«Pecado confesado» - Giovanni Guareschi (1908-1968)
Un pequeño recuerdo, siempre grato, del gran
Guareschi y de su inolvidable personaje: Don Camilo.
Naturalmente, don Camilo,
llegado el tiempo de las elecciones, habíase expresado en forma tan explícita
con respecto a los representantes locales de las izquierdas que, un atardecer,
entre dos luces, mientras volvía a la casa parroquial, un hombrachón embozado
habíale llegado por detrás, saliendo del escondite de un cerco y, aprovechando
la ocasión que don Camilo estaba embarazado por la bicicleta, de cuyo manubrio
pendía un bulto con setenta huevos, habíale dado un robusto garrotazo,
desapareciendo enseguida como tragado por la tierra.
Don Camilo no había dicho nada a
nadie. Llegado a la rectoral y puestos a salvo los huevos, había ido a la
iglesia a aconsejarse con Jesús, como lo hacía siempre en los momentos de duda.
– ¿Qué debo hacer? – había
preguntado don Camilo.
– Pincélate la espalda con un poco de aceite batido en agua y cállate –había contestado Jesús de lo alto del altar. Se debe perdonar al que nos ofende. Esta es la regla.
– Bueno –había objetado don
Camilo; pero aquí se trata de palos, no de ofensas.
– ¿Y con eso? –le había
susurrado Jesús. ¿Por ventura las ofensas inferidas al cuerpo son más dolorosas
que las inferidas al espíritu?
– De acuerdo, Señor. Pero debéis
tener presente que apaleándome a mí, que soy vuestro ministro, os han ofendido
a vos. Yo lo hago más por vos que por mí.
– ¿Y yo acaso no era más
ministro de Dios que tú? ¿Y no he perdonado a quien me clavó en la cruz?
– Con vos no se puede razonar –había concluido don Camilo. Siempre tenéis razón. Hágase vuestra voluntad.
Perdonaré. Pero recordad que si esos tales, envalentonados por mi silencio, me
parten la cabeza, la responsabilidad será vuestra. Os podría citar pasos del
Viejo Testamento.
– Don Camilo: ¡vienes a hablarme
a mí del Viejo Testamento! Por cuanto ocurra asumo cualquier responsabilidad.
Ahora, dicho entre nosotros, una zurra te viene bien; así aprendes a no hacer
política en mi casa.
Don Camilo había perdonado. Sin
embargo, algo se le había atravesado en la garganta como una espina de merluza:
la curiosidad de saber quién lo había felpeado.
Pasó el tiempo y, un atardecer,
mientras estaba en el confesionario, don Camilo vio a través de la rejilla la
cara de Pepón, el cabecilla de la extrema izquierda.
Que Pepón viniera confesarse era
tal acontecimiento como para dejar con la boca abierta. Don Camilo se alegró:
– Dios sea contigo, hermano;
contigo que más que nadie necesitas de su santa bendición. ¿Hace mucho que no
te confiesas?
– Desde 1918 –contestó Pepón.
– Figúrate los pecados que
habrás cometido en estos veintiocho años con esas lindas ideas que tienes en la
cabeza.
– ¡Oh, bastantes! – suspiró
Pepón.
– ¿Por ejemplo?
– Por ejemplo: hace dos meses le
di a usted un garrotazo.
– Es grave –repuso don Camilo.
Ofendiendo a un ministro de Dios, has ofendido a Dios.
– Estoy arrepentido –exclamó
Pepón. Además no lo apaleé como ministro de Dios, sino como adversario
político. Fue un momento de debilidad.
– ¿Fuera de esto y de pertenecer a ese tu diabólico partido, tienes otros pecados graves?
Pepón vació el costal.
En conjunto no era gran cosa, y don Camilo la liquidó con una veintena entre Padrenuestros y Avemarías. Después, mientras Pepón se arrodillaba ante la barandilla para cumplir la penitencia, don Camilo fue a arrodillarse bajo el Crucifijo.
– Jesús –dijo, perdóname, pero
yo le sacudo.
– Ni lo sueñes –respondió Jesús.
Yo lo he perdonado y tú también debes perdonar. En el fondo es un buen hombre.
– Jesús, no te fíes de los
rojos: esos tiran a embromar. Míralo bien: ¿no ves la facha de bribón que
tiene?
– Una cara como todas las demás.
Don Camilo, ¡tú tienes el corazón envenenado!
– Jesús, si os he servido bien,
concededme una gracia: dejad por lo menos que le sacuda ese cirio en el lomo.
¿Qué es una vela, Jesús mío?
– No –respondió Jesús. Tus manos
están hechas para bendecir, no para golpear. Don Camilo suspiró. Se inclinó y
salió de la verja. Se volvió hacia el altar para persignarse una vez más, y así
se encontró detrás de Pepón, quien, arrodillado, estaba sumergido en sus rezos.
– Está bien –gimió don Camilo
juntando las palmas y mirando a Jesús. ¡Las manos están hechas para bendecir,
pero los pies no!
– También esto es cierto –dijo
Jesús de lo alto. Pero te recomiendo, don Camilo: ¡uno solo!
El puntapié partió como un rayo.
Pepón lo aguantó sin parpadear, luego se levantó y suspiró aliviado.
– Hace diez minutos que lo
esperaba –dijo. Ahora me siento mejor.
– Yo también –exclamó don
Camilo, que se sentía el corazón despejado y limpio como el cielo sereno.
Jesús nada dijo. Pero se veía
que también él estaba contento.
* En «Don Camilo (un mundo pequeño)», Editorial Guillermo Kraft Limitada, Buenos Aires, 2ª. Edición – 1952, con dibujos del propio autor, pp.35-38. Existe también una reciente edición publicada por la «Cooperativa de los Libros Dormidos», Buenos Aires – 2020.
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