«Cuando la Patria grite ¡Ahora yo!» (fragmentos) - Enrique P. Osés (1899-1954)
«...En nuestra patria, el liberalismo rompió la armonía de ese sistema cristiano, fuera del cual, todo es desorden, anarquía, caos y destrucción».
Acaba de transcurrir un nuevo
aniversario del Descubrimiento del Nuevo Mundo. Acabáis de celebrar un Congreso
Eucarístico[1].
He aquí lo que yo llamo circunstancia providencial.
Nuestra Patria, igual que toda América, surgió a la vida, por la Cruz y por la Espada. La conquista no fue una empresa mercantil o una operación comercial, sino la expansión natural, lógica, un maravilloso ímpetu espiritual de una fe magnífica.
Tengamos bien presente esto.
Guerreros y frailes, espada y cruz, conquistaron a América. Cuatro siglos
después, iba a ser la Espada, otra vez, quien nos diera Patria. Iba a ser la
Cruz, quien la fuera abriendo ante el camino. Y ya pueblo independiente,
nuestra Patria fue haciéndose palmo a palmo, en el desierto, por la Cruz
misionera y por la Espada guerrera. He aquí nuestra auténtica tradición, la
única tradición argentina: la Cruz de Cristo y sus milicias; y la Espada, con
empuñadura en Cruz, de sus militares. ¡Qué tradición liberal ni qué arroz con
leche!
Nos independizamos de la madre
España, en nombre de nuestro derecho a ser pueblo libre, y porque España había
dejado de ser, por culpa de sus gobernantes afrancesados y liberales, la España
de Isabel y de Fernando. Y echamos de nuestro suelo, por dos veces a los
ingleses, no con razonamientos teológicos, sino con cañonazos, espadas y aceite
hirviendo cuando ya no había balas, porque con los ingleses, nos venía también
el pueblo que apostató. Esta es la tradición guerrera y cristiana de la Patria.
Y cuando San Martín y Belgrano, Güemes y Espora, y mil héroes más, no sólo nos
dieron la Patria libre, sino que de regalo, dieron la libertad a media América,
y alentaron a la otra mitad a libertarse, cuando en el Congreso de Tucumán, esa
mayoría de clérigos, juró nuestra Independencia, he aquí que tuvieron que
llegar los liberales enciclopedistas, empachados de Rousseau, los leguleyos
francmasones de todas las logias, a darnos una Constitución.
Magnífica para todos, menos para
los argentinos; una organización, libérrima para todos, menos para los
argentinos; una democracia estupenda, para todos, menos para los argentinos.
Quiere decir, en resumen, que lo que conquistamos por la Cruz y la Espada, como
los pueblos fuertes y dignos, lo perdimos por los mercachifles de las leyes, en
el mercado de la compraventa de nuestra libertad verdadera, de nuestra fuerza
moral, de nuestra soberanía nacional.
La fe en Cristo. He aquí nuestro
punto de partida. Y nuestro Nacionalismo es también revolucionario, porque
nuestra verdadera tradición, es, asimismo, guerrera. Y cuando hay que demoler
un edificio, no se amontonan palabras pacifistas, sino que se utilizan las
herramientas necesarias, cuanto más fuertes mejor.
Y nosotros tenemos que echar
abajo, y vamos a decirlo una vez más, con todas sus letras, lo permitan o no
decretos o resoluciones, el edificio podrido de la organización social,
económica, financiera, política y espiritual, de la República Argentina.
Esta es nuestra Revolución: la
Revolución nacionalista, la que no podrá ser conjurada, porque no conspira ni
realiza motines; la que no podrá ser tergiversada, porque no busca alianzas con
nadie; la que comienza por restablecer la verdad en el centro mismo de todo el
sistema, de todo el nuevo orden que queremos organizar y estructurar, para la
Patria.
En nuestra patria, el
liberalismo rompió la armonía de ese sistema cristiano, fuera del cual, todo es
desorden, anarquía, caos y destrucción.
Con el liberalismo, nos llega la
subversión, que él mismo postula. En el orden filosófico, porque separa y
divide al hombre de su Creador; en el orden económico, porque genera
lógicamente la dominación de una clase sobre las demás; en el orden social,
porque, consecuentemente, provoca la reacción de los oprimidos, de los
olvidados, de los débiles. Del liberalismo nace el capitalismo. Y del
capitalismo, nace el marxismo. Como de éste, nace a su vez, el comunismo. Que
es, señores, en su esencia exacta, y no política, no una reivindicación de
clase, no una reivindicación proletaria, sino el reinado, la dominación, del
Espíritu por la Bestia. No hay lucha que valga contra esto, si no vamos a su
génesis. No pueden atacarse los efectos sin suprimir las causas. Por eso no
perdemos tiempo ni vamos por las ramas. Nuestra lucha real es contra el
liberalismo. Y esta lucha es la que da su sentido virtual al Nacionalismo
Argentino.
Todas las libertades liberales –que
no son libertades más que de nombre, porque en el hecho no existen sino en
apariencia– no caben en el Nacionalismo. Yo, por ejemplo, tengo libertad para
escribir, para hablar. Pero si lo que yo escribo o lo que yo hablo, atenta
contra la Verdad, que es una sola, entonces el Estado nacionalista interviene,
no para impedirme que yo escriba o hable tal o cual cosa, sino para evitar que
mis errores lleven la comunidad al desorden, a la anarquía, a la desunión, al
caos. Otro ejemplo. Yo soy libre para dar mi voto ciudadano, pero si de la
totalidad de los ciudadanos, por el medio electoral, como sucede hoy, surge un
mal mandatario, el estado nacionalista impide ese error. ¿Cómo? ¿Impidiendo la
libertad de elegir? No. Condicionándola, reglamentándola. Yo puedo elegir bien
a quien conozco, dentro de mi gremio, de mi sindicato, de mi corporación. No
puedo elegir bien a quien no conozco ni de nombre. El estado nacionalista
substituye, pues, la agrupación de los ciudadanos en partidos políticos y los
agrupa y organiza en corporaciones afines. Por eso, amigos, los partidos
políticos desaparecen con el nacionalismo. Por eso, también, los partidos
políticos se defienden del nacionalismo como gato panza arriba.
Cuando ese grito se grite, con
esta voz inmensa, profunda, clara, definida, rotunda, entonces, camaradas,
amigos, hermanos argentinos, no habrá fuerza humana capaz de ponerle un dique,
no habrá ni la más remota posibilidad de que este vasto edificio de mentiras,
que es la organización liberal, laica, capitalista, marxista, burguesa y judaica
de la República, no se venga abajo, como si fuera un castillo de naipes.