«La Revolución de Mayo» - Alberto Ezcurra Medrano (1909-1982)

«El trabajo que publicamos es uno de los últimos que escribió el conocido historiador revisionista Alberto Ezcurra Medrano, sintetizando la interpretación opuesta a la historiografía liberal sobre los acontecimientos de Mayo de 1810. Merced a una gentileza de su familia, que nos facilitó el manuscrito, damos a conocer esta nota póstuma al cumplirse otro aniversario de la Revolución». (Nota de la Redacción de Cabildo)

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«Habéis visto los principios y razones que legitimaron el poder que ejercemos; no nos falta un sólo título de los que pudieran desearse, y jamás autoridad alguna derivó de origen más puro que el que animó la nuestra».

Estas palabras de la Prima Junta, refrendadas por Cornelio de Saavedra, presidente, y Mariano Moreno, secretario, encierran una verdad profunda. A medida que transcurre el tiempo y la historia contempla con mayor perspectiva y desde nuevos puntos de vista los acontecimientos de Mayo, se agranda el gesto de nuestros próceres, que, en medio de graves dificultades y ante un futuro incierto, supieron acertar con el camino, y desechando el extremismo de unos y el apocamiento de otros, condujeron la patria, a través de la borrasca, hacia el puerto seguro de la Independencia.

La desaparición gradual de la «leyenda negra» antiespañola, «desecha en particular –dice Levene– principalmente por el Almte. Juan Nuix desde el siglo 18», lejos de disminuir la importancia de la Revolución de Mayo, nos la descubre en su verdadero sentido. Hoy es una verdad admitida y reconocida por la Academia Nacional de la Historia en su declaración de fecha 2 de octubre de 1948, que las Indias no eran colonia, sino reinos, y que habían sido incorporadas, no a España, sino a la Corona de Castilla.

La importancia de este hecho es capital. Nacimos libres y heredamos de los conquistadores el orgullo y la decisión de serlo siempre. A medida que los descendientes de aquéllos fueron progresando en número, prosperidad y cultura, quisieron ser cada vez más dueños de su tierra. No obstante, y a pesar de que las Leyes de Indias daban la preferencia al criollo para el gobierno de América, los Reyes prefirieron casi siempre designar como funcionarios a españoles, a quienes tenían más cerca y conocían mejor. Además, el primitivo Imperio esencialmente espiritual de los monarcas de la Casa de Austria, se fue materializando y mercantilizando bajo la dinastía borbónica. Surge así el concepto francés de colonia y América se convierte poco a poco en un vasto mercado, del cual los españoles son los únicos amos, compradores y capitalistas. Todo ello no puede sino herir la dignidad del criollo. Y la idea de recobrar de hecho la Independencia que le corresponde de derecho, comienza a madurar en su espíritu.

¿Qué parte tiene en esto la Revolución Norteamericana o la Revolución Francesa? Alguna tienen, sin duda. Pero «nada más absurdo –dice Levene– que interpretar la Revolución hispanoamericana como una imitación simiesca» de ellas. Y añade que «Las ideas de la revolución emancipadora de 1810 son de origen hispánico principalmente». En lo que a nosotros respecta, el volterianismo o jacobinismo de alguno que otro revolucionario hicieron a la causa de Mayo más daño que provecho. Y el profundo espíritu católico que animó a nuestros verdaderos héroes, nos los muestra identificados con la esencia de la tradición hispánica.

A esa tradición, plasmada en las Partidas y en las Leyes de Indias, recurrieron los criollos cuando la invasión napoleónica. La oligarquía mercantil española vio que América se le iba de las manos al desaparecer, con la cautividad del Rey, el único vínculo que nos ligaba a España. Y pretendió seguir gobernando para salvaguardar sus intereses, y quizás también para negociar con Napoleón su bienestar a costa nuestra, «haciéndonos pavo de la boda», como decía don Tomás Manuel de Anchorena. Pero no en vano establecieron las previsoras Partidas que al extinguirse la familia real, el nuevo soberano debía elegirse «por acuerdo de todos los habitantes del reino que lo escogiesen por señor». El grande e ilustre jefe que en tales momentos nos deparó la Providencia, don Cornelio de Saavedra, respondió a las injustas pretensiones de Cisneros con aquellas palabras inmortales: «¿Este inmenso territorio, sus millones de habitantes, han de reconocer soberanía en los habitantes de Cádiz y en los pescadores de la Isla de León? Los derechos de la Corona de Castilla, a que se incorporaron las Américas; han recaído en Cádiz y en la Isla de León, que son parte de una de las provincias de Andalucía? No, señor. No queremos seguir la suerte de España ni ser dominados por los franceses: hemos resuelto reasumir nuestros derechos y gobernarnos por nosotros mismos».

Y en nombre de la Corona de Castilla, en nombre de Fernando VII, no en cuanto Rey de España, sino en cuanto Rey nuestro, nos liberamos del estado colonial a que nos había reducido una práctica viciosa y recobramos el carácter de nación libre que por naturaleza nos correspondía.

Seis años después, nos desligábamos también de Fernando VII y de toda otra dominación extranjera, y la espada de San Martín se encargaría de llevar nuestro mensaje de libertad hasta el centro mismo de la América española.

Pero toda esta historia gloriosa, que nos es tan querida, se elevó sobre los cimientos que pusieron los hombres de Mayo, con serenidad de consumados estadistas, en aquel momento decisivo.

Que no lo olviden las nuevas generaciones de argentinos, y que hagan perdurar eternamente los laureles que supieron conseguir Don Cornelio de Saavedra y quienes lo acompañaron y siguieron en la gloriosa gesta.

* En «Revista Cabildo», 2ª Época, Año IX, N°88 - Buenos Aires, 10 de mayo de 1985.

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