«La Masonería en España y en el Río de la Plata» - Jordán Bruno Genta (1909-1974)

A comienzos del siglo XVIII, y en Inglaterra, desde donde se irradia hacia el mundo entero, la Masonería deja de ser la antigua corporación de artesanos y se convierte en una institución ideológica y política (o filosófica y social, como dicen sus adeptos) que aspira a ser profesión común de todos los hombres sin distinción.

La acción corrosiva de esta institución que se disimula en el secreto, llegó a hacerse sentir principalmente en las naciones europeas que la Reforma no había conseguido segregar de Roma, hasta el punto de provocar la reacción de la Iglesia Católica.

En la constitución «In eminenti apostolatus specula», dada por el Papa Clemente XII en el año 1783, se condena, por vez primera, a los miembros de las logias francesas.

A partir de entonces la Iglesia ha denunciado y condenado periódicamente, y en forma cada vez más amplia y radical, las actividades de la siniestra institución. Si en los siglos anteriores no se registran sanciones es porque no ha existido en la forma de un movimiento ideológico y político, cuya finalidad es la destrucción de la Iglesia Católica y de las naciones de Occidente por medio de la confusión de la mente y del progresismo infinito aplicado a todos los bienes divinos y humanos.

El espíritu masónico se identifica con la «Religión Civil» de la Democracia, supremo ideal de realización progresiva y que en su aproximación infinita hacia la pureza de su principio va haciendo efectiva la felicidad del género humano; esto es, va levantando piedra sobre piedra el paraíso terrenal de los pueblos que ya no tienen necesidad de las promesas de Cristo y de un reino que no es de este mundo.

Más, todavía, la versión masónica del Crucificado lo presenta como un precursor y mártir de los ideales democráticos y populares, en un momento de su desarrollo todavía incipiente, sentimental e ilusorio, sin base científica, y pródigo en soluciones imaginarias para los desheredados de este valle de lágrimas. Ahora en el estadio de las conquistas sociales positivas, ya no tienen sentido las compensaciones celestiales; y el Evangelio secularizado proclama el dogma de la soberanía popular, cuyo lema se resume en las palabras sagradas de la trilogía democrática: Libertad, Igualdad y Fraternidad.

La verdad es que esta doctrina de la época llamada Iluminista o de la Ilustración, en la cual la Masonería comienza a influir en los acontecimientos europeos y americanos, se va adentrando en la mente que dirige las naciones. Así en España, por ejemplo, el duque de Warton, ex-presidente de la gran logia de Inglaterra, funda el primer taller llamado Matritense, el 15 de febrero de 1728; cuarenta años después, la Masonería española tiene comando propio, y el Conde de Aranda, ministro de Carlos III, es el primer gran maestre de la «gran logia española» y el Gran Oriente Nacional de España y el primer jefe del supremo consejo del grado treinta y tres.

Don Adolfo Vázquez Gómez, 33, en un folleto titulado: «La Masonería, su pasado, su presente y su futuro», nos ilustra que en esa época la institución «libró incesantes y valientes campañas contra el jesuitismo. Por medio de uno de sus componentes más ilustres –Don Pedro Rodríguez de Campomanes–, que desempeñaba el cargo de fiscal del Consejo de Castilla, consiguió que el rey, el 10 de marzo de 1763, prohibiese la adquisición de bienes por la Iglesia. Contribuyó al empeño anticlerical el eximio Gaspar Melchor de Jovellanos, hasta llegar a la secularización eclesiástica. Más todavía, el 31 de marzo de 1767 fueron expulsados de España los jesuitas, enemigos mayores e implacables de la masonería».

En esta España de los Borbones, profundamente desquiciada por el espíritu masónico que inspira a los ideólogos ingleses y franceses del siglo de las luces, febrilmente leídos tanto en la metrópoli como en las provincias indianas, se formaron los actores principales de la Revolución de Mayo. Y los más osados de entre ellos, principalmente los intelectuales como Moreno, Monteagudo o Rivadavia, estaban poseídos por ese espíritu liberal y progresista que quería abolir la historia e innovarlo todo desde la raíz, por más protestas que hicieran de su fe católica; hayan o no pertenecido a la Masonería, lo que importa es el rumbo ideológico que pretendieron imponer a los acontecimientos y las proyecciones históricas de su obra. Se puede actuar conscientemente o como instrumento más o menos ciego de la secta, pero el carácter masónico es de fácil diagnóstico tanto en las palabras como en las actitudes de los hombres públicos.

El mismo espíritu que durante el siglo XVIII se dedicó a reformar la mente española y a socavar los fundamentos espirituales de la unidad política del Imperio, sustituyendo la Teología por la Economía Política en la dirección de los negocios públicos; ese mismo espíritu, repetimos, es el que se esforzó por identificar el proceso de la emancipación política de Hispanoamérica, con el liberalismo religioso, histórico y social de sus hijos.

Este giro materialista de la política coincide con la expansión del imperialismo inglés y, desde entonces, el centro de irradiación de la Masonería internacional sigue los desplazamientos del poder político en la dirección del mundo.

Es interesante al respecto, observar que el comercio y la industria de las ciudades de Liverpool y de Birminghan «se hallaban en manos de la Masonería»; y, sobre todo, que Inglaterra «había colocado representantes en casi todos los puertos de América, más o menos encubiertos, que constituían verdaderos agentes a los efectos del contrabando, introducción de negros y operaciones en diversos ramos. Se explica el centro revolucionario de Cádiz, si nos atenemos a que en dicha ciudad, los ingleses habían instalado la dirección de sus relaciones mercantiles con América» (Juan Canter, «Las Sociedades secretas y literarias).

Juan María Gutiérrez nos informa acerca de la existencia de una logia masónica en Buenos Aires, a comienzos del siglo XIX, cuyo funcionamiento está probado en el año 1804 por las circunstancias que se expresan a continuación:

«...Un caballero portugués llamado D. Juan de Silva Cordeiro fundó una logia masónica bajo la advocación y título de “San Juan de Jerusalén de la felicidad de esta parte de América”. El templo estaba situado en el barrio de las Catalinas, y habiéndose humedecido las habitaciones a causa de una copiosa lluvia, fue indispensable sacar al sol algunos delos objetos del servicio interior de la logia. Esta operación se practicó sin las convenientes precauciones, resultando de este descuido que fueron a parar a manos de una beata vecina, una “capamanga” y un “mantel”. La beata puso en conocimiento del capellán de las Catalinas aquel raro hallazgo; el capellán lo comunicó al Obispo, el Obispo al Virrey y éste dispuso que inmediatamente se levantase, por el oidor Basso y Berr, una información... para descubrir a los cómplices de lo que entonces se consideraba como un delito contra la Religión y el Estado.

»El negocio hubiera tomado malísimo carácter, a no cuadrar la casualidad de que el secretario de la logia era hombre de sangre fría y expedientes. Conociendo éste los lados débiles del carácter de la señora marquesa de Sobremonte y la influencia sobre el Virrey, su esposo, mandóle de regalo un rico aderezo de diamantes y piedras preciosas... la marquesa aceptó la dádiva, se mandó sobreseer en el proceso iniciado y no se habló más del negocio» («Bibliografía de la Primera Imprenta de Buenos Aires», en Revista de Buenos Aires, Tomo X, citado por Noboa Zumárraga en «Las sociedades porteñas y su acción revolucionaria»).

Cánter, en el trabajo citado, afirma, a su vez, que el portugués Cordeiro contribuyó al desarrollo de la Masonería que los ingleses promovieron durante su breve ocupación de Buenos Aires.

Es oportuno destacar aquí que Gregorio Gómez, de la venta de tabacos, pertenecía a la logia de Cordeiro y era de los que «saben beber masónicamente»; más tarde fue uno de los miembros fundadores de la Logia Lautaro, que a pesar de su organización ritual y de su carácter secreto no era Masónica, si bien participaron masones en ella como en toda gestión de la Revolución de Mayo. Este oscuro personaje es el mismo, al parecer, que se ganó la confianza de San Martín y llegó a ser uno de sus amigos predilectos; su información tendenciosa acerca de los sucesos ocurridos en Buenos Aires, durante el primer bloqueo francés y la conspiración de Maza contra Rosas, dio lugar a la famosa contestación de San Martín –carta dirigida a Goyo Gómez, fechada en Grand-Bourg el 21 de septiembre de 1839–, que tanto se complacen recordar los enemigos del Dictador. Es que se trata del único documento sanmartiniano que encierra un juicio de reprobación para las medidas de fuerza empleadas por Rosas en contra de sus adversarios políticos; pero donde la condena es mucho más severa para «los hijos del país que se unen a una nación extranjera para humillar a su patria».

Claro está que quienes apelan a ese testimonio aislado y ocasional, pasan por alto el carácter masónico y la notoria parcialidad del informante y amigo íntimo de San Martín. Y por cierto que no recuerdan con la misma insistencia, la numerosa correspondencia entre el Libertador y el Restaurador de la gran Argentina, iniciada en 1838 y que sólo pudo interrumpir la muerte de San Martín en 1850.

Los masones de hogaño se empeñan en rectificar a los masones de antaño que negaban el carácter masónico de la Logia Lautaro, como es el caso de Mitre, grado 33 de la Orden, cuanto escribe la «Historia de San Martín».

Otra prueba de que la Logia Lautaro no era una rama de la Masonería internacional, es que el clero criollo estuvo vinculado a su institución y al cumplimiento de sus fines exclusivamente patrióticos. Claro está que también participaron los masones como Julián Álvarez y Gregorio Gómez, pero ocultando su verdadera personalidad en el secreto y clandestinidad que la secta mantuvo hasta Caseros.

Es en el período constitucional que la Masonería hace ostentación pública de su existencia y se descubre hasta cierto punto, aprovechando la impunidad de que goza invariablemente, sean cuales fueren los gobiernos habidos hasta el día de hoy.

* En «La Masonería en la Historia Argentina», Editorial Rex, Buenos Aires, 1951, pp. 16-20.
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