«Lugones, el apolítico» - Ramón Doll (1896 - 1970)
En el año del sesquicentenario del nacimiento de Leopoldo Lugones ofrecemos hoy este interesante artículo de Doll, el cual fue replicado por Roque Raúl Aragón, 35 años después, en un artículo que le valió un premio literario, y que publicaremos en la siguiente entrega.
Anarquista o fascista, liberal o
reaccionario, dogmático o realista, Lugones no debe ser examinado a la luz de
principios políticos, ni deben aplicársele a él unidades de medida vigentes en
ese compartimiento de la cultura que se llama Política, sino con las
unidades que tienen valor fiduciario en otro compartimiento de la cultura, el
que previene al hombre de sus necesidades de Belleza, el que le proporciona el
instrumental con que satisface sus solicitudes estéticas.
El que quiera fichar al Lugones
político con esas fichas que se llaman Ciudadanía, Justicia, Orden, Tradición,
Revolución, y que sirven para determinar el volumen que un hombre desplaza, en
la teoría y la práctica de la Política, pierde su tiempo. La Política, las
ideas políticas, sus conceptos y sus conversiones políticas, fueron simplemente
para Lugones una de las tantas maneras de producir lo bello, encantando y
encantándose con el ejercicio.
Pero el denominador común de
todas las clases de políticos es poseer la noción y la sensibilidad del Estado,
y que esa noción sea un móvil de la acción política y esa sensibilidad, el
motor.
Son todos éstos, móviles
subjetivos, si así puede decirse y no caracterizan al político. El que lo
caracteriza como tal es el que podríamos llamar móvil objetivo, que es la
preocupación inmediata, directa, no excluyente, pero sí indispensable, sobre la
vida y el destino del Estado.
Siempre nos preocupó la ecuación
personal del político y averiguar la incógnita de sus móviles psicológicos por
eliminación de términos conocidos.
Tomado un hombre cualquiera que
actúa en política, ¿en qué medida está ahí por ambición personal,
resentimientos de justicia heridos? ¿Y en qué medida por un ideal de bien
público, ideal que adscribe él a un concepto particular del Estado? Los
primeros son móviles subjetivos inmensurables e imponderables, el segundo es un
móvil objetivo que puede definirse e investigarse.
Una simple ojeada en la vida
pública de un político basta y sobra para saber si ese móvil objetivo, si ese
concepto y apreciación del Estado y todos sus atributos, existe o no. Si carece
de él, puede ser un impostor y también un santo, puede fracasar o triunfar,
pero no es jamás un político. Si lo posee, cualquiera sea la sobreabundancia de
los móviles subjetivos y aunque fracase, es político.
Un impostor y un amoral, un
ambicioso o un amargado, pero que llegue al gobierno con una noción esclarecida
de finalidades, puede ser un gran estadista y por lo tanto su obra redundaría
en bien de la nación. Un hombre austero que no tiene ideas sobre lo que es y
debe ser el gobierno, actualización en el tiempo y en el espacio de esa entidad
que se llama Estado, puede causar graves e irreparables perjuicios a la nación.
Aclaremos que al decir noción no
nos referimos solamente a las ideas, sino a esa sensibilidad apropiada del
verdadero político para orientar su voluntad con tino y perspicacia entre los
hombres y las cosas.
Desarrollar su maravillosa personalidad
en un campo más; encantar con la magia de sus facultades a los artesanos del
taller vecino al suyo propio; instalar el escenario mirífico de perspectivas
para la patria, si se implantara esta doctrina ayer, o esta otra mañana; hachar
con la cláusula brillante y el tropo desconcertante, un prejuicio, un hábito,
una rutina; asombrar y confundir desarrollando el teorema de cómo se pierde o
se salva la nación.
Pero no se crea que todo esto
con el pequeño propósito de divertir o de ensanchar su prestigio. No. Con el
muy grande de servir a la patria, pero por medios propios, exhibiendo un
espectáculo de belleza más, completamente inútil e inoperante en política, pero
singularmente destacado como obra de arte. El que lea aquí una disminución del
talento y de la grandeza de Lugones, recuerde su función, arte u oficio que
desempeña en la sociedad y afirme que él es inferior en el servicio de la
patria, porque no es político.
Luego cuando Lugones apareció en
la posición vulgarmente llamada derechista, no cambió, aunque parezca
extraño, de postura respecto a lo específicamente político. Hizo incidir la
necesidad de una dictadura en exaltaciones paganas de la fuerza al principio,
refirmando su avituallamiento nietzcheano y anticatólico; luego trasladó el
tema a fuentes inagotables de su personalidad como era su ferviente, su
insobornable amor a la patria, y por verla con «voluntad de potencia», grande y
hegemónica, sostenía el gobierno unipersonal. También alguna vez se afirmó en
conceptos de orden y de tradición, pero sin una detenida consideración sobre su
justificación en derecho y siempre como tema que le permitía intuir una
realidad imaginaria, acaso de una severidad, de una rigidez, que ensombrecía
las frentes de los que lo escuchaban.
Es cierto que en LA GRANDE ARGENTINA y en EL ESTADO EQUITATIVO, Lugones no pasa por sobre la zona estrictamente política y entra a considerar directamente medidas de gobierno, arbitrios de emergencia y hasta la posibilidad de un Parlamento corporativo. Pero si se considera que cuando publicó esos dos libros ya estaba Lugones en condiciones de persuadir por medios más fluidos, más eficaces, que por exposiciones en bloque de ideas que en ese momento carecían del poder reactivo que tienen hoy, y si se tiene en cuenta también que asuntos delicados, vidriosos, espinosos aún ahora, don Leopoldo los presentó con su prodigiosa facundia desconsiderando objeciones, no haciéndose cargo de la larga discusión doctrinaria antecedente y declarando en principio que ésas eran las únicas maneras de salvar la patria, todo ello basta y sobra para no exceptuar del apoliticismo de Lugones los citados libros.
Anarquismo, o sea repudio y
negación absoluta de que los medios políticos tengan alguna utilidad y estén
inscriptos en una escala de valores. Grandeza de la patria, es decir, un ideal
de potencia que no se subordina a los medios políticos, que salta sobre las
limitaciones de la realidad política y que no se somete a la revisión de la
aduana del Estado. Porque todos podemos desear lo mismo, es decir, que la
patria sea primera potencia, pero siempre que ese fin no sea subordinante de
otros deberes inmediatos que tiene el organismo de la nación, como la justicia
distributiva y el bienestar general, que después de todo sólo por esos deberes
se explicaría aquel fin.
Con respecto a su vinculación o
su origen simpatizante con el roquismo y con la oligarquía liberal, se explica
también porque esa oligarquía no tuvo del Estado la idea de que ese aparato
debía abarcar todos los intereses de la Nación, sino que por mucho tiempo en la
Argentina debería ser una mera gerencia del progreso importado por medio de
capitales y brazos. Era la agencia colonizadora.
Pero así y todo, en el fondo lo
que hubo fue una discordancia en los tonos de un escritor que se presentaba
como liberador ante un pueblo cuya tónica afectiva está descompuesta, no vibra
con soltura. Hay fanfarrias, hay desplantes y hay gallardías, que sumen al que
nada puede hacer todavía en una mayor amargura y depresión.
Lugones modificó su frondosa
arboladura política con el vigor de una fuerza natural. Cuando abandonó
conceptos de la primera juventud y rehízo todas sus intuiciones sobre el
porvenir de la patria, se sintió tan eufórico y tan satisfecho como el día
anterior. Y es que él estaba para cantar el aleluya, para lanzar a los cuatro
vientos el grito de la victoria, pero no estaba para la doméstica tarea de
incorporar al postrado. La querella por inconsecuencia contra Leopoldo Lugones
–aquí donde nos olvidamos a cada rato en qué partido estamos– fue un escamoteo
de enfermo. De alguna manera había que explicar la discordancia si no se
quería, ni se quiere, mirar la gravedad cara a cara.
Ahora, Lugones era un majestuoso
cóndor de gigante envergadura que se pasó su vida haciendo maravillosos
ejercicios de vuelo, anegándose en el infinito azul. Aquel alarde asombroso de
vitalidad, como espectáculo de belleza ha sido genial –solamente su conversación
era un poderoso dínamo de prodigiosa energía–, pero en el angosto, limitado y
empequeñecido cerco de nuestra realidad política, lastrada por la acción de
frenos inhibitorios determinados por nuestro vasallaje colonial, la vista del
grandioso y armonioso dominador del aire irritó. Esta es la verdad. Don
Leopoldo tuvo y tiene millares de respetuosos admiradores de su talento, pero
eso que se llama arrastre, eso que conquista la magia persuasiva del hombre que
concita otros hombres para la más minúscula empresa del diario acaecer, eso no
lo tuvo.
* En «Acerca de una Política Nacional», 2ª Edición, publicada en «Ramón Doll - Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, T° V – Ediciones Dictio – 1975. La 1ª edición del año 1939 fue publicada por Editorial Difusión con prólogo de Julio Irazusta que se editó como «Estudio preliminar» en la 2ª edición.
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