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Mostrando las entradas de septiembre, 2018

La intimidad con Cristo
ROBERT HUGH BENSON (1871–1914)

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El capítulo abajo transcripto pertenece al espléndido libro de Benson «La amistad de Cristo». Sirva esta pequeña muestra a modo de incentivo para la lectura íntegra de la obra. Para ello ofrecemos, al pie de la página, su texto completo  para descargar.  No es bueno que el hombre esté solo (Gen 2,18) A primera vista nos parece inconcebible que pueda existir una auténtica amistad entre Cristo y el alma. Admitimos la adoración, la dependencia, la obediencia, el servicio e, incluso, la imitación: todas esas cosas son imaginables, pero no la amistad. Y por otra parte, cuando recordamos que Jesucristo asumió un alma humana como la nuestra, un alma capaz de alegrías y tristezas, abierta a las acometidas de la pasión y a las tentaciones, un alma que experimentó la angustia y el gozo, el sufrimiento de la oscuridad y la alegría de la luz; cuando a través de nuestra fe aceptamos todo esto, la posibilidad de entablar amistad –un hecho vital que conocemos por experiencia–, p

La Nobleza
EDMUNDO GELONCH VILLARINO (1940–2018)

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Ha muerto Edmundo Gelonch. Un verdadero y ejemplar maestro. Publicamos pues, como homenaje y pequeña muestra de gratitud, estas líneas de su autoría, que bien le cuadran, como auténtico «hijodalgo» que fue y por la nobleza que siempre le caracterizó. De entre toda la hoy ignorada organización de la ciudad hispánica, hemos escogido como ilustración de este sentido de la igualdad esencial y de la desigualdad accidental de talentos y conductas, una de las nociones peor conocidas y más falsificadas por las ideologías, y que es muy próxima a nuestro tema general: decimos, la noción de Nobleza, que es decir Caballería, si es auténtica. Nos cuenta Don Quijote ser «hijodalgo de solar conocido, de posesión y propiedad, y de devengar quinientos sueldos» [1] . Pidamos al Doctor Juan Huarte de San Juan, famoso médico y filósofo del siglo XVI, que nos explique la expresión: «El español que inventó este nombre, hijodalgo, dio bien a entender la doctrina que hemos traído, porque, segú

Padre Pío
JUAN CARLOS GOYENECHE (1913-1982)

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Con la presente publicación «Decíamos ayer...», rinde un sencillo homenaje al Santo Padre Pío, en el 50° aniversario de su muerte y en el 100° de la aparición de sus estigmas. A través del cable, por medio de una noticia seca y escueta, nos hemos enterado de la muerte del Padre Pío de Pietrelcina. Nuestros diarios, tan generosos habitualmente para cualquier noticia trivial o escandalosa, se limitaron esta vez a unas cortas crónicas de compromiso. Sin embargo, acababa de morir un hombre extraordinario, quizás el hombre más extraordinario –en el sentido estricto del término– que haya vivido en nuestro tiempo. Hacia él se dirigieron durante más de cincuenta años las miradas de angustia o de esperanza, los anhelos de perfección, las ansias de salud corporal, la necesidad de consuelo o de consejo, de miles y miles de hombres y mujeres que habitaban en los puntos más distantes de la tierra. Y él no defraudó a ninguno que se le acercara con la intención pura. Fue duro con

De lo que sucedió a don Quijote en el castillo o casa del Caballero del Verde Gabán con otras cosas extravagantes (fragmento)
MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA (1547-1616)

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[...] -Paréceme que vuesa merced ha cursado las escuelas: ¿qué ciencias ha oído? -La de la caballería –respondió don Quijote–, que es tan buena como la de la poesía, y aún dos deditos más. -No sé qué ciencia sea ésa –replicó don Lorenzo–, y hasta ahora no ha llegado a mi noticia. -Es una ciencia –replicó don Quijote– que encierra en sí todas o las más ciencias del mundo, a causa que el que la profesa ha de ser jurisperito, y saber las leyes de la justicia distributiva y comutativa, para dar a cada uno lo que es suyo y lo que le conviene; ha de ser teólogo, para saber dar razón de la cristiana ley que profesa, clara y distintamente, adonde quiera que le fuere pedido; ha de ser médico, y principalmente herbolario [1] , para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las yerbas que tienen virtud de sanar las heridas, que no ha de andar el caballero andante a cada triquete [2] buscando quien se las cure; ha de ser astrólogo, para conocer por las estrellas cuántas ho

La vitalidad religiosa y el cambio
DIETRICH VON HILDEBRAND (1889-1977)

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La campaña de la que a sí mismo se llama «la vanguardia» (avant-garde) de la Iglesia incluye en su programa la denigración del pasado de la Iglesia y la proclamación de un cambio como señal de vitalidad. Hemos visto ya que el cambio es un término ambiguo y que induce a error, porque puede referirse a dos fenómenos absolutamente distintos; en primer lugar, puede referirse a una alteración radical (por ejemplo, la sustitución de una convicción o de un ideal por otro), y, en segundo lugar, puede significar cambio en el sentido de crecimiento (el crecimiento y desarrollo de nuestro amor, de nuestra devoción, de nuestra inteligencia). Hemos visto también que el progreso moral no puede consistir en el cambio entendido en el primer sentido de la palabra. Para el cristiano, todo progreso consiste en la segunda clase de cambio: en superar las imperfecciones y cooperar más y más en el proceso de santificación que el Señor nos ofrece en sus enseñanzas y en los sacramentos. Aspirar a es

La Oración (fragmento)
FRAY SERVAIS THEODORE PINCKAERS OP (1925-2008)

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Junto con el texto que aquí se publica, «Decíamos ayer...» ofrece –al pie de la página– la descarga del libro completo al cual pertenece este fragmento. Ello, gracias a la gentileza del valioso sitio http://www.traditio-op.org/inicio.html , editado «Por un fraile de la Orden de Predicadores», y en el cual se podrán encontrar  también  otras obras muy provechosas. 1. Una necesidad vital La oración es una necesidad vital para el cristiano, como el comer y el beber; debe convertirse en algo así como una respiración del alma, armonizada con el soplo del Espíritu Santo. El Señor nos lo enseña mediante la parábola de la viuda inoportuna: «Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer» (Lc 18, 1). San Pablo retoma la recomendación: «Orad constantemente» [1] . Les pide asimismo a los cristianos «que luchéis juntamente conmigo en vuestras oraciones» (Rm 15, 30; Col 4, 12). La invitación a la oración no es un imperativo exterior, sino la expresión d