«Introducción al “Diario de la Cárcel”» - P. Alberto Ezcurra (1937-1993)
Hace 85 años (30 de noviembre de 1938) era vilmente asesinado Corneliu Zelea Codreanu, aquel gran rumano, fundador y Capitán de la Legión del Arcángel San Miguel. Vayan pues, como un sentido homenaje en su memoria, estas magníficas y emotivas líneas escritas como presentación de su libro «Diario de la Cárcel», cuya lectura recomendamos vivamente, para lo cual su texto completo podrá descargarse al pie de la página.
¿Quién fue Cornelio Codreanu?
¿Qué vigencia tienen su doctrina y su figura para la actual juventud argentina,
desconocedora en su gran mayoría de los lazos culturales y espirituales que nos
unen con la estirpe rumana, enclave latino en el misterioso mundo eslavo? ¿Cómo
puede surgir su figura desde las tinieblas exteriores de una historia reciente,
conocida casi exclusivamente a través de la versión oficial, impuesta por la
propaganda y los dictámenes de los bárbaros vencedores de Europa, tras repartirse
el dominio mundial en el cónclave de Yalta?
Para responder a estas preguntas
hemos creído conveniente presentar la figura del Capitán en un breve esbozo
biográfico. Su retrato más íntimo, el de su alma heroica y sangrante, lo
descubrirá el lector en las páginas del «Diario»[1].
Cornelio Codreanu nace en Iasi
(Rumania) el 13 de septiembre de 1899. El ejemplo de su padre, profesor Ion
Codreanu, y las lecturas del historiador N. Iorga y del teórico nacionalista
profesor Cuza, siembran en su alma joven las primeras semillas de lo que
alguien definió «el patriotismo militante de las horas de crisis».
Niño aún, acompaña el regimiento
de su padre en el frente de la primera guerra mundial. Recibe la educación
secundaria en el liceo Militar de Manastirea, que dejará en su carácter una
impronta indeleble:
El orden, la disciplina y la jerarquía, impresos en tierna edad en mi
sangre, junto con los sentimientos de dignidad militar, marcaron con su trazo
rojo toda mi actividad del porvenir [...]. Aquí he aprendido a amar las
trincheras y a despreciar los salones[2].
Su ingreso en la Facultad de Derecho, de Iasi, coincide con la
caótica situación de postguerra. El comunismo triunfante en Rusia amenaza
violentamente a Rumania desde su interior, mordiendo en las clases más pobres,
víctimas de la miseria y de la explotación. Detrás del comunismo, por un lado,
y de la crisis económica, por otro, se extiende el poder de una judería fuerte
por su número y su agresividad. Codreanu
hace sus primeras armas en este terreno, junto al obrero Constantin
Pancu, jefe de la Guardia de la Conciencia Nacional. Como Corridoni, en Italia,
Pancu busca reunir en un solo haz el amor de Patria y la justicia social. Combatiendo
a su lado escribe Codreanu:
Por mucha razón que puedan tener las clases obreras, no admitimos que
se levanten más allá o contra las fronteras del país; nadie admitirá que para
lograr tu pan destruyas o entregues a una nación extranjera de banqueros y
usureros todo lo que ha acumulado el esfuerzo dos veces milenario de una raza
de trabajadores heroicos. Tus derechos, dentro del cuadro de los derechos de la
raza. No admitimos que por tu derecho rompas en pedazos el derecho histórico de
la nación a que perteneces.
Pero tampoco admitimos que al socaire de las fórmulas tricolores se
instale una clase oligárquica y tiránica sobre las espaldas de los trabajadores
de todas las categorías y les arranque literalmente la piel, agitando continuamente
las ideas de una Patria que no aman, de un Dios en el que no creen, de una
Iglesia en la cual no entran nunca y de un Ejército al que lanzan a la guerra
con las manos vacías[3].
Este doble frente de combate
sintetiza ya el programa político de Codreanu. Pero el movimiento que ha
iniciado no se detendrá en el plano político, ni se encerrará en los estrechos
límites de un programa. Como José Antonio, su gemelo español, no cree Corneliu
que ninguna cosa seria, decisiva, eterna, se haya hecho sobre la base de un
programa[4].
La lucha, comenzada en la calle,
se traslada a la universidad. Presidente del centro de derecho y luego de la
Asociación de Estudiantes Cristianos, Codreanu irá adquiriendo un prestigio que
pronto alcanzará dimensiones nacionales. Desde el movimiento estudiantil dirige
la lucha por el «numerus clausus», tendiente a rescatar la universidad del
dominio hebreo, y a devolverle su esencia nacional y cristiana.
El combate universitario
encuentra una amplia repercusión popular, indicio de un despertar del alma
rumana. Para canalizar las nuevas energías que surgen, se funda la liga de
Defensa Nacional Cristiana, bajo el impulso de Codreanu y la conducción del
profesor Cuza. La liga llevará a todos los rincones de Rumania la rebeldía
nacida en el espíritu de los jóvenes estudiantes.
En 1923, Codreanu es encarcelado
por primera vez, con un grupo de jóvenes camaradas complotados para hacer
justicia en los traidores y enemigos de la nación rumana. De esta estancia en
la prisión de Vacaresti surge, como indestructible fraternidad, el núcleo que
ha de convertirse en eje fundacional del movimiento legionario.
La dura ascesis de la cárcel
lleva al jefe a profundizar en su interior el alcance de una lucha que no puede
ser meramente política. El héroe de la juventud nacional va a ser también su
profeta. En la meditación de estos días de encierro comienzan a modelarse en su
alma los rasgos del místico y del santo, que conducirá a los suyos al combate
bajo la custodia celeste del Arcángel San Miguel. Muchos han hablado de que
Codreanu experimentó una revelación o manifestación del Arcángel. Las propias
palabras del Capitán parecerían indicarlo:
Jamás había sido atraído por la belleza de una imagen, pero me sentía
ligado a ésta con toda el alma, y tenía la impresión de que el Arcángel estaba
vivo. Desde entonces he empezado a amar la imagen. Cada vez que encontrábamos
la iglesia abierta, entrábamos y nos arrodillábamos ante ella, y el alma se nos
llenaba de calma y alegría[5].
De rodillas ante la imagen, en la capilla de la cárcel, se
ofrece al Señor como víctima propiciatoria:
Señor, tomamos sobre nosotros todos los pecados de esta raza; acepta
nuestros sufrimientos y haz que estos sufrimientos fructifiquen en días mejores
para ella[6].
El Señor recibirá esta plegaria,
aceptará el ofrecimiento y lo conducirá hasta el martirio. Los frutos de esta
entrega generosa perduran hoy, pese a todo, como motivo de esperanza.
Obtenida la libertad, inicia
Codreanu un experimento, que en años venideros extenderá a escala nacional: el
de los campos de trabajo, cuya finalidad es doble:
1) La financiación del
movimiento, pues el jefe rechazará siempre las subvenciones que comprometen y
esclavizan, y no cree en la validez de una organización incapaz de hallar en su
propio seno los recursos necesarios para su vida y desarrollo[7].
2) La educación de sus
militantes por el trabajo y el sacrificio.
Ya se muestra aquí lo que ha de
ser nota esencial y distintiva del movimiento legionario: su preocupación por
el nacimiento de un hombre nuevo.
El país muere por falta de hombres, no por falta de programas [...] Y
por esto no debemos crear programas nuevos, sino hombres, hombres nuevos[8].
Como si el régimen corrupto que
somete la patria rumana intuyera el peligro que nace y lo amenaza en sus raíces
más profundas, la represión arrecia. Codreanu es nuevamente detenido, sus
camaradas son torturados. Ya en libertad, interviene como abogado en el proceso
a uno de los suyos. Es agredido en la misma sala por el jefe de los torturadores,
el prefecto de policía Manciu, al que mata en legítima defensa. Codreanu
retorna a la cárcel.
Saldrá absuelto del proceso, que
se transforma en acusación contra los verdugos. El triunfal retorno a Iasi,
durante el cual Codreanu es aclamado como triunfador por decenas de miles de
rumanos, en su mayoría estudiantes y campesinos, señala el alto grado de
popularidad que su figura ha alcanzado. Las masivas manifestaciones de simpatía
se repetirán con motivo de su casamiento con Elena Illinoiu, cuando los novios
son acompañados por dos mil trescientos vehículos y una caravana de varios
kilómetros. La lucha del joven estudiante ha hecho vibrar las fibras más
íntimas de los corazones sanos de su patria.
Pero todo este despertar debía
ser canalizado de manera orgánica, y los responsables de ello no se muestran a
la altura de su misión. El profesor Cuza, excelente teórico, no posee pasta de
jefe. La liga de Defensa Nacional Cristiana, tras algunos éxitos iniciales, no
marcha como es debido. Los desaciertos de Cuza acabarán por dividirla,
frustrando así las esperanzas de la nación y dejando apagar la luz encendida
por el combate juvenil.
Estas desgraciadas circunstancias son las que se presentan ante la vista de Codreanu a su regreso de Francia, donde había ido a completar sus estudios. La división del movimiento nacional lo decide a comenzar de nuevo, habida cuenta de los errores cometidos, sobre bases diversas, por un camino original.
El 24 de junio de 1927 reúne al grupo de camaradas que compartieron con él la prisión de Vacaresti y funda, bajo su jefatura, la Legión de San Miguel Arcángel.
Vengan a estas filas los que crean sin restricción, queden fuera quienes tengan duda, reza la primera orden del día. Pues lo que reúne a este reducido y animoso núcleo juvenil no es ya la sola lucha universitaria, ni es tampoco un programa partidario. Es la Fe. Fe en Dios, fe en la misión trascendente del hombre y de la nación. Fe en la Verdad intuida, más que en doctrina nacida del cálculo o del raciocinio.
No nos habíamos reunido
porque pensásemos de la misma manera, sino porque sentíamos de la misma manera;
no teníamos el mismo modo de pensar, sino la misma estructura espiritual. No
teníamos [...] ni dinero ni programa, teníamos en cambio, a Dios en el alma, y
Él nos inspiraba la fuerza invencible de la fe[9].
El Capitán |
El carácter introductorio de
estas líneas no nos permite describir en detalle la historia del movimiento
legionario, desde su fundación hasta la muerte del Capitán. Esta historia es
tan rica en ejemplos, heroísmo y sufrimiento, que todo intento de síntesis o
selección corre el riesgo de mutilarla y empobrecerla. Sirva tanto lo dicho
como lo que callamos para estimular la curiosidad del lector y despertar en él
deseos de conocerla[10].
Por mi parte he de confesar que
cada vez que la releo me embarga la emoción y siento vibrar en mí las fibras de
una profunda identidad espiritual. Vuelvo a ver al Capitán, con el traje
regional, la cruz de Cristo sobre el pecho, cruzando a caballo los campos y las
villas para anunciar a los campesinos fervorosos la resurrección de la Patria,
empresa vacía de promesas y repleta de exigencias de sacrificio.
Lo veo en el parlamento –como
José Antonio, diputado sin fe y sin respeto para con los mitos liberales–,
propiciando, solo contra todos, la pena máxima contra los asesinos de la
estirpe.
Contemplo a aquellos que lo
acompañan en la concreción de su sueño heroico:
• A las «Fraternidades de la
Cruz», estudiantes secundarios unidos en el juramento de la sangre.
• Los Campos de Trabajo, donde
la reconstrucción material del país se une con el renacimiento espiritual de
los voluntarios, mediante la dura fatiga y la luz que brota de las palabras con
que el Capitán los anima.
• El Batallón de Comercio
Legionario, donde el tráfico desinteresado revoluciona el concepto de la
economía, liberándola de la sujeción espiritual al dinero.
• El Nido, estructura básica de
la legión que, más que célula, es una familia, unidad de acción, de formación y
de plegaria.
Se presenta ante mi vista,
finalmente, la «Escuadra de la Muerte», núcleo de selección de aquellos que han
decidido vivir el ideal hasta la muerte, y lo testimonian recorriendo el país,
cantando y rezando, ofreciendo el testimonio de su sola presencia, golpeados
una y otra vez hasta perder el sentido, arrastrados por todos los calabozos y
todas las cárceles de Rumania.
Cuando un pueblo es arrastrado
por sus gobernantes a la corrupción, cuando el espíritu de una nación es
prostituido por la degradación de sus jefes y responsables, no queda para la
reconquista otro camino que el de la cruz y el del martirio. Para las naciones,
como para los hombres, el camino de la resurrección debe pasar por el calvario.
Codreanu lo ha comprendido. Por eso mide a sus hombres de acuerdo a su «capacidad
de sufrimiento y de amor». Sabe también que el Señor ha aceptado su
ofrecimiento de Vacaresti. Este es, pues, el espíritu que anima las páginas de
este Diario, en particular la meditación de la Pasión de Jesús y los
párrafos donde descubre su hermandad espiritual con San Pablo, el Apóstol que
deseaba completar en su cuerpo lo que falta a los sufrimientos redentores de
Cristo.
Señorea la corrupción, en
efecto, en la Rumania sometida a la tiranía de Carol II, rey venal, hipócrita,
capaz de todas las traiciones, sensual sometido a los caprichos de su concubina
hebrea, Elena Lupescu.
Y esta cúspide corrupta del
Estado tenía que sentirse alarmada por el resurgimiento espiritual de la
nación, causado por el tenaz avance de la Guardia y por el eco que va
encontrando el testimonio personal del Capitán y de sus seguidores.
Difícilmente nos mostrará la Historia una suma tal de fraude, violencia,
mentira e injusticia como la empleada por Carol II, con la complicidad de la
prensa judaica y los partidos burgueses y masónicos, para detener la marcha de
la Legión.
Pero todo ello será inútil. Como
los primeros cristianos, los legionarios surgen fortalecidos de la persecución,
y renacen de la tierra regada con la sangre de los caídos. El despertar
legionario de Rumania se manifiesta incluso en un terreno que es propio del
adversario: el de los resultados electorales.
Entonces Carol II, presionado
por las logias y la sinagoga, y por su propia soberbia criminal, pierde la
paciencia. Toma en sus manos la suma del poder, y nombra primer ministro al
patriarca Mirón Cristea, que desempeñará a la perfección el papel de Caifás.
Somete a la Justicia y disuelve todas las organizaciones políticas, medida ésta
que tiene un solo destinatario real: el movimiento legionario.
Miles de legionarios llenan las
cárceles. El Capitán rechazando la posibilidad del exilio rumano, decide
compartir la suerte de los suyos. El gran historiador y ex-nacionalista Nicola
Iorga será el Judas de circunstancias. Acusa al Capitán de injurias,
permitiendo así que éste sea encarcelado y condenado, en abril de 1938, a seis
meses de prisión.
La trampa ya se ha cerrado sobre
la víctima elegida. El segundo golpe lo asestará la Justicia, sometida a los
mandatos del rey. En un juicio infame, Codreanu es acusado de traición y
condenado nuevamente, ahora a diez años, a pesar de que la precaria defensa
permitida ha conseguido refutar todos los cargos y desenmascarado la falsedad
de las pruebas.
Durante esta última prisión, en
la cárcel de Jilava (cuyo nombre, que significa humedad, habla bien claro de
las condiciones de detención), escribió el Capitán el diario que hoy publicamos[11].
No hay que buscar en sus páginas
un manifiesto político o un compendio de doctrina. Ellas nos muestran el alma
despojada y sangrante de un hombre y un jefe que, al aproximarse al momento del
sacrificio supremo, muestra hasta qué punto el ideal defendido y proclamado se
ha vuelto realidad encarnada en su propia persona.
De la cárcel ya sólo saldrá el Capitán
para ser conducido a la muerte.
En la noche del 29 al 30 de
noviembre de 1938, con el pretexto de un traslado, agentes personales del rey
lo conducirán a la foresta de Tancabesti, en las cercanías de Bucarest. Allí
será estrangulado, en compañía de otros trece legionarios. Los verdugos
dispararán luego sobre sus cuerpos, para fraguar un intento de fuga, que será
anunciado por el comunicado oficial. Así el rey, traidor y corrompido, agente
de los poderes ocultos, creerá haber acabado con la Legión del Arcángel San
Miguel.
Casi cuarenta años han
transcurrido desde aquellos sucesos, y podemos afirmar que Cornelio Codreanu no
ha muerto, sin temor de incurrir en figuras retóricas. El movimiento legionario
–seis meses en el poder, casi setenta años bajo la persecución– sigue vivo en
el exilio y en el silencio de una Rumania sometida hoy a la esclavitud
marxista, pero que no ha perdido la esperanza por la que el Capitán combatía en
su prisión de Jilava.
Los escritos de Codreanu y las
obras de historia y doctrina legionarias se editan hoy en todo el mundo, en
rumano, alemán, inglés, francés, italiano, español y portugués. A su alrededor
vuelve a despertarse el interés de un amplio círculo de lectores, especialmente
jóvenes, que se acercan a ellas no con mero espíritu de curiosidad histórica,
sino para descubrir allí la luz que ilumina una idéntica estructura espiritual
y militante
Pensamos que este fenómeno debe
atribuirse a las características propias del movimiento legionario, que lo
destacan con caracteres excepcionales en el variado espectro de los movimientos
nacionales surgidos en Europa entre las dos guerras mundiales.
Fue una situación de grave
crisis (decadencia de las democracias burguesas, avance amenazador de la
revolución comunista) lo que dio origen a estos movimientos. Su denominador
común –más allá de diferencias a veces muy notables– fue el de una reacción
contra el caos, lo que permite a Bardéche denominarlos «movimientos de
salvación pública».
Pero esta reacción –cuyos
sostenes ideológicos van desde el conservatismo católico o monárquico hasta los
socialismos nacionales de inspiración más o menos pagana– fue, por lo general,
parcial. Es decir, cerrada dentro de los límites de un plano determinado,
político, económico, cultural tal vez.
Sólo Codreanu –aunque en esto lo
acompañe en parte la intuición genial de José Antonio– fue capaz de captar las
raíces profundas del desorden y las exigencias radicales del remedio. Por eso
su figura trasciende la del conductor político, para proyectarse como síntesis
ejemplar del santo, del místico y del héroe.
Por ello también el movimiento
legionario no es un partido –en absoluto–, ni siquiera un movimiento político, en
la acepción más o menos restringida del término. Creemos que sería exacto
definirlo como una Orden a la vez religiosa y militar –en la más noble acepción
de estas palabras– que procura la transformación revolucionaria, o el reemplazo
total de una sociedad en crisis mediante la instauración de un orden nuevo.
Pero la plasmación de este orden
nuevo no lo obtendrá mediante un mero cambio de estructuras externas (sociales,
políticas o económicas), sino a través de la interior conversión de sus
militantes, por un estilo de vida que ha de configurar el hombre nuevo –no
en el sentido utópico del marxismo, sino dentro de la concepción paulina y
cristiana[12].
Este hombre nuevo nacerá del
trabajo y del combate, del sufrimiento y del sacrificio. Oigamos las palabras
con que el propio Codreanu se refiere a este hombre, que era ya en él una
concreta realidad:
La piedra angular de la que
parte la legión es, no el programa político, sino el hombre; la reforma del
hombre, no la reforma de los programas políticos. La Legión de San Miguel
Arcángel será, por consiguiente, más una escuela y un ejército que un partido
político.
[...] Un hombre en el cual se
encuentren desarrolladas al máximo todas las posibilidades de grandeza humana
sembradas por Dios en la sangre de nuestra raza [...]
De esta escuela legionaria
saldrá un hombre nuevo, un hombre con las cualidades de héroe, un gigante de
nuestra historia, que sepa combatir y vencer a todos los enemigos de nuestra
patria. Y su lucha y su victoria deberán extenderse aún más allá, sobre
los enemigos invisibles, sobre las fuerzas del mal[13].
Subrayamos esta última frase,
claro indicio de la visión trascendente que el Capitán posee acerca del combate
empeñado. El mal no se agota en las formas externas de un sistema político
falso o injusto: está en el interior del hombre y tiene raíces en el orden
sobrehumano del espíritu. Por ello sólo tiene sentido una lucha que abarque
toda la complejidad de estos distintos aspectos. Codreanu es consciente de
ello, y nos lo reitera desde las páginas de este Diario de la cárcel:
La característica de nuestro
tiempo es que nos ocupamos de la lucha entre nosotros y otros hombres, no de la
lucha entre los mandatos del Espíritu Santo y los apetitos de nuestra
naturaleza terrena. Nos preocupan y nos complacen las victorias sobre los hombres,
no la victoria contra el diablo y el pecado.
Todos los grandes hombres del
mundo de ayer y de hoy [...] se han afanado especialmente por las luchas
y triunfos exteriores. El movimiento legionario forma excepción, ocupándose
también, aunque insuficientemente, de la victoria cristiana en el hombre, con
vistas a su salvación.
La responsabilidad de un jefe
es muy grande. Él no debe deleitar los ojos de sus ejércitos con victorias
terrenales, dejándolos al mismo tiempo impreparados para la lucha decisiva, de
la cual el alma de cada uno se puede coronar con la victoria de la eternidad, o
con la derrota eterna[14].
Esta perspectiva trascendente
del combate terreno, se ve iluminada con mayor fuerza aún por la afirmación de
que la resurrección de los muertos es el fin más alto y sublime que puede
tener una raza, la cual, por consiguiente, es una entidad que prolonga
su vida más allá de la Tierra. A la estirpe rumana como a cualquier otra
raza del mundo, Dios le ha dado una misión, Dios le ha señalado un destino
histórico. La primera ley que una raza debe seguir es la de caminar sobre la
línea de este destino, comprender la misión que le ha sido confiada[15].
Corneliu Codreanu intuyó esta
misión y consagró su vida para que su patria fuera fiel al destino histórico
que Dios le señalaba. Consciente de que la empresa superaba las fuerzas
humanas, la confió a la custodia militante del Arcángel Miguel, guerrero victorioso
de las fuerzas del mal. Por ello, y porque creemos que el martirio es generador
de misteriosas potencias, capaces de cambiar el rumbo de la Historia, afirmamos
viva y válida la esperanza del Capitán en un mundo donde las tinieblas parecen
ganar terreno cada día.
* En «Diario de la Cárcel», de Cornelio Zelea Codreanu. Cruz y Fierro Editores, Buenos Aires, julio 1974.
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