«Crisis política del mundo y la segunda guerra universal» - Carlos Ibarguren (1877-1956)
He aquí una interesantísima y esclarecedora síntesis de la historia Europea de la primera mitad del sigo XX...
Tal régimen demoliberal veíase suplantado en muchas partes de Europa por fuerzas revolucionarias que se desarrollaban vigorosamente en el mundo, en las décadas siguientes, posteriores a la guerra de 1914: el comunismo ruso o soviético, el fascismo italiano y el nacional-socialismo alemán; fuerzas las dos últimas antagónicas a la primera, pero todas ellas destructivas de la democracia liberal burguesa, del capitalismo particular organizado en consorcios internacionales, del parlamentarismo representativo de facciones políticas basadas en el sufragio universal.
La realización fascista del Estado corporativo organizado sobre la
base de una democracia funcional, y la nacional-socialista semejante a aquélla, a
pesar de algunas diferencias que la caracterizaron, se unieron contra el
marxismo, y también contra el sistema democrático del liberalismo burgués,
gravitando decisivamente en la política europea. Por su parte, la revolución
soviética rusa fundada en el comunismo se expandió en el proletariado del mundo
enardeciendo con calor de rebelión la lucha marxista de clases. El sector de las naciones burguesas y democráticas de Occidente, cuyas
grandes potencias eran el Imperio Británico, sus vastos dominios y los Estados
Unidos, a los que se añadía Francia con sus colonias y otros países más
pequeños, uniéronse para combatir las corrientes revolucionarias, sobre todo
las que entonces reputábanse más peligrosas: el fascismo y el nazismo. Europa
en la década 1929-1939, en que se desenvolvieron con impulso creciente las
corrientes revolucionarias político-sociales de que me ocupo, experimentó una
conmoción profunda que explica el estallido de la segunda conflagración
universal de 1939.
El tratado de Versalles, que
puso fin a la gran guerra de 1914-18, fue funesto para la paz definitiva que se
quería alcanzar. Italia desde el primer momento se rebeló contra el sistema
creado por ese tratado, porque fue subestimada, considerándola pequeña potencia
frente a sus aliados: Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia. La situación
espiritual, política y económica creada en Italia por la acción de los aliados
en la negociación de la paz, fomentó en ella el descontento y la anarquía
interna en la que predominó el comunismo que amenazaba la disolución del
Estado. En esa hora angustiosa para los italianos, Benito Mussolini funda el
fascismo como una protesta contra ese estado de cosas, y contra la situación
injusta creada en Europa por el tratado de Versalles. Gran Bretaña y Francia
realizaban, mientras tanto, su política dominadora e imperial: aquélla
resérvase el dominio naval y económico de los mares, el control absoluto del
Mediterráneo y de grandes territorios coloniales de que fueron despojados los
vencidos; Francia toma la hegemonía continental de Europa, una hegemonía
estática, pues carecía de fuerza y de población para hacerla dinámica. Alemania
es cercada con Estados artificialmente creados, mutilando territorios y
distribuyendo en ellos, con los restos de los Imperios Centrales, pueblos
cercenados con minorías heterogéneas. Francia urde la red de alianzas con los
nuevos Estados contra Alemania, y tal sistema es integrado por el pacto de la
Sociedad de las Naciones que refuerza con la llamada seguridad colectiva las
alianzas de Francia con la Europa sudoriental. La Sociedad de las Naciones fue
un instrumento puesto al servicio de Gran Bretaña y de Francia.
El resultado del régimen
establecido en Versalles fue fatal: Alemania esclavizada viose empujada a la
rebeldía; Italia traicionada y defraudada en los frutos de la victoria quiso la
revisión de la funesta obra versallesca impuesta por los aliados; los Estados
artificialmente creados vivieron entre conflictos. La Sociedad de las Naciones
se convierte en centro de intrigas y maniobras manejadas por Francia y Gran
Bretaña, fomenta la guerra de ideologías contra el fascismo italiano y el
nacionalsocialismo alemán, y abre las puertas a la corriente bolchevique.
Concrétase la hostilidad contra Italia fascista con motivo del conflicto de
ésta con Etiopía, que dio pretexto a que esa asamblea de naciones, dirigida por
Londres, intentara someter al gobierno de Mussolini con sanciones y bloqueo
económico y así ahogar al fascismo. La lucha dirigióse también en contra del
nazismo alemán.
Por otra parte, la guerra civil de España obligó a Italia y Alemania a actuar en apoyo del general Franco, ante la intervención de Rusia, Francia y Gran Bretaña sostenedoras del gobierno rojo español, convirtiéndose esa lucha en una guerra europea preliminar y colocando frente a frente a dos ideologías y a dos corrientes de intereses: la coalición franco-anglo-rusa aliada a los rojos españoles y la unión ítalo-germana cooperadora de los nacionalistas hispanos. Se produce así –en beneficio de la Rusia soviética– el combate entre las grandes democracias capitalistas e imperiales y las dos potencias totalitarias, revolucionarias y pobres, antiburguesas, anticapitalistas y antidemocráticas. Estas últimas se unieron en fuerte alianza occidental en el eje Roma-Berlín al que, desde Oriente, se unió Japón. El eje Roma-Berlín significó la conjunción dinámica de dos revoluciones concordantes en lo político, social y nacionalista; representaba el antagonismo y el choque entre el movimiento transformador que procuraba crear un nuevo orden social en Europa y las burguesías plutocráticas y demoliberales que bregaban por conservar su régimen cristalizado y sus inmensas colonias extendidas en Asia y África.
El formidable conflicto –choque
de ideologías políticas revolucionarias y de intereses nacionales– derivó, en
1939, en la más terrible guerra universal que registra la historia. Todavía no
se ha apagado el incendio mundial; la paz no está afirmada entre las naciones;
y bajo el mando de armisticios y de treguas, la humanidad, en el momento en que
escribo estas páginas, teme una nueva propagación del fuego en el orbe.
* En «La historia que he vivido», Ediciones Peuser, Buenos Aires, 1955 – pp. 469-471.
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