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Mostrando las entradas de abril, 2024

«Prefacio al libro “San Martín y Rosas, su correspondencia”» - Ramón Doll (1896 - 1970)

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«…Las relaciones entre San Martín y Rosas han sido cuidadosa­mente soslayadas por nuestros liberales...». H ace algunos años las nuevas generaciones iniciaron un proceso de revisión de la Historia oficial que ya ha triunfado, llegando a la sentencia definitiva. Ese proceso fue tanto más no­table cuanto que teníamos radicalmente en contra el Régimen vigente. El silencio de los grandes diarios que cuidan sus muer­tos no sólo porque son de la familia, sino porque dan de comer; el odio de ridículos Ministros de Instrucción Pública y no menos ridículos Ministros del Interior; el desahucio de maestros y pro­fesores patriotas porque enseñaron desde sus cátedras que Rosas era una figura de prócer, a cuyo lado los enlevitados civilistas de la Organización eran apenas unos pendolistas escribaniles; el complot de cierta oligarquía que dice pertenecer a una alta so­ciedad de discutibles pergaminos, que se oponía a la vindicación del «tirano» porque podía suceder que, hurgando en el pasado, los ant

«Falsas alternativas» - Dietrich von Hildebrand (1889-1997)

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He aquí un texto que, escrito en 1969, resulta un claro adelanto de lo que mucho tiempo después, S.S. Benedicto XVI va a denominar la «hermenéutica de la continuidad». C uando leemos la luminosa encíclica Ecclesiam Suam, del Papa Pablo VI, o la magnífica «Constitución Dogmática sobre la Iglesia», de los Padres del Concilio, no podemos menos de darnos cuenta de la grandeza del Concilio Vaticano II. Pero cuando volvemos la mirada a muchos escritos contemporáneos –algunos escritos por teólogos muy famosos, otros escritos por teólogos de menor categoría, y otros también por laicos, que nos ofrecen sus urdimbres teológicas propias de aficionados–, no podemos menos de sentir honda tristeza, y de experimentar grave preocupación. Indudablemente, sería difícil concebir mayor contraste que el que existe entre los documentos oficiales del Vaticano II y las declaraciones superficiales e insípidas de diversos teólogos y laicos que se han extendido por todas partes como un morbo infeccioso. De un la

«El arte de envejecer» - Gustave Thibon (1903-2001)

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«...Al cerrarse el porvenir se abre la eternidad; la rueda de los días, al mismo tiempo que desgasta el cuerpo, debe agudizar el alma...» La escena que voy a contar se sitúa en 1943. Era la época en que las restricciones alcanzaban su plenitud, o mejor, su vacío. Se había organizado en mi pueblo una verbena en la que se vendían, a beneficio de los prisioneros, dulces que no se encontraban desde hacía bastante tiempo y, en especial, maravillosos buñuelos de crema fabricados por los campesinos del lugar. Hacia el final del día llegó un viejo que se había arrastrado penosamente desde el pueblo vecino para gozar de esta insólita ganga. No hubo suerte: se acababan de vender los últimos buñuelos de crema. Y el pobre viejo, terriblemente decepcionado, se puso a llorar como un niño. También yo tuve ganas de llorar, pues esta escena me hizo apreciar a lo vivo toda la miseria del hombre que no ha sabido envejecer. Y pensé en las amargas palabras de Sainte-Beuve: «No se madura; se endurece un

«Los discípulos de Emaús» - Mons. Fulton J. Sheen (1895-1979)

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«Lo que en la conversación con los dos discípulos se hizo resaltar no fueron las enseñanzas dadas por Jesús, sino que se insistió en sus sufrimientos y en el modo como éstos eran convenientes para su glorificación».  Mediante la presente publicación, «Decíamos Ayer...» desea a todos sus lectores amigos unas felices y santas Pascuas de Resurrección. Aquel mismo domingo de pascua nuestro Señor se apareció a dos de sus discípulos que se dirigían a un pueblo llamado Emaús, a breve distancia de Jerusalén. No hacía mucho que habían tenido grandes esperanzas en lo que Jesús les había prometido, pero las tinieblas del viernes santo y la escena de la sepultura del Maestro les habían hecho perder toda su alegría. En el pensamiento de todos, nada estaba tan presente aquel día como la persona de Cristo. Mientras se hallaban conversando con ánimo triste y angustiado acerca de los horribles hechos acaecidos durante los dos días precedentes, un forastero se les acercó. Sin embargo, los discípulos n