«No se trata de nosotros solamente...» - Paul Claudel (1868-1955)
Este poema es una muestra del sentido inmediato y personal que de la
existencia de Dios posee el poeta. En su aleccionante sencillez, es también un
ejemplo de la conmovedora familiaridad de Claudel frente a lo eterno:
transitoria y perecedera, pero también ella misericordiosa, la criatura sabe apiadarse ante los dolores tan paternalmente asumidos por Dios en su compasión infinita.
(Ainsi donc encore une fois...)
Señor, no se trata de nosotros solamente, se trata de Ti mismo, Dios
Eterno.
Nosotros que somos padres de pequeñuelos, cuando Tú dices que eres el
Padre supremo,
¿Cómo quieres que Te comprendamos, si no de la manera más humilde y más
literal,
Y, puesto que eres verdaderamente Nuestro Padre, cómo creer que puedas
desearnos algún mal?
A nosotros que somos padres de pequeñuelos, cuando uno de ellos está
enfermo y dolorido,
El pan nos parece envenenado y el vino se nos vuelve insípido.
Y si ocurre lo que ni siquiera me atrevo a decir
Es en nosotros donde el cuerpo y el alma se separan, y somos nosotros los
que sabemos qué es morir.
Y sin embargo es evidente que sólo somos su padre y su madre por azar.
Eres Tú quien por un acto particular de Tu voluntad, y para que sean
siempre a Tu semejanza,
Pronunciando muy suavemente sus nombres, desde el fondo de Tu Eternidad
los has suscitado sacándolos de la Nada.
Y quien no sólo eres su Padre transitorio, sino que no dejas de serlo en
todo instante.
¡Y la prueba de que es verdad, y de que Tú sabes también lo que sabe un
Padre,
Y de que eres capaz de morir, Tú también, y de que es asunto que conoces
mejor que nadie,
Son esas manos, cuando uno desearía servirse de ellas, clavadas, y esa
hiel que es preciso beber gota a gota amorosamente,
Es la cruz hacia la cual, cuando te buscamos, nos basta mirar para
tenerte!
Si Tú no fueses más que Dios, no habría manera de entenderse Contigo de
un modo claro,
Pero Tú has pasado también por esto, también Tú eres experto en lo que nosotros
hemos soportado.
¡Y por cierto que, desde el punto de vista de la Eternidad, bien poca
cosa son nuestros males presentes,
Pero harto ves que aún así, tal como son, Señor, ya nos parecen suficientes!
«Mi hermano no hubiera muerto, Señor, si Tú hubieses estado junto a él»,
alguien que te es grato dice con voz solemne.
¡Ten piedad de esos ojos casi extintos que Te buscan y no pueden verte!
¿Esos hijos que Te has creado, Señor, acaso no Te pertenecen?
¡Y si es verdad que cuando ellos sufren nos igualamos paternalmente a
quienes amamos y preferimos,
Ten piedad de nosotros, Señor, a causa de Ti mismo!
(Traducción
y nota de Ángel J. Battistessa)
* En Revista «Nuestro Tiempo», Año 1, n° 2, Buenos
Aires, 7 de julio de 1944.