6 de febrero de 1945: Fusilamiento de Robert Brasillach
ROBERTO H. RAFFAELLI (1945-1989)
Este 23 de febrero se cumplirán 30
años de la muerte de Roberto Raffaelli. «Decíamos ayer...» publica este artículo de su autoría
como un pequeño homenaje a su memoria.
«Si hubiera tenido tiempo, habría sin duda escrito el relato de los días
que viví en la celda de los condenados a muerte de Fresnes, bajo ese título. Se
dice que ni la muerte ni el sol se miran de frente. Sin embargo, lo intenté.
Nada tengo de estoico, y es duro desprenderse de lo que se quiere. Pero traté
sin embargo de no dejar, a quienes me veían o pensaban en mí, una imagen
indigna.
Los días, los últimos sobre todo, han sido ricos y plenos. No me hacía
muchas ilusiones, sobre todo desde que supe el rechazo de mi recurso de
apelación, rechazo sin embargo previsto. Concluí el trabajito sobre Chénier que
había comenzado, escribí todavía unos poemas. Tuve una noche mala, y por la mañana esperaba. Pero las otras noches, después, dormí con calma. Las tres
últimas tardes releí el relato de la Pasión, cada tarde, en cada uno de los
cuatro Evangelios. Rezaba mucho y fue la oración, lo sé, la que me daba un
sueño tranquilo. Por la mañana, el capellán venía a traerme la comunión.
Pensaba con dulzura en todos aquellos que quería, en todos aquellos con quienes
me había encontrado en mi vida. Pensaba con pena en su pena. Pero trataba, lo
más posible, de aceptar».
Robert Brasillach
PRISIÓN Y JUICIO
El 14 de agosto
de 1944 se había recluido, solo, en una bohardilla de París. Allí escribió la
primera parte del «Diario de un hombre ocupado». El 14 de septiembre, enterado
de que su familia había sido detenida, se constituyó prisionero para obtener su
liberación. Antes, cuando los alemanes en retirada habían ofrecido a algunos
periodistas franceses llevarlos consigo, se había negado: «La patria, es el
suelo», había escrito. Y se quedó.
Conoció las
prisiones que, en esos días del nuevo Terror, albergaban a 3000.000 franceses.
Primero, Noisy-le-Sec; luego Fresnes. Escribe todo el tiempo. Concluye el
«Diario...»; redacta la «Carta a un soldado de la Clase 60», explicación y
testamento político, dirigida a su sobrino de cuatro años, imagen más próxima
de la futura juventud; construye el diálogo trágico «Los hermanos enemigos»,
donde –bajo mantos clásicos– se encaran el Colaboracionista y el Resistente.
También escribe una primera serie de poemas: los primeros Salmos, «Canto para
André Chénier», «El Camarada» y «Mi país me hace daño» entre otros; allí se expresan
la amargura y la tristeza que oculta a sus amigos y a sus compañeros de
prisión.
El proceso
ante la Corte de Justicia tiene lugar el 19 de enero de 1945. A raíz de sus
artículos aparecidos en el periódico «Je suis partout», se le imputa el delito
de colaboración con el enemigo, según la interpretación del comité de juristas
de Argel. Su defensa es magnífica: uno
por uno, con idéntica claridad, con idéntica elegancia exenta de desplantes, que
José Antonio en su proceso, refuta los cargos. Desde el punto de vista de la
legalidad, como desde el punto de vista político, no ha defendido sino el
interés nacional francés.
Todo es
inútil. Los responsables de la derrota de Francia, los mismos que la habían
entregado inerme, a la hecatombe de 1940, aparecen ahora como los
«libertadores» a la cola del ejército norteamericano, y exigen víctimas. El
omnipotente Partido Comunista (cuyo jefe, Thorez, había exhortado por radio a
la deserción, al estallar la guerra, en virtud del pacto Ribbentrop-Molotov),
ya ha dictado su veredicto. Y Robert Brasillach es condenado a muerte.
LA VIDA
Había nacido
en 1909 en Perpignan. Su padre, teniente del ejército, cayó en acto de servicio
en 1914. Estudió en Sens, luego en París, en el Liceo Louis-le-Grand. Allí lo
conoció Maurice Bardéche –más tarde su camarada y cuñado– cuando, encaramado
sobre un escritorio, recitaba poemas de Baudelaire y de Verlaine. En 1928,
ingresó en la Ecole Normale Supérieure; antes de egresar, escribió su primer libro, «Presencia de
Virgilio».
Ya sabía de
Charles Maurras: lo habían atraído el método, el rigor intelectual, la claridad
clásica. La admiración será duradera: desde Fresnes, en 1945, escribe a
Bardéche: «si matan a ese hombre, cualesquiera hayan sido sus defectos,
habremos vivido en los tiempos de los últimos grandes franceses: Maurras, el
doctor Carrel, Mailol, uno o dos más tal vez».
Sin embargo,
su actuación política será por ahora marginal; se limitará, desde 1923 y
durante diez años, a escribir la crónica literaria de la «Action Francaise», y
a componer sus primeras, tímidas novelas: «El niño de la noche», «El ladrón de
chispas». En febrero de 1934, el «affaire» Stavisky, suprema expresión del
régimen, subleva a las juventudes francesas: la política torna a golpear la puerta
de Robert Brasillach.
No militará en
Action Francaise (a la que definió como «una mezcla de grandeza, de bufonería y
de antiguallas»); ha descubierto el movimiento total que estremece a Europa, y
que –aunque vinculado doctrinariamente a aquélla– era dueño de un ritmo, de un
estilo, más próximos a la sensibilidad juvenil y poética de Brasillach: el
fascismo.
Este
descubrimiento coincide –y no casualmente– con su plenitud crítica y literaria.
De esa época data el «Corneille»; de entonces, «Los siete colores» y «Al pasar
el tiempo...», luminosas novelas de juventud (no tenía treinta años) y sobre la
juventud. Brasillach es ante todo un poeta de la juventud, no concebida –como ahora–
como pretexto de facilidad y de vulgar iconoclasia, sino como aventura, como
riesgo, como tensa y alegra ocasión creadora. Sus libros están llenos de
gracia, de elegancia, de católico y meridional amor a la vida (el que faltara
al gran Drieu La Rochelle, falta que acaso lo llevó al atroz atajo del suicidio). La calidad estética de su obra hizo decir años después a François Mauriac «Si
Brasillach hubiera sabido hacerse olvidar durante medio año, tal vez hoy sus
amigos le ofrecerían una bella espada académica...». Nada le es ajeno: en
colaboración con Bardéche, escribe la «Historia de la Guerra de España» y la
«Historia del Cine»; todavía en agosto de 1944 completará su «Antología de la
poesía Griega».
La guerra, la
guerra suicida del corrupto régimen francés, estalla. Movilizado, Brasillach es
destinado a la línea Maginot; allí lo alcanza la derrota, cayendo prisionero.
Liberado, asume la jefatura de redacción del semanario «Je suis partout». Desde
allí, propugna una política. Para él la colaboración fue, primero, un
imperativo de obediencia al legítimo gobierno del Mariscal Pétain; luego, el
medio de preservar en lo posible a Francia en medio del desastre. Por fin, en
1941 –con el ataque alemán a Rusia– la guerra, de nacional, deviene ideológica.
Y las primeras grandes derrotas alemanas, junto con la evidente voluntad de las
plutocracias occidentales de entregar a Europa, determinan a Brasillach a
sostener una idea más alta: contra la colaboración
propone la alianza.
Sabemos hoy
que Brasillach y sus amigos, aunque derrotados, no se equivocaron: la «Europa
de las Patrias» que anunció De Gaulle, no es sino la «Europa de los banqueros»,
como demostró Henry Coston. La alianza de soviets y usureros sigue dominando al
mundo. Y el tribunal de traidores que lo condenó a muerte no castigó la
inexistente infracción al artículo 75 del Código Penal, sino su profunda fidelidad
a su Patria y a su fe.
LA FE
«El fascismo,
hace tiempo que hemos pensado que era una poesía, y la poesía misma del siglo
XX (con el comunismo, sin duda). Afirmo que eso no puede morir. Los chicos que
serán muchachos de veinte años más tarde, se enterarán con oscura admiración de
la existencia de esa exaltación de millones de hombres, los campos de
juventudes, la gloria del pasado, los desfiles, las catedrales de luz, los
héroes inmolados en el combate, la amistad entre las juventudes de todas las
naciones de pie, José Antonio, el fascismo inmenso y rojo... Todo eso puede ser
vencido aparentemente por el liberalismo, por el capitalismo anglosajón; eso no
morirá más de lo que murió la revolución del 89 en el siglo XIX, a pesar del retorno de los reyes. Y yo, que
en estos últimos meses desconfié tanto de tantos errores del fascismo italiano,
del nacionalismo alemán, del falangismo español, afirmo que jamás podré olvidar
la irradiación maravillosa del fascismo universal de mi juventud, el fascismo,
nuestro mal del siglo» («Carta a un soldado de la Clase 60»).
LA MUERTE
Vertiginosos,
transcurren los días. Brasillach, en su celda, escribe nuevos poemas: otros
Salmos, «El niño honor», «Lázaro», «El testamento de un condenado»; concluye
también su trabajo sobre André Chénier (como él, artista; como él, arrastrado
al sacrificio en circunstancias similares, por «el envilecimiento de una gran nación
reducida por sus culpas a elegir entre Coblenza y los Jacobinos»). Mientras
tanto, la apelación ante la Corte de Casación es rechazada. Sólo queda el
recurso de gracia ante el General De Gaulle, Jefe del Estado. Valéry, Mauriac,
Duhamel, Claudel, Maulnier, Marcel, Cocteau, Camus, Aymé y Anouilh, entre otros,
suscriben una petición de gracia en apoyo del recurso.
En la tarde
del 3 de febrero, el abogado de Brasillach entrevista al General... Podemos
imaginarlo –lo hemos visto en Buenos Aires–: el enorme muñeco de nariz picuda y
ojitos de cerdo, el varias veces traidor, el amigo de los Rothschilds...
El recurso de
gracia es rechazado y el 6 de febrero, al alba, Robert Brasillach es fusilado
en la prisión de Fresnes. Tenía treinta y cinco años.