«El 'espíritu de Caseros'» (fragmento) - Atilio García Mellid (1901-1972)
En
un nuevo aniversario de la derrota nacional en la batalla de Caseros...
No hay nada
más irritante que esta imposición de Caseros que pesa sobre el alma de la
ciudadanía. Porque en Caseros no hay nada argentino en juego, salvo el
derrocamiento de un partido y de un hombre para reemplazarlos por una facción y
unos cuantos hombres que no representan, sino antes bien contrarían, la
voluntad nacional que, mejor o peor, aquellos representaban. El cuento de que
Caseros destruye una tiranía, aún
admitido, no puede ocultar la realidad de que fue para entronizar otra tiranía, mucho más brutal y de más
perniciosos efectos que la desalojada. La mentira de que se puso fin a un régimen de terror ya no engaña ni a
los bobalicones de la «prensa seria»; pues es sabido que el fallo del juez caserista, doctor Sixto Villegas, que
condenó a muerte al «criminal famoso» de don Juan Manuel de Rosas, le atribuye
285 asesinatos en los veinte años de su «tiranía», en tanto en una atroz
«purga», al día siguiente de Caseros, se fusilaron a 608 personas en la urbe y
a varios miles más en San Benito de Palermo; y, cuatro años después, a raíz del
levantamiento federal del general Jerónimo Costa, fueron fusilados por orden de
Pastor Obligado y de Bartolomé Mitre, el nombrado general y otros 130 jefes y
oficiales rendidos. Y esto no fue sino la iniciación de una larga serie de
asesinatos, degüellos y salvajadas que culminaron con la alevosa muerte del
general don José Vicente Peñaloza, el Chacho.
En cuanto a que Caseros trajo el imperio de la ley y aseguró los derechos de
los pueblos, ésta es una monserga que no engaña sino a los que gustan de ser
zonzos, pues es sabido que el despotismo
de los liberales se prodigó e expediciones militares que arrasaron el
interior argentino, en intervenciones federales que anularon la autonomía de
las provincias, en comicios fraudulentos que desconocieron la personalidad
libre del hombre, y en una política de entrega
económica, que sumió en la más espantosa esclavitud a los trabajadores.
¿Qué es por lo tanto, lo que tenemos que agradecer a Caseros, encrucijada de
apetitos y odios que frustró por un siglo el destino de la nacionalidad?
¿Puede, pues,
loarse como acierto del general Urquiza su sometimiento a los sutiles planes de
Itamaraty? Dejemos al propio general Urquiza la respuesta. La cancillería
brasileña venía trazando de antiguo planes para destruir la política
nacionalista y de defensa de nuestra soberanía sobre los ríos interiores, que
sostenía con singular energía el general Rosas. En 1850 ya tenía resuelto
invadir las provincias mesopotámicas para atacar a Buenos Aires; interesó en el
proyecto al general Urquiza por intermedio de su agente confidencial en Río de
Janeiro, don Antonio Cuyás y Sampére. La respuesta del caudillo entrerriano
califica certeramente el propósito. «¿Cómo cree el Brasil –afirmaba–, cómo lo
ha imaginado por un momento, que permanecería frío e impasible espectador a esa
contienda en que se jugase nada menos que la suerte de nuestra nacionalidad o
de sus más sagradas prerrogativas, sin
traicionar mi patria, sin romper los indisolubles compromisos que a ella me
unen y sin borrar con esa ignominiosa
mancha, mis antecedentes?»[2].
Tenía el general
Urquiza, como se ve, clara conciencia de la gravedad de las intenciones
brasileñas y de la condenación que provocaría cooperar con tales propósitos. No
obstante ello, cedió posteriormente a la presión de los intereses foráneos que se movilizaron en tal sentido y a las
cínicas exhortaciones de los unitarios refugiados en el exterior. Se fue
deslizando insensiblemente hacia lo que poco antes había condenado y el 29 de
mayo de 1851 firmó un tratado de alianza, con el Brasil y la Banda Oriental,
para proceder en común al derrocamiento de un
gobierno argentino. Posteriormente, el 21 de noviembre, suscribió una
convención con el Imperio de Brasil, por la cual se le prestó ayuda financiera;
se preveía que, si la empresa militar proyectada fracasara, las provincias de
Entre Ríos y Corrientes «hipotecan desde
ya las rentas y los terrenos de propiedad pública de los referidos Estados».
Cuando las tropas extranjeras entraron en nuestro territorio ya tenían
hipotecadas a su favor parte de la propiedad territorial argentina. ¡Estupenda
cruzada «libertadora»! Pero la «bendita convención» que nos permitió la «gloria
de Caseros» llegaba aún más lejos. Pues también establecía que «los gobiernos
de Entre Ríos y Corrientes se comprometen a emplear toda su influencia cerca
del Gobierno que se organice en la Confederación Argentina para que éste acuerde y consienta en la libre navegación
del Paraná y los demás afluentes del Río de la Plata».
No se
necesita más para caracterizar como corresponde al llamado «espíritu de
Caseros». Lo que fue el pronunciamiento, la proclama del general Urquiza y la
batalla de Caseros, es material de escasa o ninguna importancia frente a este
tremendo «fracaso histórico argentino», que nos duele todavía como una herida
abierta en el depósito sagrado de nuestra soberanía. El pueblo repudió a
Caseros y a sus actores; la intuición del pueblo no yerra y en sus espontáneas
repulsiones se refugian las que un día se levantarán como fuerzas vengadoras.
[...]
* En «Proceso al Liberalismo Argentino»; 2ª edición - Editorial Theoría, Buenos Aires, 1964.
[1]
Carlos Pereyra: Rosas y Thiers. La
diplomacia europea en el Río de la Plata, 1838-1850; Edit. América; Bibl. De la Juventud Hispano Americana.
Madrid, 1919.
[2] Respuesta del general Urquiza a su Agente confidencial en Río de Janeiro, don Antonio Cuyás y Sampére. 20 de abril de 1850 (Cfr. Ricardo Font Ezcurra: La unidad nacional, apéndice. Edit. La Mazorca. Buenos Aires, 1944).
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