«Levantad vuestras cabezas porque vuestra redención se acerca» - San Rafael Arnáiz Barón (1911-1938)

Con la presente publicación, «Decíamos ayer...», desea a todos sus lectores una muy feliz y santa Navidad.

22 de diciembre de 1936

Navidades de 1936...

¡Navidad!..., ¡fiesta del Cielo, fiesta en el alma..., fiesta en el hogar!...

De muchas maneras se puede celebrar la fiesta de las fiestas... De muchas maneras se puede esperar al Dios que va a nacer entre los hombres. De muchas maneras celebra el mundo el acontecimiento de la llegada de Dios.

Es la primera vez en mis 25 años, que no estoy en casa de mis padres durante la Navidad.

Voy a celebrarla este año en una Trapa, de muy diferente manera que otras veces. No sé si mejor o peor, sólo sé que con más austeridad y mayor recogimiento.

¡Navidad!...

¡Cuántas cosas me recuerda!... ¡Cuántas cosas me dice esta palabra!... En estos días luchará mi alma de monje que sólo busca el amor de Jesús en el silencio y la soledad, y mi alma de hombre sensible, aun no muerta a los quereres humanos, y que en su flaqueza añora el calor de la Navidad entre los suyos, en su casa, con sus padres, sus hermanos...

Ahora es distinto; ahora, Dios no me admite ni el turrón ni el mazapán, ni músicas ni cantares...; ahora Dios me pide más. Me pide algo que ya le he dado... pues se lo he dado todo, y cuando Jesús Niño me llame a adorarle en el Portal, no sabré que ofrecerle..., le ofreceré eso, nada.

No sé por qué, pero todo lo pasado lo veo lejos..., muy lejos, algo así como un sueño...

Recuerdo mis épocas de niño, de niño feliz, como algo que pasó como un relámpago en mi vida... Navidades infantiles, días de ilusiones, golosinas, Reyes Magos..., días que recuerdan el calor de la casa, el amor de los padres, la sopa de almendra..., días de estampa con nieve..., días en que los hombres se hacen niños, y se enternecen con el repetido cuento del huerfanito pobre que tirita de frío y mira entristecido a los hijos de los poderosos a los cuales no puede llegar.

¿Quién no ha leído este cuento del niño pobre y del niño rico?

Misa de Gallo..., villancicos en los conventos de monjas..., frío y copas de Jerez..., regalos, cartas y abrazos..., fiestas de Navidad en el mundo..., no las recuerdo con pena, ni tampoco me entristecen..., ¿por qué había de volver?..., esto siempre se dice cuando se ha sido feliz.

En cambio, los días grises de la vida, los días en los cuales Dios nos prueba..., ¡qué pronto los olvidamos!

Bien está, pues Dios lo hace, que nada en la vida se repita...; bien está que tanto las penas como los dolores, las alegrías y los días felices se sucedan variados...; aprenda en la vida, el alma entregada a Dios, a no añorar lo pasado ni a temer el provenir..., Dios es presente, y sólo Dios basta.

¡Navidades en la Trapa!: gozo en la Liturgia, esperanza en los cantos de la Iglesia, himnos que hablan de amor, y suavidad del corazón recordando en el silencio del templo la humildad de María, la castidad de José..., el amor de Dios. Mezcla armoniosa de melodías de ángeles y baladas de pastores...

¡Navidades en la Trapa!..., incienso y mirra ofrecidos por almas que deslizan su vida en el servicio divino..., oro de sacrificios.

Ni algazara, ni expansiones externas, ni músicas, ni zambombas, ni tambores... ¡Navidades en la Trapa...!, adoración en silencio, un corazón desprendido de la tierra y puesto a los pies de Jesús en el portal.

Días dulces y serenos, días de amores divinos..., días de calma y de paz; días en que el alma vuela por los campos de Judea, sueña en glorias infinitas y se abisma contemplando la bondad inconmensurable... el amor de Dios al hombre, su Encarnación en María, su desnudez y su frío que esconden humildemente la Majestad que no cabe en los Cielos.

El trapense en estos días no quiere ruido, no necesita fiesta mundana para glorificar al Recién Nacido. La fiesta, la alegría, las músicas y los golpes de zambombas los lleva en su corazón enamorado de Jesús, en su silencio gozoso..., en un cantar interior..., en un amor callado y mudo.

Medita en estos días el gran Misterio de su Religión..., y allá muy adentro de su alma, se recrea en los consuelos que Jesús Niño le ofrece por medio de las Santas Escrituras. Medita con serenidad y con paz en los Salmos, en los Himnos, en todo el arsenal litúrgico de que la Iglesia en estos días dispone.

Contempla asombrado cómo «una Virgen concebirá un hijo y su nombres será Emmanuel» y «los caminos torcidos serán enderezados, y los escabrosos allanados».

No se necesita ruido para amar a Dios; no importa la soledad, ni el silencio, ni la austeridad, ni la penitencia, ni el sufrir mucho o poco a quien sabe que «lo desierto e intransitable se alegrará y saltará de gozo la soledad, y florecerá como lirio».

Claro está que habrá momentos en que el corazón recuerde sus cariños en el mundo, sus pasados días felices, el calor de los hogares..., entre risas infantiles... Momentos en que recuerde la alegría de los hombres, tan distinta de la alegría tranquila, pura y santa de los humildes trapenses.

Todo está compensado en este mundo, todo es necesario y todo está bien dispuesto; necesaria la fiesta en el siglo, con mazapanes y turrones, y con estampas de nieve; y necesario también el silencio de los monjes mezclados a los coros de ángeles y baladas pastoriles.

En la armonía perfecta de la Creación, cada hombre, cada cosa, sigue el curso trazado por Dios.

¡Cuánta alegría nos causa el sabernos apoyados en su Voluntad!..., aquí..., allí..., ¿qué más da? Allá donde vayamos, estemos donde estemos, si el corazón no lo separamos del de Jesús ¿qué podemos temer?...

¿Qué nos importa el mundo?..., el mundo es muy chico y Dios es tan grande, que no cabe en él..., pero no importa; Dios se hace pequeño por salvar al hombre... Dios ve el mundo entero como un templo inmenso..., y el Hijo desciende, y en el mundo cumple la Voluntad de su Padre.

        ¡Sitio de paso es la tierra, lugar de espera y no de descanso; y perder el tiempo es emplearlo en buscar un lugar; o en buscar postura... es tan poco tiempo!...

Dios, a quien se lo debo todo, muchas veces me hace pensar en esto que digo cuanto la tentación trata de quitarme el sosiego hurgando en mi memoria..., haciéndome recordar esto o aquello, mezclando mi presente vida con la pasada o venidera.

Dios, cuya bondad es inmensa, me hace pensar y a veces..., me imagino como que se ríe de mí.

Y, efectivamente, ahora que llegan los días de Navidad, y quizás las luchas sean más fuertes, Dios me llama al orden, y sin que nadie se entere, me dice muy quedamente: «¿Y qué más da?...».

Y entonces veo lo pobre del mundo, la vida muy corta..., hay que aprovecharla, hay que darse prisa..., no importa la forma, no importa el lugar..., no perdamos tiempo hablando a los hombres, buscando consuelos..., pensando en las dichas pasadas que no volverán...

¡Y el alma comprende y contempla la única verdad..., y la verdad es Cristo!

¡Cristo que transforma al mundo en un inmenso portal!...

¡Cristo con José y María!...

¡Cristo hecho hombre por amor al hombre!...

¡Cristo que nace entre bestias y paja; sin casa ni abrigo, y en enorme soledad!...

Y ante el pensamiento de un Dios humanado, ante la grandeza de la inmensidad, el alma se ensancha, se olvida el penar, deseos de muerte, ansias de gozar..., y la voz de Cristo que, dulce, me invita, me habla de amores y me hace olvidar.

Hoy, en la oración, un frailecillo, pensando sobre esto y mirando a su alrededor, no pudo por menos de cerrar los ojos al ver que en el mundo nada permanece..., todo es vanidad..., y olvidando sus propios sentires y propios pesares, elevó la vista al Cielo y oyó claramente a su alma...

¡Hermano..., hermano... ama a Cristo!

Lo demás..., ¿qué más te da?

* En «Vida y escritos de Fray María Rafael Arnáiz Barón – Monje Trapense», PS Editorial – Madrid – 1984.

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