar pronto su residencia a Málaga, lugar en
que se establecieron sus padres. Allí cursó sus estudios elementales e
ingresaría seguramente en el Seminario en que cursó la carrera eclesiástica,
llegando a ser en ella canónigo de su Santa Iglesia Catedral.
Defensor de los fundamentos
constitutivos de la tradición española, entró en contacto con el grupo
integrista que editaba en Madrid El Siglo
Futuro, periódico en el que comenzó a escribir y en el que llegó a ocupar
los puestos de redactor jefe y subdirector en la última etapa de su vida. Sus colaboraciones
las firmaba con el pseudónimo de «Fabio».
Tuve conocimiento de la
existencia de «Fabio», viviendo yo en Santander, el año 1922, al leer en El Siglo Futuro la reseña de una
conferencia dada en Sevilla por Ramiro de Maeztu, en la que terminaba afirmando
que los males que padecía el mundo sólo se podían eliminar con el Padre Nuestro. «Fabio» comentaba el
discurso, y como Maeztu tenía fama de ser medio anarquista, terminaba
preguntándose: «¿será otro converso?».
Desde entonces tuve interés en
conocer tanto a Maeztu como a «Fabio», y lo conseguí algunos años después al
fijar mi residencia en Madrid, una vez terminados mis estudios y oposiciones.
Un día me refirió que en alguna
ocasión había sido designado para predicar en la Capilla de Palacio y que había
renunciado a tal honor por discrepancias con la política que se seguía. Yo le
manifesté mi opinión de que debía haber aceptado, exponiendo claramente, sin
respetos humanos, las verdades que hubiese estimado oportuno.
Al fundar la revista Acción Española pensé en «Fabio» como
uno de sus primeros colaboradores, y con tal pseudónimo escribió un artículo
para la misma. Pero el director de El
Siglo Futuro, don Manuel Senante, por razones de tipo político o
periodístico, le prohibió terminantemente el uso de dicho pseudónimo fuera del
diario en que colaboraba habitualmente. Entonces pensamos en otro distinto, y
buscando alguno que se pareciese a un nombre corriente, eligió el de «Javier
Reina», con el que, en lo sucesivo, firmó sus colaboraciones en Acción Española. Zamanillo, el destacado
jefe tradicionalista, que desconocía la identidad del personaje, me manifestó
en alguna ocasión que su estilo era el de «Fabio».
Le sugerí una serie de trabajos
sobre Ortega, entonces de moda, a cuyo fin adquirí las obras del filósofo que
habían aparecido recientemente editadas en un grueso volumen y que «Javier
Reina» se leyó detenidamente antes de comenzar sus comentarios, pues,
lógicamente, un análisis serio de cualquier cuestión exige el concienzudo estudio
previo de la misma.
No debieron gustarle a Ortega
los comentarios de «Javier Reina», pues bastantes años después, en 1947,
estando yo en Portugal, coincidí un día con él y Pedro Sáinz Rodríguez, y
paseando juntos por la principal avenida lisboeta, cerca de la estatua de Pombal,
Ortega se marchó bruscamente después de hacer un agrio comentario sobre quienes
él consideraba enemigos de la libertad. Extrañado, le pregunté a Pedro Sáinz
Rodríguez por la razón de tal comportamiento y quedé perplejo cuando me
contestó que era por mí, y como yo no recordaba haber hecho nunca comentario
alguno sobre el escritor, me aclaró que la causa eran los articulas de «Javier Reina»
en Acción Española. ¡Curiosa manera
de entender la libertad Ortega en aquella ocasión! En 1936 le publicó El Siglo Futuro un interesante folleto
en el que se ocupaba de la legitimidad del poder civil, del cual conservo un
ejemplar con cariñosa dedicatoria. Se titulaba, Las dos legitimidades de la potestad civil y en el mismo se
distingue, con gran precisión y acierto, tres clases de legitimidad en el poder
político:
– Legitimidad de origen o fundamento del poder;
– Legitimidad de adquisición o sucesión, con frecuencia llamada legitimidad de origen, y
– Legitimidad de ejercicio o uso del poder.
La legitimidad de origen o fundamento del poder, es el
reconocimiento del orden natural establecido por Dios, según el cual el hombre
es un ser social y la convivencia en la sociedad exige de modo necesario la
existencia de una autoridad o poder político que dirija el grupo a su fin. De
ahí la frase del apóstol, de que «todo poder viene de Dios». El desconocimiento
o negación de esta ley natural produce desastrosas consecuencias.
La legitimidad de adquisición o sucesión en el poder
político consiste en el cumplimiento de los modos establecidos para acceder al
poder, es decir, la forma de transición de la autoridad, de un titular al siguiente.
La legitimidad de ejercicio o uso del poder consiste en la
actuación justa de la autoridad en beneficio del bien público, que es la
finalidad del Estado. Las leyes positivas deben estar de acuerdo con la ley
natural y en caso contrario no obligan, porque «hay que obedecer a Dios antes
que a los hombres». Como se deduce de lo expuesto, la legitimidad de ejercicio,
prima, por razones de bien público y de justicia sobre la legitimidad de
adquisición, y entronca con el fundamento
teológico del poder o legitimidad de origen propiamente dicha. El mal
ejercicio del poder convierte a los gobernantes en tiranos y justifica su
deposición incluso por la fuerza, utilizada con determinados condicionamientos
y limitaciones, el principal de los cuales es que no se causen mayores males
que los que se pretendían suprimir.
Últimamente vivió «Javier Reina»
en un piso que alquiló en la calle Vallehermoso, próximo al local de Guzmán el
Bueno en que se editaba en 1936 El Siglo
Futuro, en cuyo domicilio presumiblemente fue detenido una vez producido el
Alzamiento Nacional.
Ignoro las circunstancias de su
apresamiento y muerte. Antonio Montero, en su Historia de la persecución religiosa en España 1936-1939, lo
incluye en la relación de víctimas eclesiásticas (pág. 865). Don Manuel Senante
me contó, después de terminada la contienda, que, previamente a su asesinato,
fue torturado e incluso le fue arrancada la lengua.
Termino: No olvidemos a nuestros
mártires y sigamos sus enseñanzas y su ejemplo.