«La Pasión de la Iglesia y el Mundo» (fragmento) - P. Julio Meinvielle (1905-1973)
Y sólo Dios sabe los incalculables
males que pueden derivarse de aquí para mengua de la acción de la Santa
Iglesia. Porque si es verdad que la Iglesia tiene promesas de indefectibilidad
en su núcleo y en su misión esencial, nadie puede conocer las profundidades a
dónde puede llegar, bajo la acción permisiva divina, del Mysterium iniquitatis[2].
Si los hombres y el Mundo fueran
de buena voluntad, el problema no sería de solución tan difícil y ni siquiera
se plantearía. Pero la historia nos dice que hay que contar con la mala
voluntad del hombre. La historia de la Pasión de Cristo –el Evangelio–
documenta esta mala voluntad del hombre. Porque, frente a la divinidad del Señor,
frente a las obras que testimoniaban esa Divinidad, frente a la Luz que resplandecía
a borbotones, «los hombres amaron más las tinieblas que la luz»[3].
Lo que ha pasado en la Pasión
del Señor ha quedado como paradigma para el futuro. «El discípulo no está sobre
el maestro»[4].
Si la Iglesia no cuida con severidad su integridad interna de doctrina y de
costumbres y si, para abrirse a los muchos, aligera su patrimonio propio, puede
que deje de escuchar las palabras severas del Apóstol a Timoteo, que le previene
contra los falsos doctores. Y este es el peligro más inminente que se le
presenta hoy a la Iglesia. La influencia de los teólogos progresistas que recuerdan
a los falsos doctores de San Pablo en las dos cartas a Timoteo. Doctores que, influenciados
por la falsa ciencia moderna, «se avergüenzan del Evangelio»[5];
que quieren abandonar «la forma de los sanos discursos»[6]
de la teología tradicional y romana para ocuparse en «disputas vanas, que para
nada sirven, si no es para perdición de los oyentes»[7];
doctores «que siempre están aprendiendo, sin lograr jamás llegar al conocimiento
de la verdad»[8];
recuérdese, en efecto, la teología problematicista de teólogos actuales, por
ejemplo, y de sus innumerables discípulos en todo el mundo; recuérdese la furia
de los nuevos teólogos contra las enseñanzas tradicionales sobre «Cristiandad»,
«civilización cristiana», «orden público social cristiano», «mundo», y se medirá
la actualidad y urgencia de las palabras del Apóstol al prevenirnos de que «has
de saber que en los últimos días sobrevendrán tiempos difíciles»[9];
«un tiempo en que no sufrirán la sana doctrina; ante deseos de novedades, se
amontonarán maestros conformes a sus pasiones y apartarán los oídos de la
verdad para volverlos a las fábulas»[10].
Esta furia contra la teología tradicional, contra la teología romana, contra la
teología y las fórmulas del gran doctor Santo Tomás, el «Doctor Común», para
dejar libre curso a una teología «existencialista», «inmanentista», «dialecticista»,
no puede terminar sino en una labor destructiva de contenidos y fórmulas
teológicas tradicionales que dejan en descubierto y en desamparo dogmas
fundamentales de la Verdad Católica. Y así por ejemplo por la destrucción de la
fórmula de la «transubstanciación» se llega a la negación del dogma de la «presencia
real y sustancial» del Señor en la Eucaristía.
Hasta ahora, se mantuvo firme y
fija en la Iglesia la convicción de que la Cátedra Romana, con todos sus
dicasterios, daba seguridad y firmeza a la fe de los otros obispos y doctores
desparramados por el mundo. Confirma frates tuos[11]
era la palabra del Señor dicha a Pedro para robustecer a los otros Apóstoles.
Pero la nueva corriente progresista ha creado la convicción de que la Iglesia
Romana frena y detiene los impulsos de renovación y apertura que vienen de las
otras iglesias en avanzada; de suerte que, contrariando la palabra del Señor,
se está alentando un movimiento general para que, lejos de ser Roma la que dé
firmeza a la Iglesia universal, sea ésta la que sostenga y dé fuerza a la
Iglesia de Roma.
Todo ello lleva a pensar que la
Iglesia puede conocer días oscuros de Pasión dentro mismo de su seno por la
anarquía de opiniones con respecto a su enseñanza aún dogmática. No es raro
expresarse hoy sobre el valor relativo, de definiciones dogmáticas de Concilios
como el Tridentino y el Vaticano I. Si el relativismo no sólo alcanza a
conclusiones teológicas sino a verdades dogmáticas definidas, tales como el pecado,
el pecado original, la gracia, lo sobrenatural, la justificación, los
sacramentos, etc., ¿qué hemos de pensar del estado de anarquía generalizado que
puede producirse en el seno de la comunidad eclesiástica, con respecto al
acervo doctrinario de verdades dogmáticas y de moral católica? ¿Qué hemos de
pensar con respecto al grado que puede alcanzar dicha anarquía, si como es de
presumir, ciencias como la filología y la exégesis, y en otro orden de cosas,
la psicología, han de seguir dominando exclusivamente la investigación y el
estudio de los libros sagrados o de la moral católica?
Es claro que, así como sería
impío colaborar con la traición de Judas, o la perfidia de Caifás, aunque una y
otra hayan contribuido en el plan divino a producir grandes bienes para el
mundo, así igualmente lo sería cooperar en la Pasión de la Iglesia. El católico
debe trabajar por el triunfo de la Iglesia. No por el hecho de que triunfe la Iglesia
a la que tenemos la dicha y el honor de pertenecer, como si fuera nuestro partido,
sino porque su triunfo efectivo en la santificación de los pueblos significa el
bien de esos mismos pueblos y, en consecuencia, la gloria de Dios. El cristiano
no puede dejar de desear una Iglesia «triunfalista», en sano sentido. El
cristiano no puede dejar de desear y de trabajar para una Iglesia de «Cristiandad».
Porque si la Iglesia es el Misterio que comunica al hombre con Dios, el
cristiano no puede dejar de desear y de trabajar para que este misterio, que
ilumina y salva a los pueblos, ejerza sobre ellos su benéfica dominación. Se
dirá: ¿pero la Iglesia debe ser pobre y servidora? Si. Pobre y servidora como
Reina y Señora, que no tiene para sí su riqueza y poder sino para dispensarlos
muníficamente en favor de los necesitados. Y la Iglesia que llevó a los pueblos
el beneficio de la evangelización también les llevó el de la civilización. Y el
día que la Iglesia deje de llevarles uno y otro beneficio, los pueblos no sólo
dejarán de ser cristianos, sino que también dejarán de ser humanos. La sociedad
máquina que amenaza socializar en un régimen tecnocrático a la especie humana
está allí para demostrarlo. Y si la sociedad de los pueblos del mundo no
constituye una «Cristiandad» habrán de constituir una «Anticristiandad». Si no
han de ser la Ciudad de Dios, serán la Ciudad de Satán.
[...]
* En «La Iglesia y el Mundo Moderno»,
Ediciones Theoria - Buenos Aires, 1966. Págs. 279-283.
[1]
Ef.., 16, 12.
[2]
2 Tes., 2, 17.
[3]
Juan, 3, 19.
[4]
Mateo, 10, 40.
[5]
Rom., 1, 16.
[6]
II Tim. 1, 13.
[7]
Ibid. 2, 14.
[8]
Ibid. 3, 7.
[9]
Ibid. 3, 1.
[10]
Ibid. 4, 3.
[11]
Lucas, 22, 32.
Quien quiera descargar y guardar el texto precedente en PDF, y ya listo para imprimir, puede hacerlo AQUÍ.
blogdeciamosayer@gmail.com