«En el final de la 2ª guerra mundial» - Revista Nuestro Tiempo (1944-1945)
Ciertos países que resultaron vencedores, conmemoraron en estos días con grandes actos el 80° aniversario del fin de la 2ª Guerra Mundial. Ante ello, publicamos hoy, de modo conjunto, dos esclarecedores, proféticos y actualísimos artículos, escritos precisamente en aquel año 1945, recién finalizada la contienda. Ambos aparecen suscriptos con el mismo nombre de la prestigiosa Revista –fundada y dirigida por el P. Julio Meinvielle–, indicando así su contenido como propio del pensamiento editorial.
El desenlace de la Guerra
La Guerra ha terminado en Europa con el triunfo aplastante de las llamadas Democracias. Este es un hecho. Otro hecho es también, que Alemania que logró sus grandes victorias militares de los primeros años, gracias a un poderío material abrumador, fue vencida con un poderío, más abrumador aún, de las Democracias que hicieron tiempo para movilizar sus grandes e inigualables recursos. La célebre afirmación napoleónica de que el oro gana las guerras no fue desmentida tampoco esta vez.
Bajo cierto aspecto y en una
consideración excesivamente providencialista de la Historia, podría pensarse
que no es de lamentar que el denominado, con fanático odio, nazifascismo
haya sido derrotado. Porque aun cuando es verdad que estuviera impulsado por
una poderosa dinámica de liquidar los mentirosos mitos humanitaristas, a cuyo
amparo podían impunemente ejercer su oprobioso imperialismo las fuerzas del
Dinero, no está también reñido con la verdad pensar que encerraba una fuerza
expansiva tremendamente pagana, difícil de ser purificada y cristianizada en la
victoria.
Pero cualquiera sea el valor de
esta consideración hipotética, lo cierto es que, en este momento, la suerte del
mundo queda a merced de la dominación totalitaria de aquellas mismas fuerzas –las
del Dinero y del Resentimiento– que desde hace trescientos años vienen
perdiendo a Europa. Porque esas dos fuerzas vienen desgarrando el ser de Europa
con divisiones religiosas, económicas y políticas. Y son las potencias antieuropeas,
esencialmente disgregadoras, como Inglaterra, Estados Unidos y Rusia, que desde
la paz de Westfalia, luego del Congreso de Viena y del Tratado de Versailles, a
base del Dinero que financia intrigas y azuza resentimientos, las que han
destruido la unidad vital de la Europa ecuménica y católica. Mal pueden
entonces imponer la paz aquellas naciones que siembran la guerra.
Aquí, en este punto, se plantea
la terrible crisis que deriva de la reciente victoria militar. Han triunfado,
precisamente, las naciones tras las cuales se escudan las fuerzas
internacionales, disgregadoras de la unidad de Europa, y del orbe. Y este triunfo
ha puesto en sus manos los fantásticos recursos técnico-psicológicos que
permiten hoy, a una minoría estratégicamente colocada, dirigir y regular la
vida de todos los individuos humanos, en cada una de las naciones de los cinco
continentes.
Pero sin dejarnos guiar por un
criterio tan realista, aun suponiendo benévolamente que naciones como
Inglaterra, Estados Unidos y Rusia que enarbolan mitos de «Paz y Seguridad»
internacional estuvieran dispuestas a deponer sus instintos, bien probados, de
imperialismo totalitario, asiáticos en la una, hipócritas y «evangélicos» en
las otras, nos preguntamos, ¿qué soluciones de convivencia humana, reales,
pueden ofrecer a los cansados, descreídos y desgarrados pueblos europeos?
¿Acaso un orden «policial» de «perfecta seguridad», como el que ha sido
elaborado en Dumbarton Oaks[1]
y que espera ser sancionado en San Francisco? ¿Y qué es este plan de «perfecta
seguridad» sino un sistema de esclavitud internacional, en manos de unos
contados amos omnipotentes? De suerte que después de haber disgregado los
órganos vitales de la unidad de Europa se pretende, en una última etapa,
reducirla a servidumbre, convirtiendo aquella que fue maravillosa unidad de
vida, en un árido mecanismo de seguridad.
El análisis del proceso
histórico de Europa en los últimos trescientos años y la comprobación de la
índole de las naciones que acaban de reportar una aplastante victoria sobre
Europa, no puede menos de acongojarnos al pensar en los días sombríos que, al amparo
mentiroso de Libertad y Democracia, se ciernen sobre los pueblos, otrora libres
y grandes.
Hasta 1929, la tierra había
vivido bajo la dominación del comerciante internacional que, a cambio del
manejo de todos los negocios del universo, dejaba a los pueblos cierta libertad
mental, política y aún económica. Pero las tremendas crisis que llevaron a la
quiebra ese mundo, han demostrado que si no se impone una regulación al
universo, peligra la seguridad. Y ahora entramos en la etapa de la seguridad;
de los negocios seguros. Aquel comerciante internacional que, en un mundo
aleatorio de negocios, pudo efectuar pingües ganancias, para luego sucumbir,
víctima también él de la suerte, ahora quiere regularlo todo para que la
seguridad sea perfecta.
La guerra fue ganada por la
seguridad, esto es por la mecanización al minuto de grandes masas humanas.
Luego la paz también será ganada por la seguridad. Y en eso se está. Cuando se
considera la exactitud maravillosa con que Estados Unidos ideó y llevó a
ejecución el monstruoso programa de producción de pertrechos bélicos, para la
tierra, el mar y el aire, el transporte de esos mismos pertrechos a todas las
zonas de combate, diseminadas en los cinco continentes, y su utilización
sincronizada en los frentes de batalla –poderosa, descomunal maquinaria bélica,
ideada en los gabinetes de los técnicos y volcándose luego, aplastante, por
todas las rutas del planeta– puede uno imaginarse qué resultados de infalible
seguridad podrá ofrecer también un planeamiento de toda la actividad mental,
económica y política de todos los pueblos de la tierra. ¿Quién será capaz de
alterar esa seguridad tan mecánicamente asegurada?
Luego, de la aplicación
estrictamente ajustada de esos planes, elaborados por los managers,
saldrá la ciudad universal de la seguridad, la ciudad paradisíaca, donde
gozaremos de todo bien sin mezcla de ningún mal. Y el mal es el mortífero «nazifascismo»,
que será eliminado hasta en sus últimos y recónditos restos. Nada entonces de
pensamiento tradicional, que es regresión y barbarie; nada de costumbres
familiares, locales, nacionales que son anacrónico atavismo; nada de economía
nacional y de política de soberanía porque ello es nacionalismo exagerado,
racismo, fascismo y nazismo. No. Todos los pueblos abiertos, en la fraternidad
universal, para que entren la abundancia, la prosperidad, el progreso. Eso sí,
dentro de la seguridad. Seguridad en la producción y distribución de las
materias primas, de los artículos manufacturados, de los transportes, del
comercio, de la inmigración y del trabajo; seguridad en la difusión de las
ideas y de los sentimientos en la prensa, la radio y el cine; seguridad en la
conducción política de los pueblos. Seguridad para bien de todos y en manos de
uno, quien, para bien de todos, tendrá a su disposición la fuerza que asegure
la Seguridad.
La
esclavitud será perfecta. Pero será libremente consentida y aceptada.
¿Acaso no es bueno ceder un poco de los propios derechos cuando se siguen tan
copiosos bienes? Y las masas se moverán en ese medio viscoso, «regulado», sin
violencias, sin necesidad de hacerse fuerza, porque tendrán todo cuanto
necesiten para «no pensar»; porque allí nadie sentirá necesidad de conocer la
Verdad y de amarla. Cada uno tendrá todo lo necesario para quedar eternamente
en la condición de un ser inferior y mecanizado. He aquí adonde está entrando
la humanidad, al amparo de la Libertad y de la Democracia: La esclavitud
universal, bajo un solo amo.
Mientras tanto los promotores de
esta bienaventurada servidumbre se indignan ante los presuntos o reales
crímenes de épocas pretéritas, o no tan pretéritas, cuando todo el esfuerzo de
los gobernantes, aún con medios coercitivos, necesarios a veces, se encaminaba
a sacar al pueblo de esa situación de embrutecimiento progresivo y llevarle a
un estado real de cultura y de libertad. Indignación farisaica que no deja de
justificar luego, los crímenes de las guerras religiosas desatadas por la
Reforma Protestante, y los de la impía Revolución Francesa o Soviética, a los
del comunismo en España y México, o el bochornoso asesinato de Mussolini. Es
que, en realidad, lo que les indigna no es el crimen. ¿Cómo puede indignarse
del crimen aquel que no ama la verdad, cuando el diablo que es padre de la
Mentira, es llamado también homicida? Lo que les indigna es todo esfuerzo
eficaz por levantar a los pueblos de ese estado de inferioridad real a que una
propaganda morbosa sistemática los ha reducido.
Es que, en realidad, esa
mentalidad de ingeniero, con que pretenden solucionar los problemas humanos
lleva al crimen de reducir los pueblos a esclavos y a la mentira de
narcotizarlos con la propaganda sistemática para que se crean libres.
* En Revista «Nuestro Tiempo», Buenos Aires, viernes 11 y 18 de mayo de 1945 – Año 2 – Nos. 33 y 34.
[1]
Dumbarton
Oaks es una mansión ubicada en Georgetown, Washington, donde desde el 21 de
agosto hasta el 7 de octubre de 1944, se llevó a cabo una reunión entre
representantes de Estados Unidos, el Reino Unido, la Unión Soviética
(URSS) y China en la que se formuló el primer proyecto para la creación de una
organización mundial para la paz y la seguridad internacional, que daría posteriormente origen a
la Organización de las Naciones Unidas (ONU).