La intervención Anglofrancesa y la Guerra de Obligado (fragmento)
ADOLFO SALDÍAS (1849-1914)

En un nuevo aniversario del glorioso Combate de la Vuelta de Obligado y en el día de la Soberanía Nacional, «Decíamos ayer...» publica un fragmento de la narración de la batalla que en su magnífica obra realiza Saldías, y ofrece tanto el texto completo del esclarecedor capítulo respectivo como una reseña de la apasionante vida del general Lucio Norberto Mansilla, que figura como nota en el aludido capítulo, todo lo cual el lector interesado podrá descargar al pie de la página en sendos archivos.

Más allá de la altura de San Pedro, costa norte de Buenos Aires, el río Paraná forma un recodo que prolonga una curva en la tierra, cuya extremidad saliente se conoce por la Punta o Vuelta de Obligado. La punta en sí es un barranco levantado en sus costados y ondulado en el centro hasta descender suavemente al río. A esa altura el Paraná tiene cerca de 700 metros de ancho; y por ahí debían necesariamente pasar las escuadras de Gran Bretaña y Francia para llegar a Corrientes. En ese punto levantó sus principales baterías el jefe del departamento del norte, general don Lucio Mansilla.
Mansilla era un probado veterano de la Independencia, con dotes singulares para sacar ventaja hasta de los peligros en que lo colocase la suerte de las armas. Por relevante que fuesen sus cualidades el hecho desgraciadamente positivo es que en esos momentos le faltaban recursos materiales para desenvolverlas. Es el momento en que el águila enjaulada tiende inútilmente sus alas y devora el espacio con los ojos. Mansilla hizo cuanto pudo en procura de esos recursos, para impedirles el pasaje a los aliados. El 17 de noviembre, cuando supo que se aproximaban, reiteró su pedido de municiones, manifestando que las que tenía «sólo serían suficientes para un fuego de seis horas; y que era más que probable que si el enemigo atacaba esa posición, el combate durase mucho más»[1]. Pero los aliados no le dieron tiempo. Al día siguiente los buques enemigos fondearon del otro lado del Ybicuy, a dos tiros de cañón de las baterías de Obligado.
Mansilla montó cuatro baterías en la costa firme: la primera con dos cañones de a 24 y cuatro de a 16, a la altura de 50 pies sobre el agua y con explanada; la segunda a ciento diez varas de distancia de aquélla y 22 pies sobre el nivel del agua, con cañón de a 24, dos de hierro de a 18 y dos de  a 12, también con explanada; la tercera a cincuenta varas de distancia y en la tierra rasante con el río, con dos cañones de a 12 y uno de fierro de a 8, con explanada; y la cuarta a ciento ochenta varas de la primera de su derecha y a 62 pies sobre el nivel del agua, con 7 cañones de marina de a 10. Servíanlas 160 artilleros y 60 de reserva, parapetados tras merlones de tierra pisada entre cajones de poco más de dos varas de espesor y vara y cuarta de altura, y eran mandadas respectivamente, la de la derecha, denominada «Restaurador Rosas», por el ayudante mayor de marina Álvaro Alzogaray; la siguiente «General Brown», por el teniente de marina Eduardo Brown; la tercera, «General Mansilla», por el teniente de artillería Felipe Palacios y la cuarta «Manuelita», por el teniente coronel de artillería Juan Bautista Thorne, el mismo que se ha visto figurar mandando la artillería federal en Don Cristóbal, Sauce Grande, Cagancha, Caaguazú y como segundo jefe de Martín García cuando esta isla fue tomada por los franceses.
Guarnecían estas baterías, en primera línea y en el flanco derecho, 500 milicianos de infantería al mando del coronel Ramón Rodríguez; y a la izquierda de éste, en la misma línea y a la altura de la batería «Restaurador» cuatro cañones de a 4 al mando del teniente José Serezo; más al centro y guarneciendo la izquierda de esta batería, cien milicianos al mando del teniente Juan Gainza; en el centro y guarneciendo los costados derecho e izquierdo de las baterías «General Brown» y «General Mansilla» 200 milicianos del norte al mando del teniente coronel Manuel Virto; y guarneciendo la batería del extremo izquierdo, 200 milicianos de San Nicolás al mando del comandante Luis Barreda, y en su flanco dos cañones de a 4 mandados por el teniente coronel Laureano Anzoátegui y por el capitán de marina Santiago Maurice. De reserva, a cien pasos, apostados entre un monte, 600 infantes y dos escuadrones de caballería al mando del ayudante Julián del Río y teniente Facundo Quiroga, el todo bajo las órdenes del coronel José M. Cortina. A retaguardia de esta fuerza los jueces de paz de San Pedro, del Baradero y de San Antonio de Areco, Benito Urraco, Juan O. Magallanes, Tiburcio Lima con 300 vecinos que se les reunieron en el último momento. La escolta del general, 70 hombres, al mando del teniente Cruz Cañete en el centro, y a cuarenta pasos de la segunda línea de infantería. En el flanco izquierdo de la batería «General Mansilla» y en un mogote aislado estaban apoyadas unas anclas, a las que se asían tres cadenas, cuyos extremos sujetaba en el lado opuesto del río el bergantín Republicano armado con seis cañones de a 10, abocados en estribor con frente al enemigo, y al mando del capitán Tomás Graig, y las cuales cadenas se corrían por sobre las proas, cubiertas y popas de 24 buques desmantelados fondeados en línea. Con esto se propuso Mansilla mostrarles a los anglo-franceses que el pasaje del río no era libre; y obligarlos a batirse si intentaban forzarlo.
Mansilla distribuyó sus fuerzas según el cálculo de probabilidades respecto del modo cómo el enemigo podía traer el ataque. Si el enemigo al mismo tiempo que se presentaba con sus buques al frente de las baterías intentaba desembarcar fuerzas de artillería, la primera línea de infantería argentina operaba tan pronto como él. Si batiéndose de frente con sus buques intentaba desembarcar infantería por cualquiera de los flancos de la posición argentina, el coronel Rodríguez por la derecha y el comandante Barreda por la izquierda, podían repelerlos con su fuerza de reserva, con las piezas volantes y un escuadrón de caballería, sin distraer la fuerza del frente. Si batiéndose de frente con sus buques intentaba desembarcar infantería por cualquiera de los flancos de la posición argentina, el coronel Rodríguez por la derecha y comandante Barreda por la izquierda, podían repelerlos con su fuerza de reserva, con las piezas volantes y un escuadrón de caballería, sin distraer la fuerza del frente. Si batiéndose de frente, intentaba en medio del combate cortar las cadenas que atravesaban el río, se encontraba con los lanchones Místico, Restaurador y Lagos, con sendas piezas de a 6, al costado del bergantín Republicano y bajo los fuegos de la batería «General Mansilla». Si intentaba esta misma operación con seis embarcaciones menores, u ocupar la costa opuesta del río y desembarcar allí la artillería para construir baterías, Mansilla tenía preparadas en una ensenada vecina catorce embarcaciones con capacidad para 200 infantes, ya adiestrados para acudir oportunamente al punto amenazado, y además diez lanchones sujetos a los barcos que obstruían el pasaje del río, y provistos de aparatos con materias inflamables.
En la tarde del 18 de noviembre, Mansilla destacó dos balleneras al mando de un oficial y veinte soldados para que practicasen un reconocimiento sobre los buques enemigos, fondeados como a dos millas más abajo según queda dicho. Al aproximarse casi a tiro de fusil a dichos buques, los bergantines Pandour y Dolphin les hicieron siete disparos a bala, y las balleneras se replegaron a las baterías. Entonces Mansilla se dispuso al combate, expidiendo una proclama a sus soldados en la que levantando los derechos de la Confederación, les decía:

     «Milicias del Departamento del Norte! Valientes soldados federales, defensores denodados de la Independencia de la República y de América!
   Los insignificantes restos de los salvajes traidores unitarios que han podido salvarse de la persecución de los victoriosos ejércitos de las Confederación y orientales libres, en las memorables batallas de Arroyo Grande, India Muerta y otras, que pudieron asilarse de las murallas de la desgraciada ciudad de Montevideo, vienen hoy sostenidos por los codiciosos marinos de Francia e Inglaterra, navegando las aguas del gran Paraná, sobre cuyas costas estamos para privar su navegación bajo otra bandera que no sea la nacional... Vedlos, camaradas, allí los tenéis...! Considerad el tamaño insulto que vienen haciendo a la soberanía de nuestra Patria, al navegar las aguas de un río que corre por el territorio de nuestra República, sin más título que la fuerza con que se creen poderosos! ¡¡Pero se engañan esos miserables. Aquí no lo serán!! ¿No es verdad, camaradas? ¡Vamos a probarlo!... 
Suena ya el cañón! Ya no hay paz con la Francia ni con la Inglaterra!
Mueran los enemigos!!... Tremole en el Río Paraná y en sus costas el pabellón azul y blanco y vamos a morir todos antes que verlo bajar de donde flamea!!
Sea ésta vuestra resolución, a ejemplo del heroico y gran porteño, nuestro querido brigadier don Juan Manuel de Rosas, y para llevarla contad con ver en donde sea mayor el peligro a vuestro jefe y compatriota el general. 
¡Viva la Patria!
¡Viva la Independencia!
¡Viva su heroico defensor Don Juan Manuel de Rosas!
¡Mueran los salvajes unitarios y sus viles aliados los Anglo-Franceses!»[2].
[...]

* En «Historia de la Confederación Argentina – T° IV», 3a. edición, Librería «La Facultad» de Juan Roldán – Buenos Aires – 1911, pp. 213-216.

Descargar aquí el texto del capítulo completo
Descargar aquí la reseña biográfica del general Lucio Norberto Mansilla





[1] Véase La Gaceta Mercantil del 27 de noviembre de 1845.
[2] En el texto de la obra de Saldías, se cita sólo una parte de la proclama. Por la importancia que, a nuestro juicio, conlleva dicha arenga nos hemos tomado la libertad de transcribirla de forma completa. (N. de «Decíamos ayer...»).

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