«Simbolismos del Martín Fierro» (fragmento) - Leopoldo Marechal (1900-1970)

Al cumplirse este año el 150° aniversario de la edición del Martín Fierro, y en una nueva conmemoración del nacimiento de José Hernández, «Decíamos ayer...», ofrece a sus lectores, junto con el fragmento abajo publicado, y como homenaje a nuestro gran «poema épico» y a su autor, el texto completo de esta magnífica conferencia, el cual podrá descargarse al pie de la página.

Simbolismoas del Martín Fierro Leopoldo Marechal

Lo que voy a intentar en esta disertación[1] no es la tarea de profundizar los estudios de un Martín Fierro circunscripto a sus meros valores literarios. Por fortuna, la obra de José Hernández tiene hoy un lugar de privilegio en los programas oficiales de literatura y una bibliografía cuyo volumen, riqueza y minuciosidad parecerían constituir un desagravio al menosprecio y al olvido en que la crítica erudita mantuvo al poema durante muchos años.

Nuevas lecturas del Martín Fierro, últimamente realizadas a la luz de una «conciencia histórica» que se nos viene aclarando a los argentinos desde hace varios lustros, hicieron que yo considerase al poema, no ya en tanto que «obra de arte», sino en aquellos valores que trascienden los límites del arte puro y hacen que una obra literaria o artística se constituya en el paradigma de una raza o de un pueblo, en la manifestación de sus potencias íntimas, en la imagen de su destino histórico.

Las grandes epopeyas clásicas están en esa línea o en ese linaje de obras. ¿El poema de José Hernández tiene, por ventura, esa capacidad de trascendencia?

Si demostramos que la tiene, los profesores de literatura ya no vacilarán en la especificación del «género» a que pertenece la obra gaucha. Y entonces el Martín Fierro no solo constituirá para nosotros la materia de un arte literario, sino la materia de un arte que nos hace falta cultivar ahora como nunca: el arte de ser argentinos y americanos.

El Martín Fierro de José Hernández constituye un milagro literario. Y tomo la palabra «milagro» en su cabal significación de “un hecho libre”, que se da súbitamente fuera y por encima de las leyes naturales y de las circunstancias ordinarias.

Ubíquese al Martín Fierro en la literatura nacional de su época, y se lo verá surgir, monumento grave y solitario, entre las simples, bien que auténticas, formas de la poesía folklórica, o entre las no auténticas ni simples formas de una poesía erudita que, presa ya de un complejo de inferioridad que gravitaría largamente sobre las virtualidades creadoras del país, dedicaba sus empeños a la mimesis del romanticismo francés o del pseudo clasicismo español. 

De naides sigo el ejemplo,
naide a dirigirme viene
yo digo cuanto conviene
y el que tal güeya se planta,
debe cantar, cuando canta
con toda la voz que tiene.

Sin complejo ninguno, «con toda la voz que tiene», Martín Fierro se parece bastante a un hecho libre de la literatura nacional, producido, como todo milagro aleccionador, en el instante justo en que se lo necesitaba, es decir, cuando la nueva y gloriosa nación, habiendo nacido recién de la guerra, como todo lo que merece vivir, debía reclamar con las obras su derecho a la grandeza de los libres, tal como había reclamado su derecho a la existencia en la libertad.

He aquí el primer enigma y la primera lección de Martín Fierro, en tanto que obra del arte. Y digo el primer enigma, porque a partir de su nacimiento, otros dos enigmas han de acompañar al poema en la difusión de su mensaje: el primero se refiere al modo y al campo singularísimos de su difusión inicial; el segundo a las primeras interpretaciones del poema. Y estos dos enigmas ya no se vinculan al Martín Fierro en tanto que obra literaria, sino a la naturaleza de su mensaje.

Hay, pues, en el Martín Fierro un mensaje lanzado a lo futuro. Más adelante se verá cómo el poema también insinúa «una profecía» concerniente al devenir de la nación. El preludio de la obra, en cada una de sus dos partes, es demasiado solemne, demasiado reiterador, y no parecería convenir a un simple relato de infortunios personales: 

Vengan santos milagrosos
vengan todos en mi ayuda;
que la lengua se me añuda
y se me turba la vista;
pido a mi Dios que me asista
en una ocasión tan ruda.

Tal es la invocación que hallamos en el introito de la primera parte. En el preludio de la segunda, Martín Fierro dice: 

Siento que mi pecho tiembla,
que se turba mi razón,
y de la vigüela al son
imploro a la alma de un sabio,
que venga a mover mi labio
y alentar mi corazón.


O esta misteriosa advertencia:

Y el que me quiera enmendar,
mucho tiene que saber;
tiene mucho que aprender
el que me sepa escuchar;
tiene mucho que rumiar
el que me quiera entender.

Y en esta desproporción evidente que hallamos entre las advertencias de los preludios y el sentido literal de la obra, nos parecería vislumbrar el anuncio de un sentido simbólico que será necesario rastrear en adelante.

... Pero, ¿cuál es el mensaje de Martín Fierro? ¿Y a quién va dirigido? Si damos en la contestación de la segunda pregunta, daremos también en la contestación de la primera.

–Entonces, ¿a quién va dirigido el mensaje de Martín Fierro? –Va dirigido a la conciencia nacional, es decir, a la conciencia de un pueblo que nació recién a la vida de los libres y que recién ha iniciado el ejercicio de su libertad.

–¿Y por qué necesita un mensaje la conciencia de la nación?

–Porque la nación, desgraciadamente, no se ha iniciado bien en el ejercicio de su libertad recién conquistada. Y no se ha iniciado bien, porque ya en los primeros actos libres de su albedrío, ha comenzado ella la enajenación de lo nacional en sus aspectos materiales, morales y espirituales. Esto que podríamos llamar «una tentativa de suicidio precoz», iniciado por el ser nacional en la segunda mitad del siglo XIX, es un drama histórico que muchos han denunciado y cuyo estudio sería útil profundizar, sobre todo en la dirección de los «responsables».

Martín Fierro, ubicado en esa mitad segunda del siglo de la libertad, es un mensaje de alarma, un grito de alerta, un «acusar el golpe», nacido espontáneamente del ser nacional en su pulpa viva y lacerada, en el pueblo mismo, el de los trabajos y los días.

Tal es el mensaje de Martín Fierro: una lección de audacia creadora, sí, pero también un estado del alma nacional en el punto más dolorido de su conciencia.

El mensaje se dirige a todos los argentinos. Pero ¿quiénes lo escuchan? Y aquí se nos presenta uno de los dos enigmas a que me referí anteriormente: el que atañe a la difusión inicial de Martin Fierro.

Por aquellos días el país cuenta ya con una clase dirigente y con una clase intelectual. No me incumbe a mí el juicio de aquellas dos clases y el de la obra que desarrollaron; es una empresa que corresponde a nuestra historia política y a nuestra historia de la cultura respectivamente. Lo que necesito señalar es el hecho incontrovertible de que, con la acción de aquellas dos clases dirigentes, se inicia ya la enajenación o el extrañamiento del país con respecto a sus valores espirituales y materiales. Martín Fierro, pletórico de su mensaje alarmado, sale recién de la imprenta y busca los horizontes de su difusión. Y entonces ¿qué sucede? Las dos clases de élite a que acabo de referirme, o lo ignoran o lo aceptan como «un hecho literario» que gusta o que no gusta; el mensaje dramático del poema no puede llegar a la clase dirigente, que sufre ya una considerable sordera en lo que atañe a la voz de lo nuestro ni puede hacerse oír de la clase intelectual, que ya busca en horizontes foráneos la materia de su creación y su meditación. En abono de lo que acabo de afirmar, recuérdese que, hasta no hace mucho tiempo, los intelectuales argentinos dejaron caer sobre el poema de José Hernández el silencio de la incomprensión o del desdén, un silencio que nos asombra todavía. 

Yo he conocido cantores
que era un gusto el escuchar,
mas no quieren opinar
y se divierten cantando;
pero yo canto opinando,
que es mi modo de cantar.

«Y se divierten cantando». ¿Alusión irónica de José Hernández a los intelectuales de su época? No lo sé. Pero ¡qué bien encaja en esa sextina la primera acepción del verbo «divertir», en el sentido de «distraer»!

¿Cuál era, pues, la única órbita de acción que a Martín Fierro le quedaba? La del pueblo mismo cuyo mensaje quería transmitir el poema. Y entonces ocurre lo enigmático: el mensaje desoído vuelve al pueblo de cuya entraña salió. En sus modestas ediciones, en sus cuadernillos humildes, en su papel magro y en su seca tipografía misional, el gaucho Martín Fierro vuelve a sus paisanos: es una Vuelta de Martín Fierro que no ha escrito José Hernández y que, sin embargo, es realmente la primera vuelta de Martín Fierro.

–¿Para qué vuelve a su origen ese mensaje no escuchado?

–Para mantenerse allí, vivo y despierto como una llama votiva.

–Sí, pero una llama votiva requiere una imagen de veneración a quien alumbrar. ¿Y cuál era esa imagen?

–Era la imagen del «ser nacional» que alguien olvidaba o perdía o enajenaba.

–¿Y la llama votiva?

–Era un voto secreto, la promesa de un «rescate», o el anuncio y la voluntad de una recuperación.

[...]

Descargar aquí el texto completo 

* En «Leopoldo Marechal, Obras Completas», Ed. Libros Perfil, Buenos Aires, T° V, pp. 157/171.


[1] Texto de la conferencia leída en la audición «La Conferencia de hoy», por LRA, Radio del Estado. Buenos Aires, Talleres Gráficos de Correos y Telecomunicaciones, 1955, 15pp. Y reproducida en La Opinión, Buenos Aires, Suplemento Cultural, 25 de junio de 1972, pp. 1-3, con el título: «Un texto desconocido de Leopoldo Marechal: “Martín fierro o el arte de ser argentinos y americanos”». 

Otras publicaciones anteriores vinculadas con la presente, pueden verse aquí y aquí.  

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