«Santa María in Aracoeli – La más antigua iglesia mariana de Roma» - María Delia Buisel (1938-2023)

Mujer de una cultura extraordinaria, y de un trato tan cordial y afable como sencillo, ha muerto María Delia Buisel. De su saber nos ha quedado una vasta obra. Publicamos en su memoria estas pequeñas pero sabrosas líneas, con las cuales nos sigue ilustrando como sólo ella sabía hacerlo.

Orígenes precristianos

De las siete colinas de Roma, el Capitolio, la más prestigiosa de todas, está coronada por dos pequeñas cimas: el Capitolio propiamente dicho, y el Arx o ciudadela, separadas por una pequeña depresión, que hoy contiene la plaza diseñada por Miguel Ángel.

En el s. VI a.C., el rey Tarquino elevó sobre el Capitolio el templo a Júpiter Optimo Máximo, el más importante de la Urbe, flanqueado por los dedicados a Minerva y a Juno (la tríada capitolina), éste último erigido posteriormente en el s. IV a.C. sobre el Arx. Juno, esposa de Júpiter y protectora del matrimonio, era honrada allí con el calificativo de Moneta, la que avisa.

¿Qué avisó o qué peligro advirtió?

Por intermedio de las voces de unos gansos a ella dedicados, despertó a los romanos, cuando de noche y furtivamente eran atacados por los invasores galos en 390 a.C., de modo que se constituyó en el sitio más respetado y venerado de la ciudad.

Sobre los fundamentos del templo de Juno Moneta, se eleva hoy nuestra iglesia de Santa María in Aracoeli. Vamos a ver cómo se consagró a la Ssma. Virgen y el porqué de la denominación de Aracoeli.

El Emperador y la Sibila

La historia proviene de una antiquísima tradición referida en las Mirabilia Urbis Romae, donde se narra lo siguiente:

«En el tiempo del emperador Octaviano viendo los senadores tanta prosperidad y paz y que todo el mundo le era tributario, le dijeron: “Te queremos adorar porque en ti está la divinidad; si esto no fuese así, no te sería todo propicio”. Pero él se opuso».

El emperador Octaviano ya tenía en ese entonces el título de Augusto, con el que es más conocido; sobrino nieto de Julio César, asesinado en el 44 a.C., a los 18 años comenzó a detentar el poder; sólo después de una prolongada guerra consiguió pacificar y ordenar el mundo y gobernó hasta su muerte a los 77 años; san Lucas lo menciona al comienzo del capítulo 2 de su Evangelio, indicando que la Virgen y san José para cumplir con el edicto de Augusto sobre el censo de población se dirigieron a Belén, donde se cumplió la fecha del parto, naciendo allí en una gruta el Niño Jesús.

Volviendo a nuestra historia, parece que el emperador tuvo sus dudas sobre el pedido de los senadores (en aquellos tiempos era creencia común que los reyes y gobernantes eran hijos o descendientes de dioses, por lo que les era natural el ejercicio del poder y el ser honrados como divinidades protectoras) y llamó en consulta a la sibila de Tíbur o Tiburtina.

Las sibilas eran en la Antigüedad grecolatina mujeres excepcionales, alrededor de 12, que habitaron en Asia Menor, Grecia e Italia, dotadas del don de profecía y que eran consultadas en las grandes dificultades públicas recomendando soluciones acompañadas de ceremonias religiosas y expiaciones colectivas. Italia conoció dos sibilas ubicadas en su territorio: la de Cumas en el golfo de Nápoles y la de Tíbur (hoy Tivoli), a unos 40 km. de Roma, la que Augusto consulta. Con el tiempo fueron emparejadas con los 12 profetas menores como anunciadoras del Mesías en el mundo pagano y por eso figuran en numerosas iglesias.

Augusto contó a la sibila el pedido de los senadores y ella se tomó tres días de tiempo en los que rigurosamente ayunó invocando a sus dioses para poder responder; al cabo de los cuales volvió explicándole que había hecho bien en oponerse, porque iba a nacer un dios más grande que él y cantándole los versos siguientes, le dijo:

«Emperador, esto es lo que ocurrirá:

Del cielo vendrá un rey para los siglos futuros,

Aunque hecho hombre, para juzgar al mundo.

De improviso el cielo se abrió y un esplendor grandísimo inundó todo. Se vio en el cielo una virgen bellísima con los pies sobre un altar con un niño entre los brazos. (Augusto) se maravilló en extremo y escuchó una voz que decía:

‘Esta es el ara del hijo de Dios’.

Entonces prosternándose en tierra lo adoró. Luego contó esta visión a los senadores que también mucho se maravillaron. Esta visión ocurrió en la habitación del emperador Augusto, donde ahora está la iglesia de Santa María en el Capitolio. Por esta razón, la iglesia de Santa María se denominó Ara del cielo».

Del texto anónimo de las Mirabilia se conocen dos versiones, una oriental del s. V d.C. insertada en griego en el Lexicon de Suidas, y otra occidental en latín[1] un poco posterior con leves variantes; en la primera la sibila explicándole al emperador la visión agrega:

“Esta es una joven virgen que es altar celeste y el niño que tiene en su seno, es el rey del cielo y de la tierra”.

La visión habría ocurrido, según otros documentos, el día mismo de la primera Navidad del mundo.

El mismo relato lo encontramos en una visión de Ana Catalina de Emmerick del s. XIX como revelación individual.

Ya sea altar del cielo la Ssma. Virgen o la piedra donde se posó, la cual quedó como testimonio histórico del acontecimiento, allí reside el origen del topónimo Aracoeli. Margarita Guarducci, la arqueóloga y epigrafista descubridora de la tumba de San Pedro en los subsuelos de la basílica vaticana, añade que, en algunos iconos bizantinos, N. Señora recibe el apelativo de Altar de los holocaustos, porque el Niño que lleva en brazos se sacrifica en holocausto por todos los hombres.

¿Qué hizo el emperador?

Decidió honrar la celeste aparición levantando un templo junto al de Juno Moneta o conectado con él, donde comenzó la veneración de la doncella madre y de la piedra donde se posó con la denominación de Ara Primogeniti Dei (Altar del primogénito de Dios). Algo semejante le ocurrió al apóstol Santiago el Mayor, patrono de España, aproximadamente por el año 40 de nuestra era, cuando en sueños, se le apareció la Ssma. Virgen, aún en vida, de pie sobre un pilar, tan real éste, que le quitó sus dudas sobre la veracidad de la mariofanía, pilar que originó la actual basílica de N. Sra. en Zaragoza. Es decir, que un elemento concreto, ya sea la losa de mármol o después el pilar de pórfido, originan lugares de culto que se acrecen con los siglos.

Historia del templo

Parece ser que el mismo templo de Juno Moneta fue ocupado por el de Aracoeli dedicado por Augusto; con la oficialización del Cristianismo se consideró la visión del emperador como una profecía concedida por la Providencia al mundo gentil y se pasó sin fracturas por obra de Constantino a honrar allí a la Ssma. Virgen y como altar a la piedra conservada desde Augusto. Junto a la primitiva iglesia se instaló una pequeña comunidad monástica al parecer de origen griego en el s. VI; a partir del s. VIII la iglesia y el convento pasan a los benedictinos, hasta que por bula del papa Inocencio IV toman posesión del predio y adyacencias los franciscanos menores, quienes hasta el día de hoy tienen su custodia.

Como en el flanco de la colina se ubicó desde 1882 el enorme monumento a Víctor Manuel II con la demolición del convento íntegro, las excavaciones fueron descubriendo restos de los pasos primitivos como columnas, fragmentos e inscripciones en latín o en griego que daban cuenta de los moradores helénicos o benedictinos del lugar y de las transformaciones edilicias allí ocurridas. Las excavaciones de 1963 fueron más lejos en el tiempo y nos devolvieron restos de la basílica precristiana reconstruida en época del emperador Adriano y más aún: parte del pavimento del templo dedicado por Augusto en el primer siglo de la era cristiana y una columna en granito de Asuán (Egipto) con una inscripción augustea[2].

La iglesia empieza a parecerse a la que hoy podemos conocer, en el siglo XIV, cuando se le construye la larga escalinata por la que todavía subimos, como ex voto a la Virgen por haber hecho cesar milagrosamente en 1348 un terremoto y una peste en Roma, pero su interior con planta de cruz latina presenta innúmeros agregados y variaciones que delatan una riquísima historia. La fachada de ladrillos de una sobriedad casi espartana proviene también del mismo siglo y en su despojamiento no deja adivinar lo que guarda en su interior.

Volviendo a los orígenes, el relato del emperador y la sibila atravesó todo el medioevo siendo recordado por grandes escritores, entre ellos F. Petrarca y divulgado por la Legenda aurea de Jacobo de Voragine y por grandes artistas plásticos conocidos o anónimos difundiéndose hasta Oriente. Así un viejo mosaico de la basílica de la Natividad en Belén colocaba a la sibila de Tíbur entre los profetas del Mesías, siendo posiblemente el testimonio iconográfico más antiguo y comentado antes de su desaparición. La misma iglesia de Aracoeli tuvo su ábside con un fresco del s. XIII realizado por el pintor Pietro Cavallini, descripto por Vasari en su Vida de pintores, destruido en el siglo XVI al realizarse el nuevo coro, fresco con la representación de la Virgen con el Niño en brazos, circundada por un sol irradiante y a sus pies el emperador Augusto adorando al Hijo de Dios y la sibila tiburtina. En Roma misma en la iglesia de la Santísima Trinidad de los Montes, en la cima de la escalinata de Piazza Spagna, podemos ver un fresco de Tadeo Zuccari del s. XVI con el mismo tema. También la miniatura del Libro de horas del duque de Berry muestra a la Virgen dentro de un sol.

Algunos tesoros

EL ARACOELI

El templo guarda valiosos piezas; en su larga historia sufrió numerosos saqueos y expoliaciones de bárbaros antiguos y modernos, pero todavía conserva objetos sin precio, como por ej. el aracoeli augustea enmarcada como en un ventanal sobremontado por un cordero místico y rodeado de dos columnas torneadas sosteniendo un arco sobre el cual se tallaron las figuritas de Augusto y la sibila en cada ángulo; el conjunto está empotrado a nivel del suelo en una de la caras octogonales del templete que guarda los restos de Santa Helena, la descubridora de la Vera Crux, erigido dentro de la iglesia en el crucero izquierdo.

LA MADONNA D’ARACOELI

En el dosal del altar mayor, sobre un escudo y sostenido por ángeles arrodillados tenemos el icono de la Madonna d’ Aracoeli, al parecer del s.VI, pero que según una antigua tradición habría sido pintado por San Lucas; allí la Virgen vestida con túnica marrón ornada con borde y crucecitas de oro levanta una mano con gesto de orante; imagen muy venerada de los romanos, casi como su patrona, porque invocada salvó la ciudad de numerosas calamidades, como la ya mencionada de 1348.

El cielorraso y el piso de mosaicos cosmatas de mármol taraceado, fueron un ex voto de Marcantonio Colonna, jefe de la flota pontificia en la victoria de Lepanto (1571), ordenado por el Senado romano.

No podemos enumerar la abigarrada riqueza en pinturas de todo tipo, estatuaria, lápidas, relieves, mosaicos, decoraciones, etc. que la embellecen desde el medioevo con Giotto y Gozzoli, pasando por el arte renacentista y barroco, sin la mención del Santo Bambino.

IL SANTO BAMBINO

Alojado en una capillita casi fuera de la planta regular, al lado de la sacristía; la imagen muy venerada proviene tal vez del s. XIV; está tallada con pañales, en madera de olivo del Getsemaní por un franciscano de Tierra Santa y bautizada en el Jordán, pero se la ve vestida, coronada y enjoyada. A Italia llegó flotando hasta la costa pues el barco que lo traía fue sorprendido por una tempestad. La imagen comenzó a visitar a los enfermos realizando gran cantidad de curaciones; además de estas incursiones, es tradicional la procesión de Nochebuena con salida de su capillita hasta la del Santo Pesebre.

 Lector: Si Ud. va a Roma como peregrino, seguramente visitará las cuatro basílicas mayores, pero guarde un poco de tiempo y disposición de espíritu para conocer, recorrer y admirar S. María in Aracoeli y orar en ella.

* El presente texto se encontraba en nuestro poder en archivo de Word, sin conocer, no obstante haberlo buscado, si ha sido editado en alguna publicación.


[1] El texto latino está reproducido en la edición de R.Valentini y Zucchetti, Roma 1946, vol.III, p. 28 ss.
[2] Carta, M. y Russo, L. Santa Maria in Aracoeli, Roma, Istituto Nazionale di Studi Romani, 1988. Tomo 22 de la serie Le chiese di Roma.

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