«Crisis política del mundo y la segunda guerra universal» - Carlos Ibarguren (1877-1956)

He aquí una interesantísima y esclarecedora síntesis de la historia Europea de la primera mitad del sigo XX...

Al terminar la primera guerra mundial, escribí el año 1919 en uno de mis libros, La literatura y la gran guerra, algunas reflexiones que creo pertinente recordar: «El cataclismo que se ha desatado sobre los hombres destruirá, para transformar, muchos de los actuales valores. El siglo de la burguesía desarrollada bajo la bandera de la democracia individualista, el de los financieros, el del capitalismo y el de los liberales, se hunde en medio de la catástrofe». Quince años después, en otro libro mío ya citado, La inquietud de esta hora, anoté: «El individualismo predominante en el siglo XIX desaparece y tiende a ser reemplazado por la socialización; la persona por la masa, la célula social por el grupo coordinado, la acción aislada por la colectiva, el interés de cada uno por el del conjunto solidario en el terreno político y económico. Empieza la hora de las masas organizadas. El concepto del Estado estático simple guardián de la libertad y del orden, de vidas y de haciendas de los individuos, se transforma en el eje sostenedor, regulador y animador de la sociedad entera. Todos estos hechos indiscutibles que sólo pueden ser negados por los ciegos o los ignorantes, nos muestran la bancarrota del individualismo, tanto en la economía capitalista como en la política basada en el sufragio personal y universal. El capitalismo provocador de las luchas comerciales e industriales entre los países, contribuyó a desatar la guerra de 1914 y engendró el caos económico. El individualismo demoliberal que trajo la democracia basada en ese régimen –que ha oscilado entre la oligarquía y la demagogia, entre los reaccionarios de las “derechas” y los demagogos de las “izquierdas”– se derrumba».

Tal régimen demoliberal veíase suplantado en muchas partes de Europa por fuerzas revolucionarias que se desarrollaban vigorosamente en el mundo, en las décadas siguientes, posteriores a la guerra de 1914: el comunismo ruso o soviético, el fascismo italiano y el nacional-socialismo alemán; fuerzas las dos últimas antagónicas a la primera, pero todas ellas destructivas de la democracia liberal burguesa, del capitalismo particular organizado en consorcios internacionales, del parlamentarismo representativo de facciones políticas basadas en el sufragio universal.

La realización fascista del Estado corporativo organizado sobre la base de una democracia funcional, y la nacional-socialista semejante a aquélla, a pesar de algunas diferencias que la caracterizaron, se unieron contra el marxismo, y también contra el sistema democrático del liberalismo burgués, gravitando decisivamente en la política europea. Por su parte, la revolución soviética rusa fundada en el comunismo se expandió en el proletariado del mundo enardeciendo con calor de rebelión la lucha marxista de clases. El sector de las naciones burguesas y democráticas de Occidente, cuyas grandes potencias eran el Imperio Británico, sus vastos dominios y los Estados Unidos, a los que se añadía Francia con sus colonias y otros países más pequeños, uniéronse para combatir las corrientes revolucionarias, sobre todo las que entonces reputábanse más peligrosas: el fascismo y el nazismo. Europa en la década 1929-1939, en que se desenvolvieron con impulso creciente las corrientes revolucionarias político-sociales de que me ocupo, experimentó una conmoción profunda que explica el estallido de la segunda conflagración universal de 1939.

El tratado de Versalles, que puso fin a la gran guerra de 1914-18, fue funesto para la paz definitiva que se quería alcanzar. Italia desde el primer momento se rebeló contra el sistema creado por ese tratado, porque fue subestimada, considerándola pequeña potencia frente a sus aliados: Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia. La situación espiritual, política y económica creada en Italia por la acción de los aliados en la negociación de la paz, fomentó en ella el descontento y la anarquía interna en la que predominó el comunismo que amenazaba la disolución del Estado. En esa hora angustiosa para los italianos, Benito Mussolini funda el fascismo como una protesta contra ese estado de cosas, y contra la situación injusta creada en Europa por el tratado de Versalles. Gran Bretaña y Francia realizaban, mientras tanto, su política dominadora e imperial: aquélla resérvase el dominio naval y económico de los mares, el control absoluto del Mediterráneo y de grandes territorios coloniales de que fueron despojados los vencidos; Francia toma la hegemonía continental de Europa, una hegemonía estática, pues carecía de fuerza y de población para hacerla dinámica. Alemania es cercada con Estados artificialmente creados, mutilando territorios y distribuyendo en ellos, con los restos de los Imperios Centrales, pueblos cercenados con minorías heterogéneas. Francia urde la red de alianzas con los nuevos Estados contra Alemania, y tal sistema es integrado por el pacto de la Sociedad de las Naciones que refuerza con la llamada seguridad colectiva las alianzas de Francia con la Europa sudoriental. La Sociedad de las Naciones fue un instrumento puesto al servicio de Gran Bretaña y de Francia.

El resultado del régimen establecido en Versalles fue fatal: Alemania esclavizada viose empujada a la rebeldía; Italia traicionada y defraudada en los frutos de la victoria quiso la revisión de la funesta obra versallesca impuesta por los aliados; los Estados artificialmente creados vivieron entre conflictos. La Sociedad de las Naciones se convierte en centro de intrigas y maniobras manejadas por Francia y Gran Bretaña, fomenta la guerra de ideologías contra el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán, y abre las puertas a la corriente bolchevique. Concrétase la hostilidad contra Italia fascista con motivo del conflicto de ésta con Etiopía, que dio pretexto a que esa asamblea de naciones, dirigida por Londres, intentara someter al gobierno de Mussolini con sanciones y bloqueo económico y así ahogar al fascismo. La lucha dirigióse también en contra del nazismo alemán.

Por otra parte, la guerra civil de España obligó a Italia y Alemania a actuar en apoyo del general Franco, ante la intervención de Rusia, Francia y Gran Bretaña sostenedoras del gobierno rojo español, convirtiéndose esa lucha en una guerra europea preliminar y colocando frente a frente a dos ideologías y a dos corrientes de intereses: la coalición franco-anglo-rusa aliada a los rojos españoles y la unión ítalo-germana cooperadora de los nacionalistas hispanos. Se produce así –en beneficio de la Rusia soviética– el combate entre las grandes democracias capitalistas e imperiales y las dos potencias totalitarias, revolucionarias y pobres, antiburguesas, anticapitalistas y antidemocráticas. Estas últimas se unieron en fuerte alianza occidental en el eje Roma-Berlín al que, desde Oriente, se unió Japón. El eje Roma-Berlín significó la conjunción dinámica de dos revoluciones concordantes en lo político, social y nacionalista; representaba el antagonismo y el choque entre el movimiento transformador que procuraba crear un nuevo orden social en Europa y las burguesías plutocráticas y demoliberales que bregaban por conservar su régimen cristalizado y sus inmensas colonias extendidas en Asia y África.

El formidable conflicto –choque de ideologías políticas revolucionarias y de intereses nacionales– derivó, en 1939, en la más terrible guerra universal que registra la historia. Todavía no se ha apagado el incendio mundial; la paz no está afirmada entre las naciones; y bajo el mando de armisticios y de treguas, la humanidad, en el momento en que escribo estas páginas, teme una nueva propagación del fuego en el orbe.

* En «La historia que he vivido», Ediciones Peuser, Buenos Aires, 1955 – pp. 469-471.

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