«El Juicio de los Jueces» - Robert Brasillach (1909-1945)
Hace ya 80 años (febrero de 1945), tras un juicio inicuo, era fusilado en el Fuerte de Montrouge, donde había sido trasladado desde la cárcel de Fresnes, el joven escritor y poeta Robert Brasillach. Tenía tan solo 35 años. Vaya en su recuerdo y como homenaje, este poema que integra su obra «Poemas de Fresnes», que escribió durante su cautiverio.
Los que han sido encerrados en el frío, bajo cerrojos solemnes,
Los que
fueron vestidos de gris, los que se agarran a los barrotes,
Los que,
cadena en los pies, son puestos en calabozos sin tragaluz,
Aquellos
que parten maniatados, rechazados por el alba nueva,
Los que
caen de madrugada, dislocados en su poste,
Los que
lanzan un último grito en el momento de dejar el pellejo,
Ellos serán
un día, sin embargo, la Corte de la Justicia eterna.
Porque
antes de juzgar al criminal y al inocente,
Habrá que
reunir primeramente a los jueces,
Que saldrán
de sus tumbas, del fondo de los siglos, todos juntos,
Bajo sus
galones de militar o su toga color de sangre,
Los
coroneles de nuestros faroles, los fiscales de espalda tembleque,
Los obispos
que, cara al cielo, han juzgado como les daba la gana,
Estarán a
su turno también en la baranda del juicio.
Cuando la
trompeta suene, ese será el primer trabajo!
Viejos
malandras, en cien mil años no habríais tenido tanta fajina!
Para matar
o robar no poseéis casi vergüenza,
Pero ahora
tenéis que vigilar otra clase de bichos:
Mirad, en
el amanecer, el perro del pastor que gruñe.
Les muerde
las pantorrillas solemnes, y el látigo restalla en vuestro puño.
Juntad aquí
a los jueces, en el recinto de la gran feria.
Para
juzgarlos, os digo, contaremos sin duda con los santos,
Pero los
santos no bastarán para enunciar tantas sentencias.
Los que la
otra vez fueron juzgados primero, en vida,
Como dice
el Libro Verdadero, serán juzgados a lo último.
Ellos
juzgarán ante todo al juez, examinarán las circunstancias.
Escuchando,
a su turno, tanto a la acusación como a la defensa,
Los jueces
van a pasar por último al tribunal de madrugada.
Los
ladrones en la noche, los cacos que escupen sus pulmones,
Las putas
de la niebla inglesa que abordan a los caminantes nocturnos,
Los
desertores que cruzaban el agua atrapados en la canoa que zozobra.
Los
lavadores de cheques, los negros borrachos en los burdeles,
Los
muchachos vendedores de explosivos, los terroristas de días sombríos.
Los
delincuentes de las urbes apremiados por espías sin número,
Antes de
ser de nuevo juzgados harán la gran Casación.
Se los verá
reunirse, subiendo hacia nosotros del fondo de las edades,
Aquellos
que, raqueta a los pies, entre las nieves del Grand Nord,
Hirieron
junto al yacimiento a sus compañeros buscadores de oro,
Los que,
bajo el hielo y el viento, en el mostrador de los saloons,
Han bebido
en copas gruesas el alcohol de los hombres fuertes,
Y que, sin
preocuparse de la ley, confundiendo el olvido y la muerte,
Desecharon
la vieja esperanza de ganar comarcas tibias.
Ellos se
sentarán cerca de los que han tirado en las trincheras,
Y que
después han dicho no, un día, cansados de años de horror,
De los
soldados muertos para ejemplo y de los quintados por error,
Y junto a
los bravos militantes de todas las causas frustradas,
De los que
caen en invierno bajo las balas de los fusileros,
De los que
encierran en calabozos los policías de los Emperadores,
Y de las
juventudes de todas partes dejadas por sus jefes en fuga.
Sí, a
todos, soldados, bandidos, se les ajustarán las cuentas!
No temáis,
hombres de bien, ellos también serán juzgados.
Pero es de
ellos, para empezar, que corresponde hablar aquí,
Pues la
palabra es, ante todo, para los que corren la aventura,
Y no para
los jueces que se conforman con estar sentados,
Con
colocarse en la serena frente su birrete negro o su quepí,
Y pagar con
un poco de sangre su hipódromo y su alimento.
Los en otro
tiempo adversarios se han puesto de acuerdo para esto,
Los justos
arrastrados al quemadero están al lado de los malandrines,
Pues los
jueces serán juzgados por culpables e inocentes.
Más allá de los cerrojos puestos, ¿quién de entre ellos podrá llegar?
Quién podrá
ver de nuevo a sus cordones, su corbata o su ropa!
Sócrates
juzga a la ciudad, Juana refrenda el juicio,
Y en la
Corte están sentadas esta tarde la Reina y Carlota Corday.
Ellos
pasarán, responderán ante los tribunales de los últimos días
Los que
tanto se cuidaban de conservar su armiño blanco,
Y las
celdas se abrirán sin necesidad de cerrojo ni llave.
En el
tribunal de la Suprema Apelación, no serán siempre los mismos,
Oh,
hermanos de los calabozos helados, que estarán con los de arriba.
Los títeres
desarticulados atados al poste que se ladea,
Se alzarán
para escucharos, oh jueces que os hacíais los sordos.
Y los que
han pasado sus noches rumiando sus malos sueños,
Los pálidos
cuchilleros, los héroes muertos para su combate,
Las chicas
que sobre la acera deslizan la droga en su vaso,
Los que
durante años perdieron sangre y savia,
Por el juez
y por el soplón, y por Caifás y por Judas,
Verán al
gran Condenado, rey de los condenados aquí abajo.
Abrir para
jueces y enjuiciados el tiempo del relevo final.
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