«Argentum (Plata)» - P. Gabino Tabossi (1976-2024)

Ha muerto recientemente el querido P. Gabino, quien bien sabía que «la Patria es un dolor que nuestros ojos no aprenden a llorar», y que «...al recibir un nombre se recibe un destino». Vayan, pues, en su homenaje y memoria, estos magníficos versos de su autoría. E implorándole además, su intercesión por la Iglesia y por la Patria. 


A mi padre
que tiene mucho de Patria


Quiero izar, con estos versos, la bandera sustancial de mi Argentina.

Y avivar la llamarada, que poetas nos dejaron encendida.

(Sobre todo cuando vientos extranjeros se proponen extinguirla.)

Esta Patria es como un padre, que en su Historia nos corrige y nos vigila.

Esta Patria es esa madre, que en sus brazos del pasado nos anida.

Como esposa es engañada, si miramos a otras tierras con codicia.

Es también como la hija, que engendramos y formamos cada día.

Y esta Patria es el preludio, de otra Patria que tenemos prometida.

Es por eso que hay que amarla, como a aquellos que nos han dado la vida.

Es por eso que hay que amarla, como se ama a la esposa o a una hija.

Y es por eso que hay que verla con los ojos dirigidos hacia Arriba.

 

Un metal le ha dado el Nombre y, en el Nombre, sus más nobles adjetivos.

Un metal le dio un origen, un presente y un quehacer definitivo.

Fue la Cruz del español quien le ha dado su Principio entitativo.

Y esa Cruz es como el eco, que le dice que no es éste su destino.

Desde entonces, me parece que la Patria y el madero son lo mismo.

Porque viven desposados; porque viven, uno y otro confundidos.

Como ocurre entre el sol y la luz; como ocurre entre el acorde y el sonido.

Como ocurre entre el héroe y el honor; como ocurre entre dos buenos amigos.

O entre el santo y la oración; o entre el agua que se pierde en cierto vino.

Así fue como nació el lugar en donde Dios nos ha querido.

Y así fue como empezó a existir un nuevo ser: el argentino.

 

Desde el saliente de la Patria, la Cruz se asoma como sol de nuestra historia.

Y desde allí nos ilumina, para que nunca caminemos entre sombras.

Ella es el signo que nos une; ella es la voz que nos hermana y nos convoca.

Como las aves, que se juntan bajo el amparo de las ramas y las hojas:

Como sucede con la madre, en cuyos brazos, a sus hijos los aloja.

O como el Sol de los altares, que nos congrega en su presencia misteriosa.

Ella es el alma de la Tierra (la voluntad, la inteligencia y la memoria)[1]

(¡Nosotros somos lo que somos, merced a esta confusión maravillosa!)

Y ella es el medio que permite que nos unamos con el Ser que hizo las cosas.

Vivamos fieles a esta luz original que dio lugar a nuestra aurora.

Y así podremos ver el Sol, en el poniente de la Patria y de las horas.

 

El ser nos viene del pasado; el ser nos viene por aquella Geometría.

El ser nos hace que vivamos en el presente, con lealtad y valentía.

Y el ser también nos compromete, con un futuro más hermoso todavía.

Por ese ser hay que velar, como un soldado, por la noche y por el día.

A ese ser hay que guardar fidelidad, con la palabra y con la vida.

Por ese ser hay que sufrir (porque el amor lleva consigo alguna herida).

Y a lo mejor hay que llorar, como el Señor, por esa patria que quería.

Y así la Patria vivirá y morirá del mismo modo en que nacía...

Ojalá que, como pueblo, seamos fieles a nuestra etimología.

Ojalá que, en adelante, no olvidemos tan sagrada Ontología.

Y ojalá nos acordemos que esta Patria, sin la Cruz, ya no sería.

[Muchas gracias, Marechal, por haberme tarareado esta poesía].

[1] Este ilustrador verso fue extraído, casi íntegramente, de un hermoso poema que Francisco Luis Bernárdez le dedica a la bandera nacional, en Poemas de carne y hueso, ed. Losada, colección de poetas de España y América, Bs. As. 1943.

* En «Revista Gladius», Año 21  Nº 60, Asunción de la Virgen 2004.

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