«El Huésped» - Charles Peguy (1873-1914)

Comprendo muy bien, dijo Dios, que uno haga su examen de conciencia.
Es un ejercicio excelente. No debemos abusar de él.
Hasta se lo recomienda. Está muy bien.
Todo lo que está recomendado está muy bien.
Y no sólo se recomienda. Se prescribe.
En consecuencia, está muy bien.
Pero, al fin, estáis en vuestro lecho. ¿Qué es lo que llamáis vuestro examen de conciencia, hacer vuestro examen de conciencia?
Si es pensar en todas las necedades que hicisteis durante el día, si es recordar todas las necedades que hicisteis durante el día,
Con un sentimiento de arrepentimiento y no diré tal vez de contrición,
Pero que me ofrecéis con un sentimiento de penitencia, está bien.
Acepto vuestra penitencia. Sois buena gente, sois buenos muchachos.
Pero si lo que queréis es repetir hasta la saciedad, rumiar durante la noche todas las ingratitudes del día,
Todas las fiebres y amarguras del día,
Y si queréis dar vueltas y más vueltas en la noche a todos vuestros agrios pecados del día,
Vuestras agrias fiebres y vuestros pesares y vuestros arrepentimientos y vuestros remordimientos más agrios aún,
Si queréis llevar un registro perfecto de vuestros pecados,
De todas esas necedades, de todas esas tonterías,
No, dejadme a mí mismo llevar el Libro del Juicio.
Quizás saldréis ganando con ello.
Y si lo que queréis es contar, calcular, computar, como un notario y como un usurero y como un publicano,
Es decir como un perceptor de impuestos,
Es decir como aquel que recoge los impuestos,
Dejadme entonces hacer mi oficio y no hagáis
Oficios que no han de ser hechos.
¿Acaso son tan preciosos vuestros pecados que sea menester catalogarlos y clasificarlos y registrarlos y alinearlos sobre mesas de piedra
Y gravarlos y contarlos y calcularlos y compulsarlos
Y compilarlos y reverlos y repasarlos
Y medirlos e imputároslos eternamente
Y conmemorarlos con no se sabe qué especie de piedad?
Como nosotros en el cielo ligamos las gavillas eternas
Y los sacos de oración y los sacos de mérito
Y los sacos de virtud y los sacos de gracia en nuestros imperecederos graneros,
Pobres imitadores, vais ahora a dedicaros –e imitadores contrarios, imitadores en el sentido inverso– vais ahora a dedicaros a ligar todas las tardes
Las miserables gavillas de vuestros horrendos pecados de cada día.
Demasiado sería si sólo fuera para quemarlos. No valen la pena.
Ni siquiera de eso
Pensáis demasiado en vuestros pecados.
Haríais mejor de pensar en ellos para no cometerlos,
Mientras hay tiempo todavía, muchacho, mientras no han sido aún cometidos.
Haríais mejor de pensar en ellos un poco entonces.
Pero al atardecer no atéis esas vanas gavillas. ¿Desde cuándo hacen los labriegos gavillas de cizaña y de grama? Se hacen gavillas de trigo, amigo mío.
No extendáis esas cuentas, esas nomenclaturas. ¡Es mucho orgullo!
Es también mucho inútil alargarse. Y papelería.
Cuando el peregrino, cuando el huésped, cuando el viajero,
Se ha dejado andar largo tiempo en el barro de los caminos,
Antes de cruzar el umbral de la iglesia seca cuidadosamente sus pies,
Antes de entrar,
Porque es muy pulcro.
Y el barro del camino no debe mancillar las losas de la iglesia.
Pero una vez hecho, una vez que ha limpiado los pies antes de entrar,
Ya entrado no torna a pensar continuamente en sus pies,
No mira de continuo si sus pies están bien limpios.
No tiene más corazón, no tiene más mirada, no tiene más voz
Que para ese altar donde el cuerpo de Jesús
Y el recuerdo y la espera del cuerpo de Jesús
Brillan eternamente.
Basta que el lodo de los caminos no haya pasado el umbral del templo.
Basta que se hayan secado los pies, una vez, antes de pasar el umbral del templo.
Cuidadosamente, prolijamente, y que no se hable más.
No se habla siempre del barro. No es limpio.
Transportar al templo siquiera el recuerdo y la inquietud del barro
Y la preocupación y el pensamiento del barro
Es llevar todavía barro al templo.
Ahora bien, el barro no debe pasar el umbral de la puerta.
Cuando el huésped llega ante el huésped que limpie sencillamente sus pies antes de entrar,
Que entre limpio con los pies limpios y que luego
No piense siempre en sus pies y en el barro de sus pies.
Vosotros sois mis huéspedes, dice Dios, y bien valgo ese Dios que era el Dios de los huéspedes.
Sois mis huéspedes y mis hijos que venís a mi templo.
Sois mis huéspedes y mis hijos que venís a mi noche.
En el umbral de mi templo, en el umbral de mi noche, secaos los pies y que no se los mencione más.
Haced vuestro examen de conciencia, pero que sea secar vuestros pies.
Y que no sea en manera alguna, por el contrario,
Trasladar al templo los lodos y el recuerdo de los lodos del camino
Y que no sea arrastrar sobre el umbral augusto de mi noche
Los rastros, las marcas del barro
De vuestros sucios caminos de la jornada.
Lavaos al atardecer. Eso es hacer vuestro examen de conciencia.
Nadie se lava continuamente.
Sed como ese peregrino que toma agua bendita al entrar en la iglesia.
Y hace la señal de la cruz. Luego entra en la iglesia.
Y no toma agua bendita todo el tiempo.
La iglesia no se compone únicamente de pilas benditas.
Hay lo que está antes del umbral. Hay lo que está en el umbral.
Y hay lo que está en la casa.
Se debe entrar una vez y no salir y entrar todo el tiempo.
Sed como ese peregrino que no mira más que al santuario.
Y que no oye más.
Y que no ve más que ese altar donde mi hijo ha sido sacrificado tantas veces.
Imitad a ese peregrino que no ve más que el destello
Del resplandor de mi hijo.
Entrad en mi noche como en mi casa. Pues es ahí donde me reservé el derecho de ser dueño.
Y si os empeñáis absolutamente en ofrecerme algo
De noche al acostaros
Que sea por lo pronto una acción de gracias.
Por todos los servicios que os rindo
Por los beneficios innumerables con que os colmo cada día
Con los cuales os he colmado ese día mismo.
Agradecedme primero, es lo que más apremia.
Y es también lo más justo.
Luego que vuestro examen de conciencia
Sea, una vez hecho, verdadera limpieza
Y no por el contrario un vago arrastrar de marcas y de mancillas.
La jornada de ayer está cumplida, hijo mío, piensa en la de mañana.
Y en tu salvación que está al cabo de la jornada de mañana.
Es tarde para ayer. Pero no es demasiado tarde para mañana.
Y para tu salvación que está al cabo de la jornada de mañana.
Tu salvación no está en la dirección de ayer, está en la dirección de mañana.
Ve hacia mañana, no te vuelvas hacia ayer.
Pensad entonces un poco menos en vuestros pecados cuando los habéis cometido
Y pensad un poco más en el momento de cometerlos.
Antes de cometerlos.
Será más útil, dijo Dios.
Es demasiado tarde cuando ya han sido cometidos, cuando ya han sido hechos.
No es demasiado tarde para la penitencia.
Pero es demasiado tarde para no cometerlos
Y para no haberlos cometido.
Cuando habéis pasado sobre vuestros pecados, los agrandáis como montañas, dijo Dios.
Cuando hay que ver que son, en efecto, montañas y espantosas es en el momento de pasarlos.
Sois virtuosos después. Sed virtuosos antes.
Y durante.
La hora que suena ha sonado. El día que pasa ha pasado.
Sólo mañana queda y los pasado mañana.
Y no quedarán por mucho tiempo.
Que vuestros exámenes de conciencia y vuestras penitencias
No sean, pues, rigidez y encabritamiento hacia atrás,
Pueblo de dura nuca,
Que sean alivios y que vuestros exámenes de conciencia y vuestras penitencias y hasta vuestras contriciones más amargas
Sean penitencias de distención, desdichados hijos, y contriciones de remisión
Y de entrega en mis manos y de renunciamiento.
(De renunciamiento de vosotros).
Pero yo os conozco, sois siempre los mismos.
Queréis hacerme grandes sacrificios, con tal de escogerlos vosotros.
Preferís hacerme grandes sacrificios, con tal de que no sean aquellos que os pido,
Antes que hacerme los pequeños que os pediría.
Sois así, os conozco.
Haréis todo por mí, excepto darme ese poco de abandono.
Que es todo para mí.
En fin, sed como un hombre
Que está en una embarcación en el río
Y que no rema todo el tiempo
Y que a veces se deja llevar por el correr del agua.
(Traducción de Manuel Mujica Láinez)

* En «Revista Sol y Luna», Buenos Aires, n°3, 1939.

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