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Mostrando las entradas de mayo, 2020

«Los dos Mayos» - P. Leonardo Castellani (1899-1981)

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Hay más cosas en la «penumbra de la historia argentina» de las que enseña la escuela laica. Y esas cosas que no se enseñan son muy interesantes. Por ellas nuestra pequeña historia se vuelve grande, pues se conecta de golpe con la ecumenicidad de la Historia con mayúscula; y se empobrece para la reflexión filosófica; y aun teológica. Federico Ibarguren en su reciente libro Así fue Mayo explica con claridad, vigor y amenidad una de esas cosas incontables o incontadas, en una coyuntura que hasta ahora no había sido tratada monográficamente; pues son tres las coyunturas de nuestra breve historia ocultas con el velo poco espeso de un misterio fabricado, a saber: la Colonia, la «Revolución» de Mayo y Rosas; y esta última es la que hasta ahora ha sido más trabajada por los que empezaron a ver a través del velo. Con el libro de Ibarguren sabemos por fin a punto fijo lo que fue el cisnerismo , el morenismo y el saavedrismo ; y que la «revolución» de Mayo no fue una cosa monódica, c

«Chasque» - Leopoldo Lugones (1874-1938)

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    El viento que acababa de cellisquear [1] con la noche por esas cumbres, disminuía sobre el páramo. Un solcito macilento como una vela, nacía sobre la inmensidad ecuórea [2] de los ventisqueros; y más abajo, abríase en hoyo de arena un valle.     Serpenteaba hacia éste el sendero, descolgándose más bien entre los taludes, o escalonándose como una gradería sobre rasantes lajas. No se oía un gorjeo, no se veía un rastro de vegetación, como no fuesen dos o tres piquillines [3] medrados a la mitad del camino, entre las rocas, y cuyas escarlatinas cuentas semejaban gotitas de sangre sobre el cilicio del matorral.     Cercaban el valle inmensos paredones en cuya aridez de cráter las sombras recortaban netamente, como cuencas de calaveras, hoyos y tajos. Sobre la rampa oriental, muy sombría, quedaban los rastros de la nevasca nocturna, salpicados en manchas de clarión [4] sobre torvo zafiro. Al lado opuesto, el sol desollaba la roca en crudezas multicolores como la carne de una

«En memoria de mis padres» - Johannes Messner (1891-1984)

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    Quizá sorprenda a muchos de los que lean esta dedicatoria el hecho de que en la misma se diga «en» memoria de mis padres y no «a la» memoria. Mis padres no eran conocidos fuera de un reducido círculo de vecinos y amigos. Mi padre era minero y trabajaba en las minas de plata del Estado; mi madre, obrera y trabajaba en una fábrica de curtidos. Vivimos en un principio en las cercanías del lugar donde trabajaba mi padre, en las afueras de una villa rural próxima a Innsbruck. Cuando nosotros, los tres chicos, empezamos, poco antes de alborear el nuevo siglo, a ir a la escuela, mis padres compraron una vieja casa más próxima al centro de la ciudad, con un pequeño terreno. No había entonces un movimiento pro vivienda y pequeña propiedad, no se hablaba del derecho de la familia al hogar propio; el sentido natural había señalado a mis padres el camino a seguir a este respecto. El precio de compra, unido a los gastos de instalación, representaba para ellos una enorme suma. No existían coo

«El esclavo de los iroqueses – San Isaac Jogues» - Daniel-Rops (Henri Petiot) (1901-1965)

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He aquí una espléndida narración de la admirable vida de este santo misionero y mártir. Publicamos sólo un fragmento, debido a su extensión; sin embargo, el texto completo se podrá descargar para su íntegra lectura –que vivamente recomendamos– al pie de la página.   A comienzos de septiembre de 1636, una imponente flotilla de canoas remontaba el río San Lorenzo, en Canadá. Los centinelas de las tribus algonquinas no se inquietaban a su paso: los hurones volvían de tierras de los caras pálidas a quienes habían vendido sus pieles, llevándose en cambio drogas y armas, víveres y pacotilla. No habían lanzado de un territorio a otro el tomahawk de la guerra. Los algonquinos dejaron pasar.   Sin embargo, algo despertó su curiosidad. Los remeros no iban solos. Entre aquellos cuerpos bronceados, con abigarrados dibujos de untos multicolores, brillando de alhajas de cobre, y de conchas, había un hombre blanco desconocido. No era el viejecito miserable que los hurones habían llevado un