«1934» - Raúl A. Devoto (1920-2015)

He aquí el recuerdo de quien fue un testigo del memorable Congreso Eucarístico celebrado en 1934 en la Ciudad de Buenos Aires. «Suprema jornada» –al decir de Hugo Wast– en la que Buenos Aires «puede exclamar como la esposa del Cantar de los Cantares: “Yo soy a sus ojos la que ha encontrado la paz”».

El próximo mes de octubre se cumplirán las Bodas de Platino (75 años[1] de un excepcional y tal vez inigualable acontecimiento ocurrido en la Ciudad de Buenos Aires pero del cual participó todo el país. En efecto, durante cinco días, 10,11,12,13 y 14 de octubre de 1934 nuestra ciudad capital fue escenario privilegiado del XXXIIº Congreso Eucarístico Internacional.

Acontecimiento que jamás podrá ni deberá ser olvidado, pues fueron muchas las gracias que entonces el Cielo derramó sobre nuestra patria y muchos, ciertamente, los frutos espirituales que nos fueron concedidos en esos días. Frutos que han preservado la fe de nuestro pueblo y evitado el caer en un casi irremisible descreimiento, tal como ha sucedido en otras latitudes y en otros países.

Es hora, pues, de recordar y de agradecer ese regalo que el señor nos hizo hace 75 años.

Resulta imposible condensar en un corto espacio las múltiples actividades desarrolladas durante el Congreso: su cara visible. Resumamos.

El día 9 de octubre llega a Buenos Aires y es recibido con grandes honores el Legado Pontificio, el Cardenal Eugenio Pacelli, representante de un gran Papa, Pío XI, y futuro Papa él mismo. Por primera vez en la historia de los Congresos el Sumo Pontífice designa como su representante a su Secretario de Estado.

El 10 de octubre tiene lugar la Apertura Solemne del 32ª Congreso Eucarístico Internacional en los jardines de Palermo. Es un día de sol y cielo azul. El acto se desarrolla en una vasta plataforma que circunda el Monumento de los Españoles al que oculta una Cruz monumental, hecha de técnica y fe, y que se transforma en el emblema del Congreso.

Se da lectura a la Bula Papal por la que el Cardenal Pacelli es investido por Pío XI del cargo de Legado. Y luego habla el Cardenal Pacelli. Todo ante una gran multitud. A la tarde, una Hora Santa sacerdotal completa ese primer día.

El 11 es el Día de los Niños. También en Palermo y en horas de la mañana 107.000 niños reciben, en perfecto orden, a Jesús Sacramentado (muchos por la primera vez) que les llega escondido en 107.000 hostias blancas, durante la misa que celebran los cuatro Cardenales visitantes en cuatro altares colocados en cruz al pie de la plataforma central. Espectáculo estremecedor que hace exclamar a Monseñor Pacelli varias veces: ¡Esto es el paraíso!

Por la tarde se realiza, siempre alrededor de la gran Cruz, la Primera Asamblea General del Congreso cuyo tema: «Cristo, Rey de la Eucaristía y por la Eucaristía» es desarrollado por Mons. Pedro Farfán, Obispo de Lima.

Ese mismo día 11 se realiza «La noche de los Hombres». Imponente y al mismo tiempo devota y austera manifestación de fe (y de retorno a la fe) protagonizada por cientos de miles de hombres que en esa noche, sin respetos humanos, marcharon desde la Plaza del Congreso, en una Avenida de Mayo colmada en toda su amplitud, para participar en la Misa de Comunión General que cuatro Obispos de naciones hermanas celebraron simultáneamente en la Plaza de Mayo.

Se había calculado que concurrirían 40.000 hombres. Fueron más de 200.000. Y de ellos, no pocos buscaron y encontraron sacerdotes ante quienes, allí mismo, de pie o de rodillas, recibieron el sacramento de la Confesión.

El día 12 –estamos en octubre– se recuerdan y celebran nuestros orígenes católicos e hispanos.

Esa, mañana, en Palermo, una gran muchedumbre asiste al Pontifical con que se conmemora el primer 12 de Octubre y a la vez, la fiesta de nuestra Señora del Pilar.

Por la tarde, tiene lugar la segunda Asamblea General del Congreso. Esta vez el Obispo de Madrid-Alcalá, Monseñor Leopoldo Eijo y Garay se refirió al Segundo tema del Congreso: «Cristo Rey en la vida católica moderna».

Un poco más tarde en un Teatro Colón vestido de gala y en presencia del Presidente de la República y del Cardenal Legado, pronunciaron sendos discursos alusivos a la fecha el Dr. Gustavo Martínez Zuviría[2] y Monseñor Isidro Gomá y Tomás, Cardenal Primado de España.

Ambos oradores dejaron en claro que nuestros orígenes como nación son hispanos y católicos. Y que con la palabra «Hispanidad» se alude, a la vez, al alma de todos los pueblos hispanoamericanos y a la misma España y al lazo que a todas ellas une en una empresa común y exclusiva.

El sábado 13 de octubre «La Jornada de la Patria» estuvo dedicada a la Virgen de Luján Patrona del Congreso. En ella, en Palermo y frente a la Cruz, siete mil soldados de la patria recibieron la santa comunión durante la misa celebrada en esa tan particular ocasión. Poco más lejos una docena de conscriptos recibieron el agua del Bautismo.

El cardenal Legado quiso hacerse presente en un gesto de aprobación por el acto realizado.

También en los congresos diocesanos que se efectuaban simultáneamente con el de Buenos Aires en diversas ciudades del interior del país, millares de soldados y sus jefes se acercaron a recibir la Comunión.

Temprano en la tarde de ese mismo sábado, comienza la Tercera Asamblea General del Congreso en la cual Monseñor Nicolás Fassolino, Arzobispo de Santa Fe, pronuncia un discurso sobre el Tercer Tema del Congreso: «Cristo hoy en la Historia de la América Latina y especialmente con la República Argentina». En el cual quedan entrañablemente unidos la historia de los pueblos hispanos y la religión.

Y por fin llega el «Día del Triunfo Eucarístico mundial». Ese día, 14 de octubre, algo más de un millón de personas concurren a Palermo en una mañana, clara como todas las anteriores, para asistir a la misa que oficia el Legado Pontificio. Son numerosas también las personas que llegan a Buenos Aires desde distintas provincias en este día triunfal.

La Bandera Nacional es izada hasta el tope del mástil vecino al palco presidencial.

Luego del Evangelio Monseñor Pacelli en su homilía nos recuerda que Dios es amor. Y que ese amor, como un incendio, se encierra en la Eucaristía.

Terminada la misa y en medio de un silencio absoluto se oye la voz del Papa que desde el Vaticano proclama que Cristo Eucarístico Vive, Reina e Impera. A continuación Monseñor Napal, locutor oficial del Congreso, anuncia que SS. Pío XI impartirá su Bendición sobre este Congreso. Todos los presentes la reciben de rodillas.

Retirado el Legado Pontificio la concurrencia se desconcentra ordenadamente.

Volverá a la tarde, aún en mayor número: serán dos millones los fieles que asistirán y tomarán parte activa o contemplarán maravillados la Procesión con la que se clausurará el XXXII Congreso Eucarístico Internacional.

También son numerosas las entidades y corporaciones que acompañan al Señor en su lenta marcha desde la Iglesia del Pilar hasta la Cruz del Congreso.

Cuatro Cardenales, el Nuncio Apostólico y numerosos Obispos y Sacerdotes acompañan, rodeándolo, al carruaje en que, en soberbia Custodia, Jesús Eucaristía recibe la adoración de todo un pueblo.

Junto a Cardenales y Obispos las más altas autoridades de la Nación marchan también para manifestar su acatamiento al Señor de los señores.

Numerosos fieles se incorporan a la Procesión mientras otros desde sus puestos la ven pasar y se arrodillan al enfrentarse con la Custodia que lleva a Jesús.

Bajo el palio que cubre la carroza se ve al Legado Pontificio arrodillado, inmóvil, como en éxtasis adorando a Dios durante todo el tiempo que corre entre el punto de partida de la Procesión hasta su llegada al pie de la Cruz.

Sube entonces Monseñor Pacelli al altar para desde allí impartir la última Bendición.

Pero antes habla el Presidente de la República. El cual en sentida oración pide al Señor que haga descender la paz sobre el pueblo argentino, sobre la Nación entera, sobre América y sobre la humanidad toda.

Finalizado el canto del Tantum Ergo la multitud recibe de rodillas la Bendición que Monseñor Pacelli imparte a la ciudad y al mundo.

Luego nos recuerda que debemos conservar en nuestro corazón un sentimiento de gratitud profunda pues este Congreso ha superado las previsiones más optimistas. Pero nos advierte: éste debe ser, para cada uno de nosotros, el comienzo de una nueva vida en la que la fe de Cristo se adentre en nuestros corazones.

Finalmente, son las seis de la tarde, resuenan los acordes del Himno Nacional que todos los presentes corean y que en esos momentos toma un aire de oración con que la Patria jura mantenerse fiel a su Dios y Señor.

Finaliza así el XXXII Congreso Eucarístico Internacional.

Hoy, 75 años más tarde es justo y es saludable que recordemos y agradezcamos y celebremos ese acontecimiento único en nuestra historia cuyos perdurables frutos espirituales, digámoslo otra vez, han sido y siguen siendo como una muralla que, en muchos casos, «nos ha librado del mal» a la ciudad y al país.

Es hora de recordar y de agradecer. Pero también es hora de celebrar y de festejar. Y para ello buscar, rastrear recuerdos y toda otra cosa que pueda ser utilizada en reuniones, conferencias, mesas redondas y otros actos rememorativos. Lo cual servirá no sólo de recuerdo y homenaje al Congreso de 1934 sino, y principalmente, para que nuestro pueblo adquiera conciencia de lo que representó ese magno acontecimiento para la vida espiritual de la patria.

Y también y sobre todo para reafirmar nuestra realidad de nación católica. Lo que ciertamente exigirá la realización de múltiples y fervorosos actos en honor de Jesús Eucaristía en toda la extensión del país.

El día 15 partió el Cardenal Legado. El recorrido desde la residencia donde se hospedó durante su permanencia en la Argentina hasta el Puerto de Buenos Aires, recorrido en que fue acompañado por el Presidente de la República, fue apoteósico. Ya en la pasarela que lo llevaba al mismo «Conte Grande» en que había llegado al país, el futuro Pío XII envió una última y especial bendición al pueblo argentino.

Después, Buenos Aires volvió a su vida habitual. La vida urbana se reanudó. Pero el recuerdo de esos días primaverales de Octubre permaneció durante mucho tiempo en las mentes y en los corazones de quienes los habíamos vivido de cerca.

Quien esto escribe tuvo la suerte –la gracia– de vivir el Congreso. Tres actos han quedado hincados en su memoria y fijados en su retina: «El día de los Niños», el día en que sus ángeles vieron más cerca al Señor; «la Procesión de Clausura» en el día final y glorioso; y sobre todo «La noche de los hombres», noche de adoración, de alabanza y de acción de gracias. Noche gracias a la cual alguien pudo decir: «Buenos Aires se encuentra en estado de gracia».

*En «Revista Gladius», Año 26 – Nº 77, Pascua 2010, pp.23-27


[1] Como bien puede apreciarse, este artículo fue escrito en el año 2009 y publicado al año siguiente (Nota de «Decíamos ayer...).
[2] Este magistral discurso pronunciado en esa ocasión por Gustavo Martínez Zuviría (Hugo Wast) lo hemos publicado anteriormente en este blog. El lector que desee verlo puede descargarlo AQUÍ (Nota de «Decíamos ayer...). 
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