Concepción Católica de la Política (fragmentos)
P. JULIO MEINVIELLE (1905-1973)
Sufragio
universal
Nada más
deplorable y opuesto al bien común de la nación, que la representación a base
del sufragio universal. Porque el sufragio universal es injusto, incompetente,
corruptor.
Injusto, pues
niega por su naturaleza la estructuración de la nación en unidades sociales
(familia, taller, corporación); organiza numéricamente hechos vitales humanos
que se substraen a la ley del número; se funda en la igualdad de los derechos
cuando la ley natural impone derechos desiguales; no puede ser igual el derecho
del padre y del hijo, el del maestro y el del alumno, el del sabio y el del
ignorante, el del honrado y el del ladrón. La igual proporción, en cambio –esto
es la justicia– exige que a derechos desiguales se impongan obligaciones
desiguales.
Incompetente,
por parte del elector, pues éste con su voto resuelve los más trascendentales y
difíciles problemas religiosos, políticos, educacionales, económicos. De parte
de los ungidos con veredicto popular, porque se les da carta blanca para tratar
y resolver todos los problemas posibles y, en segundo lugar, porque tienen que
ser elegidos, de ordinario, los más hábiles para seducir a las masas, o sea los
más incapaces intelectual y moralmente.
Corruptor,
porque crea los partidos políticos con sus secuelas de comités, esto es,
oficinas de explotación del voto; donde, como es de imaginar, el voto se oferta
al mejor postor, quien no puede ser sino el más corruptor y el más corrompido.
Además, como las masas no pueden votar por lo que no conocen, el sufragio
universal demanda el montaje de poderosas máquinas de propaganda con sus
ingentes gastos. A nadie se le oculta que a costa del erario público se
contraen compromisos y se realiza la propaganda.
Tan decisiva
es la corrupción de la política por efecto del sufragio universal, que una
persona honrada no puede dedicarse a ella sino vendiendo su honradez; hecho
tanto más grave si recordamos que, según Santo Tomás, un gobernante no puede
regir bien la sociedad si no es «simpliciter bonus», absolutamente bueno (I.
II, q. 82, a. 2 ad 3).
El sufragio
universal crea los parlamentos, que son Consejos donde la incompetencia
resuelve todos los problemas posibles, dándoles siempre aquella solución que ha
se surtir mejor efecto de conquista electoral. En las pretendidas democracias
modernas (en realidad no existe hoy ningún gobierno puramente democrático),
donde el sufragio universal es el gran instrumento de acción, los legisladores
tienen por misión preferente abrir y ampliar los diques de la corrupción
popular. Hay quienes pretenden salvar el sufragio universal, y su corolario, el
parlamento, imputando a los hombres y no a estas instituciones, los vicios que
se observan. Pero no advierten que los vicios indicados les son inherentes, y
es en ellas donde reside el principio de corrupción de las costumbres
políticas. El individualismo, que es la esencia del sufragio universal, arranca
de la materia, signada por la cantidad, y la materia, erigida en expresión de
discernimiento, disuelve, destruye, corrompe, porque la bondad adviene siempre
a las cosas por la vía de la forma, según los grandes principios de la
metafísica tomista.
Fácil sería
demostrar que los descalabros de la política moderna son consecuencia de considerar
toda cuestión bajo el signo de la materia.
✠ ✠ ✠ ✠ ✠
Democratismo
y democracia
La
reivindicación de la soberanía en el sentido rousseauniano importa de hecho la
licencia de todos los impulsos anárquicos que se esconden en los bajos fondos
del corazón humano, y así la victoria sistemática de los instintos contra la
ley de la razón.
Rousseau ha
encontrado, con su decantada soberanía de la mayoría, el instrumento práctico
para elevar a la categoría divina todas las rebeldías que la soberbia de una
falsa ciencia había desatado en el hombre. La disolución total del hombre y de
la sociedad, obrada desde entonces por el liberalismo, es la historia
documentada de estas consideraciones de filosofía tomista.
De aquí que la
doctrina católica, al afirmar el carácter divino de la soberanía, lejos de
destruirla, la funda y la hace benéfica; porque si la soberanía no viene de Dios,
la soberanía no existe; y si, por un imposible, pudiera existir sin derivarse
de Dios, contendría una fuerza impetuosa que esclavizaría al pueblo o
aniquilaría la sociedad. Porque todo concepto absoluto fabricado por el hombre,
como se funda en la nada, tiene una pavorosa fuerza para reducir a la nada todo
cuanto toca.
Si durante
estos cuatro siglos que constituyen la época moderna, mientras el hombre
moderno estaba empeñado en realizar sus ideas libertarias, la despreciada
Iglesia de Cristo no hubiese continuado en su secular tarea de irradiar sobre
las almas su sobrenatural influencia, ¿a qué extremos inauditos de salvajismo y
barbarie no habríamos llegado? La época sombría en cuyas nubes nos vamos
internando, preñada de hondas y temibles convulsiones, es fruto maduro de
aquella semilla de la soberanía popular que cultivó Rousseau, y que hoy
conocemos como el dogma intangible de la Democracia.
Es evidente
que no nos referimos aquí a la democracia como pura forma de gobierno. Ésta es
legítima si, respetando el orden moral como emanación de la ley divina,
reconoce a Dios como origen y fuente de toda razón y justicia y se reduce a
propiciar una organización en que se dé cabida al mayor número de ciudadanos en
la dirección de los negocios públicos, siempre que así lo permita el bien común, que es la suprema y
decisiva ley de toda sociedad política. Nos referimos, sí, a la Democracia,
vivida y voceada hoy, a esa que no puede escribírsela sino con una descomunal
mayúscula, porque se presenta como solución universal de todos los problemas y
situaciones. Esa Democracia es el mito rousseauniano de la soberanía popular;
es, a saber, de que siempre y en todas partes ha de hacerse lo que el pueblo
quiere porque el pueblo es ley; y el pueblo es la mayoría igualitaria que con
su voto lo decide todo, lo mismo lo humano que lo divino, lo que se refiere al
orden nacional como al internacional, la santidad del matrimonio como la
educación de los hijos, los derechos del Estado lo mismo que la majestad
sacrosanta de la Iglesia.
Maritain ha
destacado el error en que incurren Rousseau y el mundo del cual es padre, al
confundir la Democracia como mito y doctrina universal de la soberanía, con la
democracia como forma particular de gobierno. Puede discutirse sobre la
cuestión de si la forma de gobierno es buena o mala para tal pueblo y en tales
condiciones, pero el democratismo, el moderno principio espiritual del
igualitarismo, es indiscutiblemente un sangriento absurdo («Primacía de lo
Espiritual»).
Lo que León
XIII escribía en su encíclica «Diuturnum» el 29 de junio de 1881, cobra, cada
día que pasa, sorprendente cumplimiento.
...Las teorías modernas sobre el poder
público han causado ya grandes males y es de temer que estos males alcancen
en el futuro los peores excesos. En efecto, no querer referir a Dios como a su
autor y fuente el derecho de mandar, es quitar al poder público su esplendor y
su vigor. Al hacerle depender de la voluntad del pueblo no solamente se comete
un error sino que se asigna a la autoridad un fundamento frágil y sin
consistencia. Tales opiniones son como un estimulante perpetuo a las pasiones
populares, que aumentan de audacia cada día y amenazan llevar a la ruina las
repúblicas por secretas conspiraciones o por abiertas sediciones. Ya en el
pasado, el movimiento que se llama la Reforma tuvo por auxiliares y por jefes a
hombres que, por sus doctrinas, derribaban los dos poderes, así el espiritual
como el temporal: tumultos repentinos, rebeliones audaces, sobre todo en
Alemania, fueron las consecuencias de estas novedades y la guerra civil y el
crimen recrudecieron con tanta violencia que no hubo región que no fuese presa
de agitaciones y masacres. De esta herejía nació en el siglo pasado, lo que se
llama «derecho moderno» y «soberanía del pueblo» y esa desenfrenada licencia,
con la cual identifican muchos la libertad.
De aquí se ha avanzado hasta los más
extremos errores, tales como el comunismo, el socialismo, el nihilismo, que son
temibles monstruos que amenazan sepultar la sociedad...