«1934» - Raúl A. Devoto (1920-2015)
Acontecimiento que jamás podrá
ni deberá ser olvidado, pues fueron muchas las gracias que entonces el Cielo
derramó sobre nuestra patria y muchos, ciertamente, los frutos espirituales que
nos fueron concedidos en esos días. Frutos que han preservado la fe de nuestro
pueblo y evitado el caer en un casi irremisible descreimiento, tal como ha
sucedido en otras latitudes y en otros países.
Es hora, pues, de recordar y de
agradecer ese regalo que el señor nos hizo hace 75 años.
Resulta imposible condensar en
un corto espacio las múltiples actividades desarrolladas durante el Congreso:
su cara visible. Resumamos.
El día 9 de octubre llega a
Buenos Aires y es recibido con grandes honores el Legado Pontificio, el
Cardenal Eugenio Pacelli, representante de un gran Papa, Pío XI, y futuro Papa
él mismo. Por primera vez en la historia de los Congresos el Sumo Pontífice
designa como su representante a su Secretario de Estado.
El 10 de octubre tiene lugar la
Apertura Solemne del 32ª Congreso Eucarístico Internacional en los jardines de
Palermo. Es un día de sol y cielo azul. El acto se desarrolla en una vasta
plataforma que circunda el Monumento de los Españoles al que oculta una Cruz
monumental, hecha de técnica y fe, y que se transforma en el emblema del
Congreso.
Se da lectura a la Bula Papal
por la que el Cardenal Pacelli es investido por Pío XI del cargo de Legado. Y
luego habla el Cardenal Pacelli. Todo ante una gran multitud. A la tarde, una Hora Santa sacerdotal completa ese primer día.
El 11 es el Día de los Niños.
También en Palermo y en horas de la mañana 107.000 niños reciben, en perfecto
orden, a Jesús Sacramentado (muchos por la primera vez) que les llega escondido
en 107.000 hostias blancas, durante la misa que celebran los cuatro Cardenales
visitantes en cuatro altares colocados en cruz al pie de la plataforma central.
Espectáculo estremecedor que hace exclamar a Monseñor Pacelli varias veces:
¡Esto es el paraíso!
Por la tarde se realiza, siempre
alrededor de la gran Cruz, la Primera Asamblea General del Congreso cuyo tema: «Cristo,
Rey de la Eucaristía y por la Eucaristía» es desarrollado por Mons. Pedro
Farfán, Obispo de Lima.
Ese mismo día 11 se realiza «La
noche de los Hombres». Imponente y al mismo tiempo devota y austera
manifestación de fe (y de retorno a la fe) protagonizada por cientos de miles
de hombres que en esa noche, sin respetos humanos, marcharon desde la Plaza del
Congreso, en una Avenida de Mayo colmada en toda su amplitud, para participar
en la Misa de Comunión General que cuatro Obispos de naciones hermanas
celebraron simultáneamente en la Plaza de Mayo.
Se había calculado que
concurrirían 40.000 hombres. Fueron más de 200.000. Y de ellos, no pocos
buscaron y encontraron sacerdotes ante quienes, allí mismo, de pie o de
rodillas, recibieron el sacramento de la Confesión.
El día 12 –estamos en octubre–
se recuerdan y celebran nuestros orígenes católicos e hispanos.
Esa, mañana, en Palermo, una
gran muchedumbre asiste al Pontifical con que se conmemora el primer 12 de
Octubre y a la vez, la fiesta de nuestra Señora del Pilar.
Por la tarde, tiene lugar la
segunda Asamblea General del Congreso. Esta vez el Obispo de Madrid-Alcalá,
Monseñor Leopoldo Eijo y Garay se refirió al Segundo tema del Congreso: «Cristo
Rey en la vida católica moderna».
Un poco más tarde en un Teatro Colón vestido de gala y en presencia del Presidente de la República y del Cardenal Legado, pronunciaron sendos discursos alusivos a la fecha el Dr. Gustavo Martínez Zuviría[2] y Monseñor Isidro Gomá y Tomás, Cardenal Primado de España.
Ambos oradores dejaron en claro
que nuestros orígenes como nación son hispanos y católicos. Y que con la
palabra «Hispanidad» se alude, a la vez, al alma de todos los pueblos
hispanoamericanos y a la misma España y al lazo que a todas ellas une en una
empresa común y exclusiva.
El sábado 13 de octubre «La
Jornada de la Patria» estuvo dedicada a la Virgen de Luján Patrona del
Congreso. En ella, en Palermo y frente a la Cruz, siete mil soldados de la
patria recibieron la santa comunión durante la misa celebrada en esa tan
particular ocasión. Poco más lejos una docena de conscriptos recibieron el agua
del Bautismo.
El cardenal Legado quiso hacerse
presente en un gesto de aprobación por el acto realizado.
También en los congresos
diocesanos que se efectuaban simultáneamente con el de Buenos Aires en diversas
ciudades del interior del país, millares de soldados y sus jefes se acercaron a
recibir la Comunión.
Temprano en la tarde de ese
mismo sábado, comienza la Tercera Asamblea General del Congreso en la cual
Monseñor Nicolás Fassolino, Arzobispo de Santa Fe, pronuncia un discurso sobre
el Tercer Tema del Congreso: «Cristo hoy en la Historia de la América Latina y
especialmente con la República Argentina». En el cual quedan entrañablemente
unidos la historia de los pueblos hispanos y la religión.
Y por fin llega el «Día del
Triunfo Eucarístico mundial». Ese día, 14 de octubre, algo más de un millón de
personas concurren a Palermo en una mañana, clara como todas las anteriores,
para asistir a la misa que oficia el Legado Pontificio. Son numerosas también
las personas que llegan a Buenos Aires desde distintas provincias en este día
triunfal.
La Bandera Nacional es izada
hasta el tope del mástil vecino al palco presidencial.
Luego del Evangelio Monseñor
Pacelli en su homilía nos recuerda que Dios es amor. Y que ese amor, como un
incendio, se encierra en la Eucaristía.
Terminada la misa y en medio de
un silencio absoluto se oye la voz del Papa que desde el Vaticano proclama que
Cristo Eucarístico Vive, Reina e Impera. A continuación Monseñor Napal, locutor
oficial del Congreso, anuncia que SS. Pío XI impartirá su Bendición sobre este
Congreso. Todos los presentes la reciben de rodillas.
Retirado el Legado Pontificio la
concurrencia se desconcentra ordenadamente.
Volverá a la tarde, aún en mayor
número: serán dos millones los fieles que asistirán y tomarán parte activa o
contemplarán maravillados la Procesión con la que se clausurará el XXXII
Congreso Eucarístico Internacional.
También son numerosas las
entidades y corporaciones que acompañan al Señor en su lenta marcha desde la
Iglesia del Pilar hasta la Cruz del Congreso.
Cuatro Cardenales, el Nuncio
Apostólico y numerosos Obispos y Sacerdotes acompañan, rodeándolo, al carruaje
en que, en soberbia Custodia, Jesús Eucaristía recibe la adoración de todo un
pueblo.
Junto a Cardenales y Obispos las
más altas autoridades de la Nación marchan también para manifestar su
acatamiento al Señor de los señores.
Numerosos fieles se incorporan a
la Procesión mientras otros desde sus puestos la ven pasar y se arrodillan al
enfrentarse con la Custodia que lleva a Jesús.
Bajo el palio que cubre la
carroza se ve al Legado Pontificio arrodillado, inmóvil, como en éxtasis
adorando a Dios durante todo el tiempo que corre entre el punto de partida de
la Procesión hasta su llegada al pie de la Cruz.
Sube entonces Monseñor Pacelli
al altar para desde allí impartir la última Bendición.
Pero antes habla el Presidente
de la República. El cual en sentida oración pide al Señor que haga descender la
paz sobre el pueblo argentino, sobre la Nación entera, sobre América y sobre la
humanidad toda.
Finalizado el canto del Tantum
Ergo la multitud recibe de rodillas la Bendición que Monseñor Pacelli
imparte a la ciudad y al mundo.
Luego nos recuerda que debemos
conservar en nuestro corazón un sentimiento de gratitud profunda pues este
Congreso ha superado las previsiones más optimistas. Pero nos advierte: éste
debe ser, para cada uno de nosotros, el comienzo de una nueva vida en la que la
fe de Cristo se adentre en nuestros corazones.
Finalmente, son las seis de la
tarde, resuenan los acordes del Himno Nacional que todos los presentes corean y
que en esos momentos toma un aire de oración con que la Patria jura mantenerse
fiel a su Dios y Señor.
Finaliza así el XXXII Congreso
Eucarístico Internacional.
Hoy, 75 años más tarde es justo
y es saludable que recordemos y agradezcamos y celebremos ese acontecimiento
único en nuestra historia cuyos perdurables frutos espirituales, digámoslo otra
vez, han sido y siguen siendo como una muralla que, en muchos casos, «nos ha
librado del mal» a la ciudad y al país.
Es hora de recordar y de
agradecer. Pero también es hora de celebrar y de festejar. Y para ello buscar,
rastrear recuerdos y toda otra cosa que pueda ser utilizada en reuniones,
conferencias, mesas redondas y otros actos rememorativos. Lo cual servirá no
sólo de recuerdo y homenaje al Congreso de 1934 sino, y principalmente, para
que nuestro pueblo adquiera conciencia de lo que representó ese magno
acontecimiento para la vida espiritual de la patria.
Y también y sobre todo para
reafirmar nuestra realidad de nación católica. Lo que ciertamente exigirá la
realización de múltiples y fervorosos actos en honor de Jesús Eucaristía en
toda la extensión del país.
El día 15 partió el Cardenal
Legado. El recorrido desde la residencia donde se hospedó durante su
permanencia en la Argentina hasta el Puerto de Buenos Aires, recorrido en que
fue acompañado por el Presidente de la República, fue apoteósico. Ya en la pasarela
que lo llevaba al mismo «Conte Grande» en que había llegado al país, el futuro
Pío XII envió una última y especial bendición al pueblo argentino.
Después, Buenos Aires volvió a
su vida habitual. La vida urbana se reanudó. Pero el recuerdo de esos días
primaverales de Octubre permaneció durante mucho tiempo en las mentes y en los
corazones de quienes los habíamos vivido de cerca.
Quien esto escribe tuvo la
suerte –la gracia– de vivir el Congreso. Tres actos han quedado hincados en su
memoria y fijados en su retina: «El día de los Niños», el día en que sus
ángeles vieron más cerca al Señor; «la Procesión de Clausura» en el día final y
glorioso; y sobre todo «La noche de los hombres», noche de adoración, de
alabanza y de acción de gracias. Noche gracias a la cual alguien pudo decir: «Buenos
Aires se encuentra en estado de gracia».
*En «Revista Gladius», Año 26 – Nº 77, Pascua 2010, pp.23-27
