Los sufrimientos corporales de Nuestro Señor
BEATO JOHN HENRY NEWMAN (1801-1890)
1. Sus dolores corporales fueron
mayores que los de cualquier mártir, porque Él quiso que fueran mayores. Todo
dolor del cuerpo depende, para ser sentido en tal o cual intensidad, de la
naturaleza de la mente viva que habita en ese cuerpo. Los vegetales no sienten
porque no tiene mente viva o espíritu en ellos. Los animales sienten más o
menos de acuerdo a su inteligencia. El hombre siente más que cualquier animal
porque tiene alma. Y el alma de Cristo sintió más que la de cualquier hombre,
porque su alma fue elevada por la unión personal con el Verbo de Dios. Cristo
sintió el dolor corporal más agudamente que cualquier hombre, tanto como un
hombre siente el dolor más agudamente que cualquier otro animal.
2. Es un alivio al dolor tener el
pensamiento puesto en otra cosa. Así, los soldados en la batalla a menudo no
saben cuando son heridos, y personas con fiebre muy aguda parecen sufrir
muchísimo pero después sólo pueden recordar un malestar e inquietud general.
Así también la excitación y el entusiasmo son grandes alivios del dolor
corporal. De aquí que los salvajes mueran en la estaca entre tormentos,
entonando cantos, lo cual es una suerte de embriaguez mental. Y así también, un
dolor instantáneo es comparativamente soportable al dolor continuado que es tan
pesado, y si no tuviéramos memoria del dolor sufrido en el último minuto y lo
sufriéramos sólo en el presente, lo encontraríamos fácil de soportar. Pero lo
que hace a la segunda punzada de dolor más intensa es que ha habido una
primera, y lo que hace más dolorosa a la tercera es que ha habido una primera y
una segunda. El dolor parece crecer porque se prolonga. Ahora bien, Cristo
sufrió no como si estuviera en medio de un delirio o una excitación, o sin
advertencia, sino que ¡miró al dolor de frente! Ofreció toda su mente para
considerarlo, lo recibió directamente en su pecho, y sufrió todo lo que sufrió
con total conciencia de sufrir.
3. Cristo no bebería la copa drogada
que se le ofreció para nublar su mente. Quiso tener pleno sentido del dolor. Su
alma estaba tan intencionadamente fija en su sufrimiento como para no ser
distraída, y estaba tan activa, recordando el pasado y anticipando el futuro, y
la pasión entera tan concentrada en cada momento de la misma, que todo lo que
había sufrido y lo que iba a sufrir ayudó a incrementar lo que estaba sufriendo.
Además, su alma era tan serena y sobria, tan poco excitada, tan pasiva, que
recibió todo el peso del dolor sin el poder de arrojarlo de sí. Más aun, el
sentido de una conciencia inocente y el conocimiento de que sus sufrimientos
acabarían podría haberlo sostenido, pero reprimió el consuelo y apartó sus
pensamientos de esos alivios para poder sufrir de modo absoluto y perfecto.
Dios mío y Salvador mío, que atravesaste estos sufrimiento por mí con
semejante conciencia vívida, precisión, recuerdo y fortaleza, hazme capaz con
tu ayuda, si fuera llevado por el poder de esta terrible prueba, de soportarla
con algo de tu serenidad. Dame esta gracia, Virgen Madre, tú que viste sufrir a
tu Hijo y sufriste con Él, para que cuando yo sufra pueda asociar mis
sufrimientos con los suyos y con los tuyos, y por su pasión y los méritos suyos
y de todos los santos, sean una satisfacción por mis pecados y me alcancen la
vida eterna.
* “Meditaciones y Devociones”, Agape, 2006.