«Dos publicaciones fundamentales acerca del 'Progresismo Católico'» - Fray Mario Agustín Pinto (1908-1989)
Decía San Jerónimo, aludiendo a
la singular difusión que en su momento alcanzara la herejía del arrianismo, que
un día el mundo se despertó comprobando
con espanto que era arriano. Pues bien, algo análogo podría decirse en nuestros
días con respecto a esa nueva forma de error que genéricamente lleva el nombre
de progresismo católico.
* En «Revista Verbo», septiembre de 1964, n°44/45; y reproducido en el sitio http://www.traditio-op.org/inicio.html
El progresismo, en efecto, se ha
infiltrado en todos los ámbitos de la Iglesia, pero de un modo principal en sus
centros más vitales, es decir, en los seminarios, en las casas de formación del
clero secular y regular, en las Universidades, academias e institutos
católicos, en todos aquellos lugares en fin, donde se conforman las mentes de
quienes están destinados a ser los dirigentes y mentores del pueblo cristiano.
Es un proceso semejante a aquel que ofreciera a comienzos de este siglo el
modernismo, con el cual, por lo demás, se presenta en continuidad perfecta, y
contra el cual reaccionara con sobrenatural fortaleza San Pío X. Se infiltra
como un veneno sutil que disuelve las mentes de los hombres, y las estructuras
sociales en las filas de los laicos, del clero, del episcopado, determinando
actitudes, iniciativas, proposiciones, decisiones, que provocan la congoja de
las almas fieles, y la desorientación y confusión en el pueblo creyente, que
acaba por no saber al fin, ni qué pensar, ni a qué atenerse, por cuanto ve que
se pone en tela de juicio prácticas, certezas, costumbres, que suponía,
fundadamente, inconmovibles.
A quienes, desde treinta años
atrás, veníamos siguiendo con atención y angustia este proceso, la situación a
que hemos llegado no puede ciertamente sorprendernos. Es la lógica conclusión
de los errores del liberalismo católico, del modernismo, del maritainismo, del
personalismo, que han venido a conjugarse y resolverse en el error global del
progresismo. Pero la gran masa de los fieles católicos no tenía elementos
suficientes para sospechar lo que en el seno de la Iglesia se venía incubando,
por cuanto, hasta hace poco, las nuevas ideas se manifestaban rodeadas de
precauciones y cautelas, ante el temor de la autoridad eclesiástica, y
principalmente de la Congregación del Santo Oficio, cuya necesaria función
moderadora y vigilante, viene haciéndola objeto de tenaces e insensatos
ataques. Más, he aquí que, de pronto, parecería como si todas esas inhibiciones
se hubiesen esfumado, como si todas las compuertas se hubiesen abierto. Por eso
es que el mundo católico ha podido despertarse un buen día comprobando con
asombro, que estaba todo circundado, infiltrado, penetrado, por la marea
incontenible y siempre creciente de las nuevas corrientes progresistas. Ante
esta situación, en verdad dramática, es necesario, hoy más que nunca, que los
espíritus que han sabido conservar su lucidez intelectual, y que siguen
adhiriendo firmemente a la integral doctrina de la Iglesia –los tan vituperados
«integristas» de las campanas difamatorias del progresismo– den su testimonio
de verdad, para contribuir a disipar, en la medida de sus fuerzas, tan
universal confusión. Así lo han hecho entre nosotros, dos teólogos argentinos,
que desde mucho tiempo atrás se vienen señalando por su intrépida constancia en
la lucha contra los errores que han conducido gradualmente hasta la actual
crisis progresista. Por todo ello, recomendamos vivamente dos estudios
recientemente publicados que proyectan una vivísima luz sobre el fundamento, la
raíz, y las múltiples implicancias del error que venimos comentando. Uno de
ellos es el R. P. Alberto García Vieyra O.P., quien en su opúsculo «El error
del progresismo»[1],
señala agudamente como fundamento filosófico de este error, el desplazamiento que
en él se ha producido del sujeto mismo de la moralidad bajo el influjo de la
instancia personalista y existencialista de la filosofía contemporánea,
radicalmente opuesta a la filosofía cristiana tradicional de las esencias
eternas e inimitables. El otro es un folleto que contiene conferencias del R. P. Julio Meinvielle. «En torno al progresismo cristiano»[2].
Ya en el año 1960 en un número de la Revista «Estudios Teológicos y
Filosóficos», que ha adquirido en estos momentos de crisis, renovada
actualidad, el R.P. Julio Meinvielle, tomando como punto de partida el problema
de los sacerdotes obreros, investiga, con su habitual sagacidad la raíz
teológica más profunda del progresismo católico, y la descubre en la concepción
de un cristianismo «reencarnado», es decir, en la audaz tentativa de implantar
una suerte de «nuevo cristianismo», que completa y perfecciona la «nueva
cristiandad» de Maritain, y que no deja de evocar el recuerdo del abad Joaquín
de Fiore, que pretendió predicar en la Edad Media un nuevo Evangelio, el
«Evangelio eterno» que él decía, y a quien refutó Santo Tomás con razones
contundentes (cf. Summa Theol. I-II, 106, 4). En sus conferencias recientemente
publicadas, el P. Meinvielle ha completado aquel agudo análisis a la luz de los
nuevos y sorprendentes desarrollos que alcanzaron aquel error.
Creemos sinceramente que todo
aquel que lea estos estudios con espíritu ecuánime y desprejuiciado, con
sincero amor a la verdad, encontrará en ellos todos los elementos necesarios
para formarse un juicio ortodoxo y exacto acerca de estos perniciosos errores,
que determinan, allí donde por desdicha vienen a imponerse, la turbación de los
espíritus, el relajamiento de la moral, la destrucción del concepto de
autoridad y de la disciplina eclesiástica, la más triste y lamentable
subversión. Aquí mismo en la Argentina, ejemplos recientes que no son del caso
enumerar, por ser de sobra conocidos, vienen a confirmar, con meridiana
claridad, nuestra aserción.
No se nos oculta ciertamente la
suerte reservada a quienes en la hora actual se atreven a desenmascarar y
denunciar estos errores. Los progresistas tienen en efecto, declarada una
guerra sin cuartel a todos aquellos que permanecen inconmovibles en la defensa
de la doctrina católica, tradicional e integral. Cuentan para ello con casi
todos los medios de publicidad, y gozan del favor y ayuda de los enemigos solapados
y aun abiertos de la Iglesia. Por eso no han vacilado en desencadenar campanas
de difamación y desprestigio que han llegado hasta los más altos niveles de la
Iglesia: Cardenales, Superiores de Órdenes y Congregaciones, eminentes teólogos
romanos. Así lo ha señalado con palabras en verdad conmovedoras la revista
francesa «Itinéraires», que dirige el gran polemista católico Jean Madiran, y
que asesora el R. P. Thomas Calmel O. P., querido condiscípulo y hermano, por
cuya lucha heroica, librada en circunstancias singularmente difíciles le
hacemos llegar nuestro homenaje de cordial solidaridad y admiración. Leemos en
efecto, en el número 69 de «Itinéraires», en una crónica romana que firma
«Peregrinus», estas palabras de angustia que muestran hasta dónde ha llegado la
audacia agresiva del movimiento progresista, en su campaña contra el
«integrisme»; es decir, contra los defensores de la doctrina católica integral,
sin mutilaciones que la desvirtúen en su contenido esencial. Dice
«Itinéraires»: «La descalificación arbitraria de las personas por los reflejos
condicionados del anti-integrismo, es un proceso de autodestrucción de la
Iglesia. Si esta fuese una sociedad solamente humana, no hubiese podido
sobrevivir. El ‘integrista’ es aquel a quien no se habla; no es más un hermano,
ni siquiera un hermano enemigo; no es un adversario humano, es el equivalente
de un perro sarnoso a quien se espanta con un puntapié. Se le desprecia en
silencio o se le injuria con la mayor grosería. Se le considera como capaz de
todo, y más abajo aún, en la escala de los seres que los criminales
endurecidos, a quienes se les concede por lo menos alguna función en las
prisiones. Se le puede hacer todo, menos tener en cuenta su existencia y su
opinión. Basta que la calificación de ‘integrista’ se haya lanzado con alguna
insistencia en el universo del rumor organizado, para que, prácticamente, ni
siquiera se examine si esa calificación está fundada, y en qué medida y en
qué sentido. Es de suyo global y
definitiva, como la declaración de que un individuo está afectado de lepra; ya no cabe para él
ningún contacto con los hombres sanos. Ahora bien, a una parte cada vez mayor,
en número de los clérigos y laicos que integran la Iglesia, se les coloca esta
pestífera etiqueta. Es una cuarentena psicológica, pero absoluta. Es ‘la guerra
psicológica’ trasladada al seno de la Iglesia.
»Esta ‘guerra psicológica’
–agrega el mismo autor– se había desarrollado, hasta hace poco en las zonas
periféricas del cuerpo eclesial, en el nivel de las Parroquias, de las
organizaciones de Acción Católica, de los Vicariatos Generales de las diócesis,
a veces también en el nivel de tal o cual conferencia episcopal. Pero ahora se
la ha llevado hasta el centro mismo de la Iglesia. Pero ahora, Cardenales de
curia, Superiores de Órdenes Religiosas, teólogos romanos, vienen a ser
personalmente destrozados por la máquina infernal. Algunos de ellos conocen ya
por experiencia propia las tinieblas de la soledad y del desprecio, la
tentación de la desesperanza, la desorientación del alma, que provoca en sus
víctimas esta guerra psicológica organizada por el anti-integrismo.
Experimentan, lo que habían experimentado antes que ellos, sin que ellos lo
hubiesen sabido, sin que tal vez lo hubiesen cabalmente comprendido, tantos
humildes laicos y clérigos de última fila. Ahora ellos, a su vez, están solos,
con su corazón desgarrado, solos con su amor rehusado y despreciado, solos con
sus lágrimas y sus oraciones. Solos con Jesús y su Santísima Madre, en el
umbral del primero de los misterios dolorosos.
»Que todos aquellos que desde un
extremo al otro de la Cristiandad han sobrevivido a la prueba, que por la
gracia de Dios la han sobrellevado sin quedar definitivamente destrozados, que
todos aquellos también que están actualmente sumergidos en ella, y se debaten a
tientas en las tinieblas, que todos se unan, en la oración y en el Santo
Sacrificio de la Misa, a quienes hoy en día, en Roma, han venido a ser blanco,
a su vez, de la masacre; blanco de esta atroz guerra psicológica del anti-integrismo,
que arruina arbitrariamente su reputación, que rompe o relaja sus más viejas
amistades, que destroza en sus manos el bien que podrían hacer, y que lleva sus
devastaciones hasta lo más íntimo de su alma. Con ellos, por su intención, para
que se sientan confortados, consolados, fortalecidos, recitemos los misterios
dolorosos del Santísimo Rosario».
Y nosotros a nuestra vez, que
comprendemos cabalmente toda la dolorosa verdad de estas palabras, como intima
adhesión a las figuras eminentes, a los campeones de la fe que atraviesan hoy
por esta prueba, para que se pueda conocer mejor la raíz venenosa y profunda,
que explica la razón de ser, y la íntima cohesión de todas esas ideas,
actitudes y doctrinas que están sembrando la confusión en nuestras filas, recomendamos
vivamente la lectura de estos estudios, liberadores y esclarecedores, del P.
García Vieyra y del P. Julio Meinvielle.
[1] No hemos podido hallar esta publicación no obstante la búsqueda realizada. Rogamos pues a algún lector que tenga
conocimiento de su existencia, nos lo haga saber para una eventual publicación (N. de «Decíamos ayer...»)
* En «Revista Verbo», septiembre de 1964, n°44/45; y reproducido en el sitio http://www.traditio-op.org/inicio.html