Estudio preliminar
ROBERTO H. RAFFAELLI (1945-1989)

El siguiente es el interesante estudio preliminar al libro “Esencia del Liberalismo” del P. Leonardo Castellani, libro cuya lectura, de gran actualidad, “Decíamos Ayer...” recomienda vivamente. Para ello, ofrece a sus lectores, al pie de la página y para su descarga, el texto completo, que fue editado junto con un “Apéndice” de tres artículos más, referentes al mismo tema. 

   Los trabajos que siguen –una conferencia pronunciada en 1960 y tres breves artículos– resumen y sintetizan la crítica del Liberalismo que, a lo largo de su varia y vasta producción, constituye uno de los temas centrales del Padre Castellani. Es imposible no recordar aquí, como antecedente, el artículo Liberalismo, aparecido en Cabildo en 1944 y vuelto a publicar en el N° 1 de la nueva Cabildo en 1973 e incluido en el primer volumen de esta colección, verdadero clásico en el género, donde a propósito de Rousseau y su obra, se adelantan desarrollos similares a los aquí expuestos.
   Lo primero que notará el lector que lea sucesivamente aquel precioso ensayo y estas páginas, aun teniendo en cuenta que las últimas reproducen principalmente una conferencia, es un singular cambio de estilo entre uno y otras, cambio que se advierte también en el resto de la obra del autor. Hay un límite invisible que la atraviesa entera y que posiblemente pase por los días terribles de Manresa. En sus trabajos más antiguos se percibe una voluntad de forma, una aspiración –digamos– clásica, que luego desaparece. Se diría que el último Castellani quiere escribir mal, que renuncia voluntariamente a toda gala propiamente literaria, para exponer al desnudo las verdades esenciales en un discurso agónico que se tuerce y se retuerce.
   Pero esta particularidad del estilo no obsta, naturalmente, a la coherencia de los conceptos. Castellani propone tres definiciones del Liberalismo. Descubre ante todo la traidora ambigüedad de la primera, construida en torno a la mágica palabra “Libertad” –sobre la libertad como mito, vuelve en el comentario al libro de De Anquín “Mito y Política”–.
   La segunda definición –“descriptiva e histórica”– abarca, desde el aumento del poder central en el Renacimiento hasta el Liberalismo actual, a través de los sucesivos hitos históricos y doctrinarios que brevemente expone. Es aquí que caracteriza a la Monarquía Cristiana, a la que torna a aludir en La pseudemogresca liberal y en la Tiranía y la Anarquía. Y por último señala cómo el Liberalismo fue un fallido intento de hallar un equilibrio perenne entre el individuo y la sociedad.
   Cierra la conferencia la definición de Rosas del hombre libre. Con su inclusión, Castellani señala un camino. Hay, en efecto, un Rosas doctrinario que no ha sido suficientemente estudiado. Sus éxitos empíricos de estadista han distraído la atención de sus aportes –nada desdeñables– en el terreno de los conceptos. Basta releer con atención las cartas a doña Josefa Gómez, aun en la síntesis que hace Ibarguren en su libro, para toparse con ideas que lo constituyen el directo precursor de los movimientos nacionales del siglo XX.
   Curiosamente –y conforme al peculiar estilo al que aludíamos– la verdadera conclusión de la conferencia está casi en la primera página. Castellani demuestra que el Liberalismo desde el punto de vista teológico es una herejía, y desde el punto de vista filosófico un grosero error. Se remite, incluso, a la noble biblioteca tradicional que establece esas verdades esenciales. Pero agrega: “...me di cuenta de que aquí el liberalismo no merece ni mucha investigación ni mucha discusión; de que aquí casi es de mal gusto y casi es de asco el tocarlo; de que aquí ha sido brutalmente importado y no ha tenido ni doctrina ni inteligencia ni siquiera buena fe... y en fin que la filosofía que hay que hacer aquí acerca del liberalismo debe ser existencialista y no esencialista; que no interesa ahora tanto conocer su esencia como librarnos de su existencia”.
   Todo es tan claro, que sería superflua cualquier glosa. Sólo osaremos extraer una conclusión política del párrafo que antecede, como así también recordar el carácter esencialmente religioso de las actitudes de nuestro autor.

“Qui geniut reactionem fascisticam”
   La sugestión acerca del antiliberalismo existencialista implica la respuesta a una de las preguntas del comienzo del texto, y esclarece –a nuestro juicio– las relaciones entre la Tradición y el Fascismo, entendido como actitud universal.
   La Monarquía Cristiana, muerta como orden social, subsistió y subsiste, en muchos espíritus, en forma de creencia en la acepción orteguiana: valores, ideas, principios, que “constituyen el continente de nuestra vida”. Ellas no se articulan de modo lógico, ni siquiera, a veces, consciente. Su articulación es vital, y somos, propiamente, nuestras creencias. En otros términos: se trata de una forma de alma acuñada a lo largo de los siglos de la Monarquía Cristiana, y cuya superficie alteró apenas el viento de la Revolución Liberal. Este estado de espíritu poco tiene que ver con las manifestaciones doctrinarias de la Tradición; es, por el contrario, la Tradición –digamos– subconsciente, en forma de intuición o de sentido“sentido total de la Patria, de la vida, de la Historia”, decía José Antonio Primo de Rivera–.
   Sostenemos que el Fascismo –a pesar de la frecuente incomprensión de los tradicionalistas doctrinarios y de la Iglesia– fue la expresión política de esta actitud existencialmente tradicionalista. Por eso fue históricamente eficaz. Se atuvo a la lucha existencialista contra el Liberalismo, sin cuidarse demasiado del debate en torno a las esencias. Y de allí la actualidad y la importancia del consejo de Castellani: seguirlo nos conducirá a un Nacionalismo existencialmente antiliberal –esto es, fascista–, por oposición al conceptualismo tradicionalista, acaso exacto en doctrina, pero vitalmente estéril.

Castellani, hombre religioso
   En un célebre ensayo, Ramón Doll trató de demostrar que Lugones fue, en realidad, apolítico, que inspiraciones y móviles exclusivamente estéticos determinaron todas sus actitudes. En esta hora de balance, podemos afirmar algo parecido de Castellani: apolítico, a fuer de religioso.
   No es que la religión y la política se opongan, ni que pertenezcan a reinos separados; para anudarlas bastan aquellos versos de Verlaine que el mismo Castellani tradujera y formulara:

L’amour de la Patrie est le permier amour
Et le dernier amour aprés l’amour de Dieu”.

   Lo que difiere substancialmente es la actitud ante la vida. Para precisarlo, es imprescindible recurrir a las categorías kierkegaardianas: el hombre ético, el hombre ético, el hombre religioso, categorías caras a Castellani. En las páginas que siguen hay referencia a estos estadios; el Padre los describió en Su Majestad Dulcinea. Allí caracteriza de este modo al plano estético: “... es el estado de los hombres cuya vida interna está regida por la pasión de lo moral... Su signo es la lucha y la victoria... El horror a la injusticia, ésa es la médula del plano ético”. Y en la conferencia que sigue, agrega: “un buen político es un hombre ético”.
   Pero justamente por vivir bajo el signo de la lucha y la victoria, no se le puede pedir que haga Verdad a largo plazo, ni que se limite a dar testimonio de la Verdad. Tiene hambre y sed de justicia; necesita el Poder para realizar la Justicia. Como demostró Ernesto Palacio en aquel memorable capítulo del Catilina, el verdadero político es un ambicioso, que “obra bien cuando obra en el orden de su vocación y de la ambición consiguiente, porque aquélla es benéfica, y ésta, sobre todo, anhelo de servir”. Su peculiar modo de dar testimonio de la Verdad es a través de la conquista y del adecuado ejercicio del Poder.
   Creemos, pues, que la apelación contenida en la conferencia, que la prevención contra el anhelo del Poder, son propias de un hombre religioso, y están dirigidas no a los hombres éticos que se supone seríamos los nacionalistas, sino –para volver a las categorías de Kierkegaard– a hipotéticos “caballeros de la resignación infinita”, que desde luego no somos.
   Los nacionalistas no hemos valorado hasta ahora exactamente hasta qué punto Castellani es un hombre religioso. Basta para ello analizar su deslumbrado hallazgo de Kierkegaard, y su comprensión del danés, expuesta al cabo de los años en el único libro serio escrito sobre éste en la Argentina, De Kirkegor a Tomás de Aquino. Esa magnífica exposición es esclarecedora respecto de quien la formula. Porque cualquier espíritu sistemático hubiera podido hacer inteligible un Sistema, pero para dar cuenta de la obra del Existente, no hay otro medio que ser un Existente. Alguien que haya agotado las etapas en el camino de la vida, y arquetipo del hombre religioso, haya emprendido la imposible travesía que conduce a Jauja.
Buenos Aires, septiembre de 1975

* Estudio Preliminar a “Esencia del Liberalismo” en “Leonardo Castellani, Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino, T° VIII Ediciones Dictio – 1976.

Descargar aquí “Esencia del Liberalismo” y “Apéndice”

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