«La devoción a María» - Thomas Molnar (1921-2010)
Mientras en los bajo-fondos de
nuestra vida cultural se debaten los teólogos contestatarios, en la cima los
eruditos más serios rehabilitan el cristianismo estudiando objetivamente la
vida religiosa de todos los pueblos. Son Küng y compañía quienes están
atrasados, pese a su reputación de avanzados; reputación inventada por otros
atrasados pero cuyos juicios-oráculo llenan los titulares religiosos de los
grandes diarios superintelectuales. Seguid mi razonamiento.
Uno de los campos de estudio más
apasionantes es la mariología a la luz de una documentación cuyos orígenes se
remontan al pasado siglo. Uno no puede dejar de recordar las sonrisas un poco
despreciativas que acompañaron al «papa polaco» evocando a María, Madre de Cristo.
Es bueno para los países subdesarrollados, se decía en ese momento todavía en
voz baja: para Polonia, Portugal, México, países donde la devoción mariana es
intensa. Para los países civilizados y progresistas es superstición. Sin
embargo, la erudición contemporánea demuestra que la devoción a la Madre es tan
antigua como la humanidad y que mientras Goethe habla de «el eterno femenino
que nos eleva hacia lo alto» no está pronunciando una verdad anclada en el
hombre, sino que hace hablar a una vieja tradición religiosa.
Los países mediterráneos han
conocido todos ellos el culto a la Madre diosa Astarté llorando la muerte de
Adonis, Isis llorando la muerte de su hijo Osiris, Démeter buscando
perdidamente a su hija Perséfone, hijos e hijas encantados por los dioses
subterráneos. Por cierto se trata, en esos cultos y en los mitos
correspondientes, de evocar el gran problema de la fertilidad, de las tierras y
de los hombres. Pero es necesario remontarse todavía más lejos, más allá de las
civilizaciones agrícolas y entonces hallar por todas partes en el planeta dos
cultos principales: el de la diosa lunar y el del dios solar. Los eruditos
piensan que la primera precede cronológicamente al segundo. Es decir que el
pensamiento arcaico (no se debe decir primitivo ya que todos esos
motivos sobreviven hasta nuestros días) se vuelca sobre la función femenina,
identificada asimismo con la experiencia primordial de la tierra nutricia. Lo
cual explica probablemente también a las primeras tribus y clanes estructurados
según el matriarcado, y que no es una ideología que se adelanta al feminismo
sino solamente una manera de tener en cuenta el grado de parentesco. Pero el
culto de la diosa lunar, simbolizando la mujer y la menstruación, da lugar a
orgías –naturalmente nocturnas– e incita el desencadenamiento de las pasiones,
tan bien representadas en el culto helénico (o tracio) de Dionisos, donde las
mujeres, las únicas admitidas, hacían trizas primero un niño, luego un macho
cabrío o un toro.
El culto lunar ha sido poco a
poco reemplazado por el culto solar –y el patriarcado– en el que el principio
del orden y de un comienzo del monoteísmo (Zeus, Atón) prevalecen sobre la
dispersión y el desorden. Contra la luna y la noche enigmáticas se afirma el
sol del día: Apolo venció a Dionisos, pese a que éste permanece en el interior
del orden como un principio negativo, inquietante. La ilustración está dada
gráficamente por Dionisos deslizándose hacia Delfos, aprovechándose de una
ausencia del dios solar por excelencia, Apolo.
¿Qué tiene todo esto que ver con
la devoción mariana? Desde las profundidades de los tiempos, la figura
histórica de María ha sido igualmente objeto de la imaginación pagana y en los
primeros siglos del Cristianismo los cultos orientales en la órbita romana
buscaron transformar a la Madre de Cristo en una «diosa-madre». Pero ¿qué
quiere decir «diosa-madre»? Ya lo hemos visto. Quiere decir, en el rico y
múltiple culto pagano, el principio femenino, que se opone al principio
masculino y que aún después de su derrota queda incrustado en éste. Lo que los
paganos de los cultos orientales quisieron inconscientemente hacer sufrir a la
religión cristiana fue suscitar una rival de Cristo en la persona de María. No
obstante, los Padres de la Iglesia comprendieron perfectamente la dirección de
esas tentativas pues estaban mucho más al corriente de los resultados de los
estudios de las religiones comparadas que los Hans Küng, turbados por el culto «infantil»
de María...
Los Padres de la Iglesia
resistieron las tentativas paganas y, de un concilio a otro –concilios
doctrinales, no pastorales–, definieron el verdadero rol de María en la
Iglesia, es decir en relación a Jesús. En ningún momento la Iglesia ha
permitido que el culto a María sustituya al de Cristo; María ha quedado como
mediadora, nunca como diosa, que es en lo que se hubiera convertido sin la
vigilancia dogmática de la Iglesia. En efecto, las diosas-madres, siempre
ligadas a la idea de fertilidad, introducen en toda religión una grosera
sexualidad, lo que concluye, entre otras consecuencias, por subordinar a las
mujeres a la sexualidad de los hombres. Por lo tanto, es la religión cristiana,
por su definición del rol de María en tanto madre de Dios (pero de ninguna
manera diosa), lo que ha permitido a la mujer occidental ser igual al hombre y
conservar su diferencia específica así como exaltar su rol.
Puede resultar azaroso prever
ciertas cosas pero reflexionemos de todas maneras sobre el siguiente punto.
Supongamos que el movimiento feminista gracias a extravagantes del tipo Küng,
logren obligar a la Iglesia a autorizar las mujeres sacerdotisas. Enseguida ese
movimiento se radicalizaría aún más hasta que un nuevo concilio modificase el
dogma de María, madre de Dios, para hacer de ella un principio rival, un
segundo dios, una diosa. Esto no sería solamente el estallido de la religión
cristiana, sería una nueva religión, ahora pagana, reproduciendo el ritmo
pagano de la fertilidad, la muerte de dios-hijo, Cristo, Adonis, Osiris y su
resurrección por la diosa María/Astarté/Isis. Porque lo que demuestran
justamente los estudios de docenas de investigadores es que el sentido
religioso está indisolublemente unido al ser humano. Por lo tanto, es
absolutamente falso pretender, como lo hacen los «informadores religiosos»
clericales o laicos, que el fenómeno religioso está liquidado de ahora en más
en la sociedad liberal avanzada y que el hombre progresista es el único que
representa al hombre del porvenir. La religión se halla en pleno crecimiento
por todo el planeta aunque ¡ay! raramente bajo formas auténticas; muy a menudo
desfigurada por un ocultismo de mala índole y por las ideologías de los
intelectuales semi-instruidos. El católico no debe temer en absoluto que las
doctrinas y los dogmas de su Iglesia sean de ahora en adelante anticuados,
irracionales, frutos de emociones todavía no psicoanalizadas. Es Küng el que ha
sido superado –sin jamás haber poseído la verdad– y con Küng, los prelados,
doctores y otros esclavos de la moda que, a fuerza de leer los libros de antes
de ayer (los de Voltaire y de Marx) no se dan cuenta hasta qué punto la
religión que ellos abandonan y la cual les hace sonrojar permanece eternamente
de moda.
Porque para concluir, y
volviendo a María y a su Hijo, he dicho que los antiguos Padres resistieron
firmemente las tentativas paganas de hacer una diosa de María. Y bien, no
hubieran podido resistir tan victoriosamente sin la historicidad de los
orígenes del Cristianismo. María ha sido efectivamente la madre de Jesús. Esta
historicidad que los Küng actuales quisieron recubrir con un velo hecho de
alegorías es una de las pruebas que aun Pablo VI impidió que se olvidara de
cara a los «desmitificadores» de todo pelaje. Se dice que hay un mito
infranqueable entre la religión cristiana y la ciencia; el abismo reside entre
la religión y la ideología que espíritus superficiales buscan desesperadamente
adjudicar a la ciencia. Pero no es la religión la que pasa, son los espíritus
superficiales.
La cuestión de las
mujeres-sacerdotisas promete convertirse en la controversia del siglo pues se
presenta envuelta en un número creciente de impugnaciones ideológicas,
especialmente la de «los derechos de las mujeres americanas». Recientemente, en
Minneapolis, dos mil de ellas participaron en una «jornada de oración» no a
Dios sino dirigida a «nuestra creadora Sophia», cuya «imagen portamos». Entre
otras invocaciones, las mujeres reunidas en éxtasis evocaron «el néctar entre
nuestros muslos, invitando al Amoroso» y el «calor de nuestro cuerpo cuyo
derrame anuncia sensaciones y placeres». La Reverenda (sic) Bárbara Lundblad
declaró a los periodistas que el nombre de Jesús no fue en ningún momento
pronunciado durante las ceremonias y luego agregó, entre risas, que no se le
había pedido nada «al padre, al hijo y al espíritu santo». Una cófrade se
pronunció contras «las figuras que cuelgan sangrando en una cruz cualquiera». «Uno
se libra –agregó– del bagaje excedente del patriarcado». Las autoridades
metodistas y presbiterianas están preocupadas sobre todo por la disminución de
las sumas dadas a las dos iglesias participantes por parte de los fieles
inquietos por la evolución que han tomado los hechos. Según las últimas
noticias, la suma de dos millones de dólares y medio ha dejado de ser donada
por las inscriptas procedentes de las nombradas iglesias a partir de la gran
asamblea religiosa-feminista de Minneapolis. He aquí la controversia que
adquirirá muy pronto dimensiones alarmantes y que debería ser «interpelada»,
como se dice, por las autoridades locales y romanas.
* En «Revista Gladius», N° 31, diciembre de 1994, págs. 7-10; artículo que fue traducido por Patricio H. Randle.
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