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Mostrando las entradas de marzo, 2020

«Radiomensaje a los fieles de España» - S. S. Pío XII (1876-1958)

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Se cumplirá mañana un nuevo aniversario de la victoria definitiva de las tropas nacionales en la Guerra Civil de España (1 de abril de 1939). A modo de homenaje es bueno recordar, entonces, el esclarecedor mensaje que S. S. Pío XII envió para aquella memorable ocasión al heroico y fiel pueblo español.     Con inmenso gozo nos dirigimos a vosotros, hijos queridísimos de la Católica España, para expresaros nuestra paterna congratulación por el don de la paz y de la victoria, con que Dios se ha dignado coronar el heroísmo cristiano de vuestra fe y caridad, probado en tantos y tan generosos sufrimientos.     Anhelante y confiado esperaba Nuestro Predecesor, de s. m., esta paz providencial, fruto sin duda de aquella fecunda bendición, que en los albores mismos de la contienda enviaba «a cuantos se habían propuesto la difícil y peligrosa tarea de defender y restaurar los derechos y el honor de Dios y de la Religión» [1] ; y Nos no dudamos de que esta paz ha de ser la que él mi

«San Agustín. De Civitate Dei» - Jorge Siles Salinas (1926-2014)

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Es éste un fragmento de un notable y magistral artículo. Su lectura resulta muy esperanzadora para estos tiempos física y, sobre todo, espiritualmente virósicos.     No nos es difícil imaginar el efecto desolador que debió producir en el ambiente cristiano del siglo V la trágica noticia del saco de Roma por Alarico, al mando de sus bandas de bárbaros visigodos. El año 410 tuvo lugar el suceso inconcebible; durante días y días la ciudad se vio ultrajada, aterrorizada, sometida a un feroz pillaje, incendiada y torturada por los asaltantes. La relación de los hechos cruzó todos los ámbitos del Imperio dejando paralizados de espanto a los oyentes. ¡Como! ¿No se había dicho que Roma era la ciudad eterna, que su perennidad estaba asegurada por las leyes divinas y por las previsiones de los hombres? ¿No habían dicho los escritores del paganismo, primero, los expositores del pensamiento cristiano, después, que Roma estaba investida de un carácter sagrado y que su esplendor había de irra

«El Silencio (Meditación)» - Josef Pieper (1904-1997)

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«La desgracia del hombre comienza cuando no está en condiciones de quedarse solo consigo mismo en una habitación» (B. Pascal) Sólo quien calla, escucha . Si alguien me preguntara por las reglas fundamentales de la vida del alma y del espíritu, le pediría ante todo que pensara en esta frase. A primera vista parece una perogrullada. Resulta obvio que uno no puede al mismo tiempo hablar y escuchar lo que otro le dice. Con todo, la sentencia va mucho más allá de lo puramente «acústico». Se trata de algo más que de un mero callar con la boca. Incluso en el trato normal entre las personas se requiere un callar más profundo, por ejemplo cuando la palabra del otro intenta realmente alcanzarnos, y especialmente cuando alguien que nos necesita nos dirige un llamado de auxilio, quizás sin palabras, con la esperanza de llegar a nuestro corazón. Cuán verdadera resulta en este sentido la vieja sentencia: «Callar y oír es el trabajo más arduo». Sin embargo la idea se relaciona más a la r

«Enfermedad» - P. Johannes Pinsk (1891-1957)

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La enfermedad es levantada al plano sacramental mediante especiales bendiciones del enfermo, como también en las correspondientes misas votivas; pero particularmente por el sacramento de la Santa Unción. Este ha sido, en verdad, valorado y admitido, a través del desarrollo histórico de la vida cristiana en la Iglesia de Jesucristo, bajo puntos de vista totalmente diferentes; una veces más bien como una consagración para la muerte; otras en cambio, como una acción por la cual se buscaba, con la gracia interna, también la superación de la enfermedad corporal [1] . A mi juicio, ambos puntos de vista, pueden unificarse considerando que el sacramento de la Unción es una consagración de la enfermedad ; la cual se transforma, como el nacimiento en el Bautismo, la edad adulta en la Confirmación, el comer y el beber en la Eucaristía, en un acontecimiento, de alguna manera, sacramental de la gracia. El hombre enfermo puede entender, a través de este sacramento, el hondo sentido de todo p

«Oración de guerra» - Soldado Anónimo (1938)

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En el frente del Ebro, un hombre de Franco ha muerto cara al sol. Sobre su cuerpo inerte fue hallada esta oración de guerra. La escribió la mano de un hombre que en la nueva alborada de su patria había saludado a Dios con el saludo de los gladiadores de Roma. La escribió un hombre que conocía el sentido santo de la lucha: de esa lucha de brazo contra brazo y de alma contra alma, en que se jugaba y se reconquistaba el destino de Europa. Esta es su oración de guerra, la oración de la vida y de la muerte: el mensaje que la vida mortal recita delante de la muerte inmortal. «¡Oh Dios, Señor de los que dominan, Guía supremo, que tienes en tus manos las riendas de la Vida y de la Muerte, escucha mi oración de guerra! Haz, ¡oh Señor!, que mi alma no vacile en el combate y mi cuerpo no sienta el temblor del miedo. Haz que yo te sea fiel en la guerra, como te lo fui en la paz. Haz que el silbido agudo de los proyectiles alegre mi corazón. Haz que la sed y el hambre, el cansa

«El surgimiento del Nacionalismo (1927-1945)» - Aníbal D'Angelo Rodríguez (1927-2015)

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Es éste un fragmento introductorio a una valiosa, esclarecedora y por ahora inédita conferencia. Un  importante testimonio histórico, pleno de vivencias personales de su autor y cuya íntegra lectura  «Decíamos Ayer...» recomienda vivamente, para lo cual, al pie de la página,  podrá descargarse  su texto completo. I. NACIONALISMO 1. Les ruego tengan la benevolencia de concederme unos minutos para desarrollar una breve reflexión sobre el nacionalismo. Me parece que el carácter de este congreso más que autorizarla la exige. Sabemos, en efecto, los que intervenimos en su preparación, que una de sus raíces más fuertes y definitorias fue la necesidad de salir al cruce de tantas insidias, calumnias e incomprensiones como las que se han alzado contra el nacionalismo en estos últimos años. Hasta tal punto que, al menos en mi caso personal, la razón última de mi participación es la necesidad de salir en defensa de quienes han sido mis maestros, aquellos que me ayudaron a encontrar