«Poema de Don Juan Manuel de Rosas» - Ignacio Braulio Anzoátegui (1905-1978)

En el día de la soberanía nacional, y en un nuevo aniversario del Combate de la Vuelta de Obligado...

Era mi patria aquélla. Por esas tierras nuestras, por esos campos míos,

Todavía eran míos el temblor de los pastos y el cristal de los ríos.

Todavía eran nuestros el aire y la mañana y el viento  y la paloma
Y era nuestro el coraje de la guerra y la doma.

Todavía la hombría consistía en enlazar un potro a la carrera
Para ganar fama y sonrisa delante de la moza forastera.

Todavía quedaban, junto al aljibe fundador de la lluvia, enamorado señuelo de la altura,
El malvón familiar y la llanura.
.
Todavía la noche era la noche de las altas estrellas y de las veredas empinadas,
Y era nuestra la noche, como las veredas y como las estrellas y como los lirios y como las espadas.

Y quiso Dios que fuera
Aquella patria mía la que pusiera su mano en la mano del hombre que traía olores de retama y primavera,

Olor de campo afuera y de retiro
Y de tarde rezada y de congoja en flor y de suspiro:

El hombre que sabía callar lo que debía, como calla el que sabe
Que si la palabra tiene su sentido el silencio es la clave,

Como calla el que quiere
Callar porfiadamente para poder un día morir de una manera inimitable sobre el mismo dolor por el que muere;

El hombre que traía
A la ciudad el campo, y con el campo su estilo de poesía,

Su estilo de hombre criado en el estilo nuestro, hecho de vida y muerte, de pericón y duelo,
Con su angustia de muerte en el cuchillo y su ansia de pericón en el pañuelo.

Y floreció la patria bajo el cielo, y al filo
De la flor y la espada ya tenía su estilo;

Ya tenía su estilo de poesía ganada
Con el filo y el cielo, con la flor y la espada;

Ya tenía su estilo militar y gozoso, el estilo militar y gozoso de los hombres que saben lo que es morir de frente
Cuando la patria pide que se muera por un valor cualquiera o por una bandera aparentemente intrascendente,

Por un valor cualquiera, como el capricho de tener una patria más o menos temida
Y de ofrecer la vida por la bandera, sencillamente, como se ofrece la mano en la despedida;

Ya la tierra tenía su clamor acordado
Y el presente pisaba sobre la misma tierra de sangre del pasado,

Sobre la misma sangre que ganó en la frontera
Título de conquistadora y obligación de misionera.

La sangre era la sangre y era el ¡alto quién vive! de la patria y tenía
La desvelada claridad del mando y el puro señorío que era orgullo y aliento de la tierra bravía.

Ya cantaba, subiendo la mañana sonora,
La calandria su canto de pájaro y aurora;

Ya el trebolar tenía su luz comprometida y el corazón tenía su gracia asegurada,
Y en la bandera de la patria había un azul infantil de campanillas y una fina blancura de majada.

Porque mi patria era
Aquella patria mía que pusiera su mano en la mano del hombre que traía olores de retama y primavera.

* En «Revista Sol y Luna», Buenos Aires, N° 7, 1942, y reproducido en «Ignacio B. Anzoátegui», de Jorge N. Ferro / Eduardo B. M. Allegri. Ediciones Culturales Argentinas, Bs. As., 1983, p. 155.

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