[...]
Sin duda, es Roy Campbell el
poeta extranjero que mejor sentía y comprendía a España
[1] y el autor del poema más importante que se ha hecho sobre nuestra guerra.
Algunos de sus poemas se publicaron en Inglaterra antes de estallar la
contienda, y revelaban una extraordinaria visión de cómo se iban a presentar
los hechos, a la vez que predicen el desastre militar que los rojos iban a
sufrir en España. Cuando la mayoría de los intelectuales británicos, y casi
todos los poetas de su generación apoyaban con las armas, la palabra y la pluma
a la España roja, él se decidía por la España nacional. Tomó parte en la lucha
con los batallones de Requetés, estando también en contacto con los Tercios de
la Legión. También combatió siempre a muerte a los intelectuales que no
estuviesen dispuestos a defender sus ideales en el campo de batalla –lo que él
llamaba la «Brigada del cuchillo y tenedor»–. Literatura de compromiso de más
prosapia, brillantez y honestidad que la inspirada últimamente por el
existencialismo francés.
Mas, a diferencia de la poesía
inspirada por el sector republicano que tiende a un acusado naturalismo los
poetas que cantan al sector nacional, al contrario, ponen de relieve un
encendido sobrenaturalismo. Donde el fenómeno resalta más precisamente es en la
poesía de Roy Campbell. Todo en él respira una luz sobrenatural: el paisaje, el
momento, las ciudades, el hecho de la contienda...
Así «La Mancha en tiempo de
guerra» tiene una significación sobrenatural, con los molinos como cruces en el
horizonte y los caminos perdiéndose en el infinito. Desiertas carreteras
siguiendo su itinerario interrumpidas sólo por los postes eléctricos
irguiéndose para el caminante como estaciones del Vía Crucis:
de poste en poste en lenguas de gimiente alambre,
quintales de metal tañen su lánguida lira
contestando a una tempestad de duelo
Si Roy Campbell canta la mañana,
capta la huella de Dios en el ambiente y el paisaje. Percepción sacramental de
las cosas que trae a la conciencia del poeta la memoria de San Juan de la Cruz:
Como si San Juan cantara en alta voz
hasta que el canto se volviera todo
lo que atrae mis ojos: la nube velera,
el mar que embiste incansablemente,
y el sol que lo enorgullece:
el viento azul atado al árbol
paciendo las amapolas a mi lado...
¡Un viento tan azul que no se puede ver,
tan fino y raudo que no se puede montar!
«Toledo –escribe– fue la personificación
completa de la Cruzada por la Cristiandad y contra el comunismo, y de ello me
di cuenta en seguida que puse los pies en esta ciudad. Hay algo victorioso en
el aspecto mismo de Toledo»[2].
Desde aquel Toledo de la mente
en que nada se labra sino perfecto acero,
de todas sus ciudades densas de un pensamiento
que se cierne en lo más alto de la planicie,
claro relámpago con vaina dorada
y borla de plata en la empuñadura,
hoja que desprecia el sol del mediodía
y relumbra en la mano de un querube,
la sexta saluda a la última cruzada
y a aquella, traicionada por el orbe entero,
que arrió su bandera roja y gualda
en lo alto de los baluartes de Castilla...,
única redentora de Occidente
y arco iris de las tormentas de acero.
«Toledo, julio de 1936» describe
la impresión sentida por el poeta en dicha ciudad al empezar la guerra: la destrucción
de los conventos por la multitud revolucionaria...
Toledo, cuanto te vi expirar
y sentí la techumbre del Carmelo
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que han dejado ahí estas piedras rotas
más allá de los años para hacer tu hogar,
y arder, con Atenas y con Roma,
como una ciudad sagrada del espíritu.
Roy Campbell hace sentir el
silencio de las campanas de la catedral y de las iglesias, y el ataque del
Alcázar llevado a cabo por la artillería republicana desde los montes cercanos:
Esta Roca de Fe, quemada por el rayo...
la Eternidad la oirá levantarse
con los sobrevivientes del infierno
que se llevarán consigo al cielo.
Hasta que en las entrañas del averno
los susurros descubran el Milagro prohibido
y, confundidos los Diablos, se recuenten
que torturas más feroces que las suyas
la fe viviente había superado;
y que unos hombre flacos y cadavéricos,
gangrenosos y pudriéndose sus huesos,
con almas aladas de valor cristiano,
levantaron diez mil toneladas de piedra
por encima del Valhalla y del Olimpo
[...]
Yo conocí y traté a Roy
Campbell. Nunca en mi vida he visto de cerca una naturaleza tan asombrosamente
poética como la suya. No he oído nadie hablar tan «en poesía» como él. No podía
referirse a un asunto, por insignificante que fuera, sin que lo hiciese en
nombre de una belleza profunda que le era congénita. La más ligera mala sombra
era algo vedado a su generoso espíritu. ¡Cuántos sabíamos, de los que le
tratábamos, que era él el autor de los mejores poemas dedicados a nuestra
guerra! Una vez, recuerdo, le pregunté por qué no se traducían al español sus
poemas, y me respondió, con una humildad en él habitual, que la poesía española
era demasiado buena y que sus poemas no merecían la pena de ser traducidos.
Recuerdo también que asistí a una comida en honor suyo en un modesto
restaurante madrileño. Se le regaló una chaquetilla de torero que le quedaba
ridículamente estrecha. La recibió con su humor característico. A la hora de
los discursos, una brillante y amena escritora española cometió la
impertinencia de decir que los amigos con que España contaba en el extranjero
venían a ser casi todos una chalados, unos locos... ¡Benditos locos, si todos
son como Roy Campbell!, y quiera él perdonarnos en el cielo a todos los
españoles, que todavía su libro de poemas –
Flowring
Rifle– no se haya traducido al castellano sino sólo en pequeños fragmentos,
y éstos con bastante retraso. Y quiera también disculparnos que parte de la
tinta vertida en los últimos años por sus compañeros españoles de pluma sobre
Alberti, León Felipe, Miguel Hernández... –con lo que se podría formar un
voluminoso tomo– , no la vertiéramos en hacer siquiera una discreta
presentación de su poesía
[3].
¡Nuestras editoriales tienen tantos engendros que traducir! ¡Y él, el pobre,
era tan loco, y los otros, tan cuerdos!
[...]
En «La guerra española y el trust de
cerebros», Ediciones Punta Europa, Madrid 1961, pp.226-230.
[1]
Una excelente biografía para conocer la vida de este poeta es «Roy Campbell: “España salvó mi alma”»,
de Joseph Pearce, Ed. Libroslibres, Madrid, 2012. (Nota de «Decíamos ayer...»).
[2] Light on a Dark Horse, Hollis and
Carter, London, 1951, págs. 524-25
[3]
La versión castellana de las poesías de Roy Campbell que citamos es de Esteban
Pujals: España y la guerra de 1936 en la
poesía de Roy Campbell, «O crece o muere», Madrid, 1959. De su obra poética
sólo se ha traducido fragmentariamente. Tiene un tomito en la colección «Adonais», con poemas seleccionados y traducidos por Aquilino Duque; y las
revistas «Papeles de Son Armandans (núm XIV, mayo de 1957) y Punta Europa (núm
48) le ha dedicado, no hace mucho algunas páginas.
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